31.12.09

Feliz año 2010.



Feliz años para todos. El 2010 espero que sea un año con más libertad y derechos humanos. Un año en el que se haga algo más por el medio ambiente y la sostenibilidad del planeta.

28.11.09

PRESENTACION DEL LIBRO: "El dolor y los lenguajes del cuerpo"



Santiago Castellanos.

Este ensayo que publica Grama Edicciones es el resultado de una investigación acerca de la posibilidad de una clínica, desde el psicoanálisis, sobre el “dolor” como síntoma del cuerpo y la fibromialgia. Es el resultado de un trabajo clínico que he realizado durante cinco años, atendiendo a numerosas mujeres diagnosticadas de fibromialgia.
Tal y como señala Vicente Palomera en el prólogo: “la fenomenología del dolor remite, como pone de relieve Santiago Castellanos, a estructuras, a tipos y a fenómenos clínicos variados, razón por la cual conviene tener muy presente que se trata de distinguir de las formas clásicas de conversión histérica, los “embrollos del cuerpo” presentes en las psicosis ordinarias, sin olvidar los fenómenos psicosomáticos, y las formas hipocondríacas propias de estados delirantes.”
En el libro se realiza un recorrido acerca de los impasses de la medicina en el tratamiento del dolor crónico y la fibromialgia, la concepción del dolor en Freud y el goce según Lacan a lo largo de su enseñanza, las coordenadas fundamentales de la concepción del cuerpo en psicoanálisis y los elementos para una clínica diferencial sobre los síntomas corporales que responden a diferentes estructuras clínicas. Toda la articulación epistémica está sostenida con la ilustración de numerosos casos y viñetas clínicas.
En el mundo de hoy en que el discurso del psicoanálisis se cuestiona por obsoleto y anticuado, en el que las terapias cognitivo-conductuales (TCC) tratan de imponer su hegemonía, este trabajo de investigación trata de dar testimonio de la razón de la existencia del psicoanálisis, de la posibilidad de un tratamiento en las coordenadas del psicoanálisis de orientación lacaniana.

PRESENTACION DEL LIBRO.

10 de Diciembre de 2009.
Sede de Madrid de ELP. c/ Gran Via, 60. 2º Izda.
20.30 horas.


Intervienen:
Joaquin Caretti: Psicoanalista y médico. Miembro de la ELP y del equipo de la Biblioteca de Madrid.
Rosa López: Psicoanalista, Directora de la sede de Madrid ELP. Docente
del Nucep.
Vicente Palomera: Psicoanalista, Presidente de la Federación Europea
de Escuelas de Psicoanálisis.

24.11.09

A proposito de un caso: "La extraña y misteriosa desaparición de la voz del Sr. K"




Caso clínico publicado por Gustavo Dessal, psicoanalista en Madrid.


K. vino a verme por primera vez hace unos seis años. Es un hombre que en la actualidad tiene cuarenta y dos años, y trabaja en un oficio técnico de una empresa muy grande. Desempeña su labor con mucha seriedad, y mediante un sistema de horas extras y jornadas intensivas puede pasar una semana o diez días al mes en la ciudad de provincia a la que pertenece, en compañía de su familia y de su novia.

La vida de K. era muy difícil. Quienquiera que lo veía, que entablaba contacto o conversación con él, a lo sumo podía apreciar a un hombre taciturno, de carácter tímido y asustadizo. Pero no imaginaba el tormento interior en el que vivía, en el que ha vivido siempre, desde su temprana infancia, puesto que en los aspectos prácticos de la vida es alguien que funciona de un modo normal y ordenado. Vive solo, cuida de su casa y de su persona, hace ejercicio físico, es educado y en apariencia bien adaptado a los semblantes sociales.

Sin embargo, para K. la relación con sus semejantes era algo verdaderamente difícil. El trato humano le producía una angustia que por momentos alcanzaba la intensidad del pánico, aunque conseguía disimularlo con gran esfuerzo. Casi no podía entablar ninguna clase de conversación con sus compañeros de trabajo, ya que el terror lo paralizaba y a veces le impedía pronunciar siquiera una palabra. Esta situación se agudizaba en presencia de sujetos masculinos, y era algo menos grave con las mujeres. No tenía ningún amigo, y fuera del trabajo vivía en la soledad más absoluta. Esta soledad se mitigaba cuando viajaba a su ciudad natal, donde la cercanía con su familia, en especial sus hermanas, le consolaba del sufrimiento que padecía el resto del mes. Cada vez que tenía que regresar a Madrid, experimentaba una desesperación que a menudo le hacía pensar en el suicidio.

Cuando empezamos a hablar, K. estaba convencido de que su problema se debía a que en presencia de la gente su voz desaparecía. No resultó fácil descifrar de qué hablaba. Durante mucho tiempo me mantuve en la posición de no comprender lo que trataba de explicarme. Insistía una y otra vez para que me relatase nuevamente su síntoma, y él me contestaba con la certeza de que su voz desaparecía. No se trataba de una afonía, ni tampoco de una mudez, sino que su voz, su verdadera voz, era sustituida por otra, una voz que no era la suya y esta sensación lo volvía loco, al extremo de querer matarse. Por otra parte, le resultaba imposible recordar el comienzo de este fenómeno. Sus respuestas a mis preguntas en ese sentido eran vagas e imprecisas.

Debo aclarar que el paciente, que ha leído bastante sobre psicología y psiquiatría, me hizo saber que no se trataba de que escuchara voces. La voz intrusa era una voz que sin duda él emitía, aunque al mismo tiempo rechazaba porque no era la “auténtica”. En ocasiones me preguntaba si yo lograba notar la diferencia entre el tono de voz que él llamaba el suyo propio, y el otro, el tono de la voz impropia, una voz que le robaba la identidad. A modo de ejemplo, podía iniciar una sesión del siguiente modo: “¿Se da cuenta usted que hoy no hablo con mi voz?” . Por mi parte, le manifestaba mi incapacidad para percibir esa diferencia, aunque aceptaba que debía de existir, sin duda, a pesar de que yo no pudiera captarla. Durante el primer año de análisis discutimos mucho sobre esta cuestión, hasta que un día me confesó que su sensación se acompañaba de otra, que no se había atrevido a decir. Cada vez que su voz desaparecía, al mismo tiempo tenía la impresión de que su pene se empequeñecía, como si se metiera hacia adentro. Era absolutamente consciente de que esta idea era absurda e imposible de suceder en la realidad, pero no podía evitar la sensación física. Esto me dio la oportunidad de preguntarle si su terror a enfrentarse a sus semejantes se debía a que no estaba seguro de sentirse hombre o mujer, y me explicó que, en efecto, ante los otros él se experimentaba como un ser carente de definición sexual, aunque dejó bien claro que le gustaban las mujeres y que no tenía ninguna inclinación homosexual. Me aclaró que le faltaba por completo el “sentimiento de ser hombre”, lo cual no debía ser confundido con ninguna clase de homosexualidad. No obstante, y con un perfecto rigor, añadió que sus inclinaciones hacia el sexo femenino no le disipaban el sentimiento de ser un niño de sexo indefinido. Me preguntó si yo opinaba que él podría ser un homosexual reprimido, y le respondí que no me lo parecía en absoluto. Se puede percibir aquí con bastante claridad que el problema no es del orden de la identidad sexual, sino de una imposibilidad de “declarar” el sexo, es decir, de anudar el goce al inconsciente.

Según su recuerdo, la vida de K. fue siempre la misma. No existió un antes y un después, un momento de ruptura, un punto en el que pudiera situar el desencadenamiento de sus síntomas. Sin embargo, con el tiempo pudimos descubrir que esto no había sido exactamente así. De acuerdo con el testimonio de su familia, él había sido un niño aparentemente “normal” hasta los tres años, alegre, sociable, y que jugaba con otros niños en la calle. Pero a partir de esa edad algo cambió en él. Se volvió temeroso, introvertido y dejó de hablar. Su padre, que era policía de barrio, pasaba casi todo el tiempo en la calle, pero K. creció sin formar parte del mundo exterior. El paciente ha tenido siempre la impresión de que no existía para su padre, y de que éste no hizo nada por situar a su hijo en la vida. A pesar de ser un hombre afectuoso y tranquilo, el padre le inspiraba un terror sobrenatural. Esta transformación, que debemos considerar como un desenganche del Otro, un efecto de la forclusión, se acompañó de un síntoma que tiene un interés clínico fundamental, porque constituye un elemento de continuidad en el caso. Durante muchos años, hasta la pubertad, padeció una enuresis diurna y nocturna, por la cual debió utilizar pañales, y recuerda con perfecta nitidez la intensa excitación sexual que le producía el contacto de su madre cuando le cambiaba la ropa mojada. Al interrogar estos recuerdos, descubrí que no se trataba exactamente de una enuresis, es decir, una falta de control, sino que incluso durante el día orinaba en cualquier parte de forma “intencionada”. Creo que esta conducta constituía más bien un pasaje al acto, que ponía de manifiesto la emergencia de un desanudamiento pulsional, de un goce separado del inconsciente, al que por todos los medios intentaba evacuar fuera del cuerpo. Podemos establecer, entonces, la siguiente secuencia: forclusión, desenganche del Otro, pérdida de la imagen narcisista, deslocalización del goce, y un intento de defensa.

Después de cierta reconstrucción del pasado, llegamos a la conclusión de que el comienzo de su síntoma urinario coincidió con el nacimiento de la hermana que le sigue, cuando él tenía tres años. No conservaba el más mínimo recuerdo de ese nacimiento, a pesar de que era capaz de recordar otras cosas de esa época. La hipótesis del nacimiento de la hermana como acontecimiento traumático en su vida le ha gustado mucho, y la ha incorporado como un elemento importante para la comprensión de su caso. Pero le ha añadido algo más, que me ha explicado mediante un símil. Un día me dijo que un padre es alguien que a partir de que el hijo cumple una determinada edad debe tomarlo de la mano y llevarlo a un prostíbulo para que se inicie en la vida sexual y en la virilidad. Me aclaró que se trataba de una metáfora, que antiguamente eso se hacía de verdad, pero lo que él intentaba explicarme es que le faltó ese gesto simbólico de su padre, que hubo algo que su padre no hizo, no le transmitió, y que por esa razón “soy así como soy”. Ayudarlo a construir una novela familiar sustitutiva ha sido un aspecto fundamental en la dirección de la cura, ya que el paciente manifestó desde el comienzo del tratamiento un notable interés en la investigación de la causa de su enfermedad y, como veremos, la construcción de un Complejo de Edipo artificial le ha sido de gran valor. Los síntomas uretrales cesaron al inicio de la pubertad, y es probable que fuese entonces cuando surgió el problema de la voz, aunque no he podido verificar esta hipótesis.

Durante la escolaridad primaria, K. atravesó una experiencia de soledad absoluta. Con gran esfuerzo, y ayudado por la compasión de los maestros, logró culminar esos estudios. Al igual que le sucede en la actualidad en los momentos de descanso en el trabajo, cuando debe confraternizar con los compañeros, en el recreo de la escuela permanecía solo en un rincón, sin hablar ni acercarse a nadie. Esa soledad fue el mayor motivo de dolor, un dolor desgarrador, desesperante, que a menudo se traducía en mi consulta bajo la forma de un sollozo compulsivo y ahogado por la vergüenza y el odio hacia la vida. K. creía que su padre era el culpable de lo que a él le sucedía. Pensaba que no le había dado la autorización para ser un hombre o, mejor dicho, para sentirse como tal, puesto que de ser un hombre no tenía dudas. Su padre no le abrió el camino hacia la calle, hacia el mundo exterior. En la actualidad ha cambiado su forma de pensar, y considera que esta falta paterna no fue intencional, sino producto de no saber hacerlo mejor, pero durante años experimentó hacia su progenitor un odio y un rencor sin límites.

Toda esta construcción pseudo-edípica, realizada de manera totalmente espontánea, le permitió a K. organizar un delirio discreto, y le proporcionó una serie de referencias para situar el problema de la causa, que a él le interesa por encima de todo. Para él no es suficiente el alivio de sus síntomas, sino que está decidido a ir al fondo de las cosas. Debo añadir que el paciente jamás ha tomado medicación, y se ha negado en rotundo a recibir esta clase de ayuda.

Durante el análisis, K. conoció a su novia, una mujer por entonces casada y con dos niñas, con la que mantuvo la primera y única relación afectiva y sexual. Una madre con dos hijas, un partenaire apropiado que reproduce su historia familiar. Por supuesto, K. es perfectamente consciente de ello, y no es necesario interpretarlo. Hace aproximadamente dos años, la mujer se ha divorciado y continúa manteniendo un vínculo con mi paciente.

Después de un largo tiempo de darle vueltas al tema de la voz, se produjo un giro importante que modificó el síntoma, y permitió también una purificación de la estructura. El fenómeno de la voz tenía el inconveniente de involucrar un goce muy difícil de reintroducir en su novela familiar. Sabemos, de acuerdo con las observaciones de Lacan, que el oído es un agujero que no puede cerrarse, lo que significa que es muy difícil defenderse contra la invasión del objeto invocante. Le sugerí que dado que él estaba convencido de que los otros percibían la desaparición de su voz, eso lo volvía más vulnerable a la mirada, y por lo tanto al sentimiento de vergüenza. Aceptó de inmediato mis palabras, y me confesó algo que nunca se había atrevido a decirme: estaba completamente seguro de que sus compañeros de trabajo sabían que él había gozado de su enuresis, y que por ese motivo no podía soportar estar junto a ellos. En los otros encontraba la mirada de un padre, la mirada reprobatoria, la mirada que condenaba su existencia. Pero al mismo tiempo, esa mirada le devolvió una cierta consistencia de ser. Ser culpable de un goce prohibido resultaba preferible al hecho de ser invisible, de no existir, o de no tener derecho a ello, lo cual estaba indudablemente ligado a phi cero y a los efectos de esa forclusión en el plano del sentimiento de la vida. Muy lentamente, la temática de su sentimiento de culpa sustituyó al fenómeno de la voz y la retracción del pene. Pero la posibilidad de introducir dicho sentimiento en las significaciones edípicas le permitió resolver la terrible vergüenza que le producía mostrar su cuerpo desnudo (por ejemplo en el vestuario del gimnasio o en la alcoba con su novia), y disminuyó la tensión agresiva subyacente a todo lazo social . Descubrió cómo sacar provecho de su imagen, ya que es un hombre bien parecido, y a utilizarla en su favor, lo cual ha funcionado como pantalla frente al goce del Otro.

El Sr. K. llegó a una conclusión importante, como resultado de su profunda elaboración. Se dio cuenta de que su madre es una mujer que siente un intenso rechazo hacia los signos de la masculinidad. En la memoria del paciente surgieron numerosos recuerdos que -según él- son una demostración inequívoca de este rechazo. Por ejemplo, el hecho -indudablemente vinculado al fenómeno de la voz- de que su padre, hombre locuaz en la calle, se volviese mudo en el interior del hogar. Me interesa subrayar esta interpretación del Deseo de la Madre, a pesar de que en mi opinión no ha logrado evolucionar a una metáfora delirante.

Este caso tiene el interés de mostrarnos que un Edipo imaginario puede operar en ciertos casos como un punto de capitón, y generar un referente de sentido. Es una salida que en mi experiencia he visto más frecuentemente en las formas paranoides de las psicosis. No es ni el analista ni el inconsciente quienes interpretan este Edipo, puesto que no estamos hablando de la estructura simbólica, sino de un modo de emplear retazos imaginarios para producir una interrupción en el flujo continuo de lo simbólico y lo real.

En el inicio, tenemos la extrañeza y la despersonalización causada por el retorno en lo real de la voz, con la peculiaridad de que no se trata del fenómeno clásico de la alucinación verbal. El sujeto no escucha la voz del Otro, sino que se escucha a sí mismo, aunque no se reconoce en esa voz. Está demasiado cercano a la propiedad extranjera de este objeto. Podríamos decir que en realidad “la otra voz” es la Otredad de la voz, separada de la significación. El fenómeno no es demasiado diferente al que sucede cuando escuchamos nuestra voz grabada, pero en este caso hay algo más, está la sensación de que el pene se empequeñece y tiende a desaparecer. El paciente lo expresa con absoluta claridad: dice que, de alguna manera que no puede comprender, existe algo que conecta el pene y la voz. Para nosotros la conexión es la que existe entre la forclusión del significante del padre, es decir, el sujeto desprendido del discurso, y la producción de phi cero. Por el contrario, la significación fálica oculta la extrañeza de la voz, y disimula el hecho de que uno no puede saber nunca de dónde procede. Al mismo tiempo, la significación “reabsorbe” el órgano en lo simbólico y lo imaginario. El Sr. K experimenta un discreto empuje a la mujer, pero no lo articula al modo schreberiano, porque no es un parafrénico. Piensa que la voz es también un signo viril, y que a veces, en su confrontación al Otro, ambos, la voz y el pene, desaparecen. No hay, strictu sensu, un delirio desarrollado alrededor de esto. Mi hipótesis en la dirección de la cura consiste en separar la voz y la mirada, que al principio se confunden. Comienza un nuevo período en el tratamiento, dominado por la función del objeto escópico y ordenado por su elaboración de la novela familiar. Se produce entonces el encuentro con la mujer que se convertirá en su novia. Es ella quien lo descubre y lo seduce, mientras él se deja guiar. Es mediante el objeto escópico, y con la ayuda de Eros, como el Sr. K. puede recobrar una cierta imagen del cuerpo, al principio bajo la forma de la vergüenza, de que reconozcan la huella de su pasado urinario, o que descubran que algo raro le sucede en su pene, cuya excitación no puede controlar. De ser invisible, pasa a ser demasiado visto. Es en un tercer tiempo que encuentra algo nuevo: la vestimenta. Nunca le había dado importancia a la ropa, y empieza a adquirir una estética del vestir. Elige cuidadosamente su vestimenta, y desarrolla poco a poco una estrategia del “hacerse ver”, que lo defiende de ser visto. Ahora el paciente puede mostrarse al Otro, y separarse algo mejor de su sentimiento de exclusión.

Por otra parte, ha iniciado una actividad nueva en su vida: la pintura. En una primera fase, se limitaba a dibujar objetos tales como jarrones y vasijas, lo cual demuestra que Lacan sabía muy bien en lo que estaba pensando cuando decidió aplicar el experimento óptico a su estadío del espejo. Desde hace algún tiempo, copia cuadros de artistas famosos. No se siente capaz de crear algo propio, y se contenta con la imitación. En cualquier caso, lo más importante es sin duda el hecho de que la pintura es un modo de pacificar la mirada. Un rasgo particular de esta cura, y que por otra parte encontramos en algunos sujetos psicóticos, es que el paciente pertenece a lo que denominaría una “subjetividad narrativa”, es decir, algo que lo hace propenso a la historización -con todo lo delirante que ésta pueda ser- como forma de reparar el fallo del nudo mental. Son pacientes que no se sienten satisfechos con una pragmática del funcionamiento, y que reclaman una construcción de sentido, un saber que no se limita a un “saber hacer”, sino que aspira a un “saber por qué”. A pesar de los efectos positivos del tratamiento, el Sr. K exige una “curación total”, reclamo en el que puede oírse la silenciosa voz de la pulsión de muerte. Por supuesto, la soledad sigue siendo su auténtica compañera.
GUSTAVO DESSAL

7.11.09

RAZONES EN LA HISTORIA- por Bernard-Henri Lévy




El Bloc-Notes de Bernard-Henri Lévy



París, 15 de octubre 2009




FRANCE TELECOM, MANUAL DE INSTRUCCIONES


Por supuesto que un suicidio es un misterio. Por supuesto que nada es más azaroso, peligroso, incluso odioso, que querer interpretar, a posteriori, actos a menudo sin palabras y que eligen, en esos casos, ocultarse tras su propio secreto.

Y por supuesto que, en ese misterio, el sufrimiento más subjetivo, personal, íntimo, indecible, inconfensable, tiene siempre, y forzosamente, su parte.

Lo que no obsta.

Esos ya famosos suicidios de empresa que enlutan France Telecom (pero también los de aquél banco, los del Renault o Peugeot, o los de la Educación Nacional…) son un fenómeno nuevo, aflorado hace diez años, y que tiene, por definición, unas razones y una lógica nuevas.

Lo poco que sabemos, lo poco que nos dicen los primeros resultados de las encuestas hechas sobre el terreno por los médicos, los investigadores o los sociólogos del trabajo que se han ocupado de esos dramas, indica que los 24 desesperados de France Telecom no eran ni particularmente vulnerables, ni oficialmente deprimidos, ni notoriamente desgraciados en su familia, en sus hogares, o en el amor.

Pero es que, además, podemos tomar el problema por el cabo que queramos, suicidarse así, elegir ir a morir, no en un puente, no en una estación de tren o tras la puerta cerrada de su dormitorio, sino en su oficina, matarse pues, literalmente, en el trabajo, ondear el propio cadáver delante de su empresario y hacerle así un último y envenenado regalo, inmolarse sobre el altar de una entidad colectiva a la que se le ha consagrado una gran parte de la existencia y que se ha convertido, para él, en un monstruo nuevo y frío que, como los dioses de Anatole France, están sedientos de la sangre de sus adeptos— hace que el mensaje sea bastante nuevo y que, en algunos casos, cuando el suicida deja una carta, sea lo bastante explícito y claro como para que nos tomemos la molestia y terminemos de una vez de hacer la política del avestruz.

Son tres cuestiones lo que, en verdad, revela esta epidemia de suicidios:

1. Una forma de presión – los asalariados lo llaman acoso moral o gestión por el estrés y el miedo – que no existía sin duda en el mismo grado en el mundo hasta ahora.

2. La importación al universo de la empresa de una cultura de la evaluación acerca de la que hemos sido algunos, con Jean-Claude Milner y Jacques-Alain Miller (¿Desea ser evaluado?, Miguel Gómez ediciones, Málaga, 2007), Agnès Aflalo (L´assassinat manqué de la psychanalyse, Ed. Cécile Defaut, 2009) o bien Charles-Yves Zarka (Cités, número 37), los que hemos advertido, desde hace años, que se trataba, literalmente, de una cultura de la muerte y para la muerte.

3. La caída, en fin, de los sistemas de solidaridad que, en otros tiempos, hacían de almohadilla y que esta ideología de la evaluación, es decir la de las competencias individuales, es decir, la del "cada uno a lo suyo" y la del "camina o revienta", ha desvastado metódicamente: ¿cuántos obreros desmoralizados, debilitados, desfallecidos eran protegidos antiguamente por los compañeros?, ¿a cuántos holgazanes les han dicho los compañeros "está bien, has bebido mucho, no vayas esta mañana, haremos lo tuyo"?, ¿cuántos empleados, hasta hace unos años, han estado a punto de abandonar pero se han mantenido a toda costa en el circuito gracias a una cadena de amistad y de ayuda mutua?, todo eso ha volado en pedazos por el doble golpe de la agonía de los sindicatos y del poderoso ascenso de la cultura del egoísmo; nada de eso funciona ya en la nueva cordada social basada en la movilidad furiosa y la parcelación de los puestos de trabajo; se está tan solo así, tan desesperada y definitivamente solo, como lo estaban antiguamente los campesinos cuando eran ellos lo que tenían el triste record del número de suicidios en el trabajo.

Entonces, lo repito, tenemos que evitar interpretar de más.

Tenemos que resistir a la tentación de encontrar un solo y único culpable cuya designación, como por encantamiento, lo resolvería todo. Y aunque hayan sido pronunciadas palabras innobles, y aunque la fórmula del patrón de France Telecom que reduce esta ola de suicidios a una "moda" (a pesar de haberse excusado), sea, evidentemente, incalificable, tenemos que evitar hacer de quien sea un chivo expiatorio.

Porque tenemos ahí un problema que es obvio y que, con la crisis de las subprime y otros hedge founds, nos obliga a preguntarnos por nuestro modelo económico y social.

Después de todo, la sociología moderna nació, con Durkheim, a partir de una reflexión sobre el suicidio.

Un libro sobre el suicidio, el de su discípulo Maurice Halbwachs, fue el que medio siglo después, puso las bases de las representaciones de la sociedad en las que vivimos hoy día.

Y no veo por qué nos tendríamos que privarnos, en la serie de Durkheim y de Halbwachs, de una reflexión sin concesiones sobre el nuevo malestar social, sobre un malestar cada vez mayor en la civilización de la que son testimonio, se lo quiera o no, estas tragedias en serie.

Lo peor sería no decir nada y trivializar sobre ello.

Lo peor sería considerar este fenómeno como formando parte de los riesgos del oficio o, más horrible todavía, ahogarlo en las estadísticas de la "mortalidad nacional" tan absurdas como indecentes.

Desdeñar el espejo en el que nos reflejan, sería matar otra vez a los muertos de France Telecom.

Traducción de Jesús Ambel, con la gentil autorización de autor, a través de los buenos oficios de Agnès Aflalo


Fuente:

http://www.bernard-henri-levy.com/france-telecom-mode-d%e2%80%99emploi-le-point-du-15102009-2984.html

24.10.09

LAS CIENCIAS INHUMANAS



ENTREVISTA A GUSTAVO DESSAL
realizada por Fernando Martín Aduriz

Acaba de aparecer un nuevo libro de la Colección ELP que dirige Vicente Palomera. Editado por Gredos, en la buena línea estética de anteriores números, se titula Las Ciencias Inhumanas. Se trata de una compilación de artículos efectuada por Gustavo Dessal, psicoanalista en Madrid, y escritor.
Son 23 artículos de otros tantos autores, en su mayor parte psicoanalistas, aunque también filósofos y científicos. Es un libro para desmentir que la ciencia se equivoque con el cientificismo. O que el psicoanálisis como disciplina pueda dejar de tener interés, incluso para los científicos, comprometidos ellos mismos con su subjetividad en las investigaciones que emprenden, en la razón de su empresa, en la verificación de sus efectos. Científicos a quienes les importe que el significante científico pueda sobrevivir a todo fracaso.

Hemos entrevistado para dar a conocer este libro a su compilador, Gustavo Dessal.

FMA-En primer lugar, enhorabuena por este acierto. ¿De quién fue la idea de publicar este libro?

GD-Hace algunos años que vengo considerando la necesidad de este libro. Los psicoanalistas no podíamos seguir de brazos cruzados frente a la creciente colonización que el discurso científico viene llevando a cabo en el terreno de la subjetividad. Se imponía una denuncia importante del cientificismo, que es -por así decirlo- una desviación innoble de la ciencia, que por desgracia se reproduce con gran facilidad en las últimas décadas. Un buen día, de repente, se me impuso el título "Las ciencias inhumanas", y a partir de allí me puse en movimiento para concretar el libro. Reunir veintitrés trabajos en distintas lenguas no ha sido una tarea fácil, pero el resultado me ha dejado realmente satisfecho. Todos los autores supieron captar muy bien la idea, que consistía, entre otras cosas, en poder llegar a un público que no fuese necesariamente especializado en psicoanálisis, y al que poder sensibilizar sobre los efectos deshumanizantes de ciertas discursos y prácticas que se amparan en el método "científico". Escribo este término entrecomillado, para dejar bien claro que no basta con anunciar el carácter científico de una afirmación, para que ésta necesariamente lo sea.

FMA-El artículo titulado “Hablemos de la locura”, de nuestro colega José María Álvarez pone de manifiesto cómo en lo tocante a las enfermedades mentales la ciencia se ha puesto de lado del mercantilismo, de la invención de enfermedades mentales y ha abandonado la clínica clásica, la historia, el psicoanálisis...

GD-Sin duda, a medida que la industria farmacéutica ha penetrado en al campo de la enfermedad mental, la psiquiatría ha entrado en la pendiente de la desaparición como práctica clínica. El psiquiatra se ha convertido en un técnico que correlaciona un listado de síndromes creados a la medida de esa industria, con los medicamentos que esta produce.

FMA-Rosa López hace un relato extraordinario sobre un hecho histórico que pudo cambiar la historia, el encuentro de Heisenberg y Bohr. Quizá algunos puedan ver en este encuentro el momento álgido del libro: dos científicos frente a frente ¿se detendrán ante los avances científicos y las posteriores consecuencias? Dejemos que el lector lo descubra, pero no le parece Dessal que esta entrevista es muy actual...

GD-Absolutamente. Lo que no es tan seguro es que abunden los científicos dispuestos a interrogarse por su papel en el mundo, y por la función que la ciencia debe tener. Cada vez se cuestiona menos la alianza entre ciencia e industria.

FMA-El largo artículo “La reducción cientificista de lo humano”, de Peteiro, un médico experto en análisis clínicos y Fernández Blanco, psicoanalista, finaliza con una llamada a nuestro deber ético: denunciar a las falsas ciencias. ¿Este libro es un libro-denuncia?

GD-Lo es sin disimulo. Algunos colegas me han criticado el título, por considerar que podía herir la susceptibilidad de los científicos. Desde luego, el psicoanálisis no es un discurso que se opone a la ciencia. Pero este libro es el testimonio de que no estamos dispuestos a que en nombre de la ciencia se pueda justificar cualquier cosa.

FMA-Jacques-Alain Miller en “El futuro del Mycoplasma Laboratorium” define sorprendentemente al psicoanálisis como “una nueva forma de discurso, el producto artificial de la logotecnología más avanzada”. Y añade que no es seguro que sus practicantes aún se hayan dado cuenta del discurso inédito al que sirven. ¿Está de acuerdo?

GD-A los psicoanalistas nos resulta difícil tomar conciencia cabal de lo que el psicoanálisis significa. De allí que a lo largo de la historia del movimiento analítico no ha dejado de producirse permanentemente una tendencia a la psicologización de la doctrina y la praxis. Ha sucedido con Anna Freud, y ha sucedido incluso en nuestra Escuela. Es la prueba de que hay algo imposible de soportar en ese discurso, más allá de la pasión con la que los psicoanalistas intentamos sostener nuestra experiencia.

FMA-Vd. mismo dice en el Prefacio que “el querer de la ciencia, su pasión y su deseo de saber, está causado por una ignorancia que le es inherente”.

GD-Es, en síntesis, la tesis de Lacan sobre la ciencia.

FMA-Guy Briole se pregunta por el lugar del médico cuando sabe que el paciente sólo quiere obtener de él un objeto-medicamento....

GD-Su ensayo es muy fino. Desarrolla con mucha pertinencia lo que Lacan señaló a propósito de las relaciones entre el psicoanálisis y la medicina, y cómo el discurso analítico puede servir para reconducir la práctica médica hacia sus fundamentos no sólo clínicos sino también éticos.

FMA-Y por último, una referencia al trabajo breve pero muy clarificador del doctor Santiago Castellanos, y que se titula “Acerca de la impostura científica de las terapias cognitivo-conductuales”. Afirma: “Ninguna de las revisiones sistemáticas otorga evidencia científica a las terapias cognitivo-conductuales ni a sus ensayos publicados”. En la batalla que sostenemos con quienes desprecian al psicoanálisis, este dato es muy revelador, y puede dar muchas pistas a los psicoanalistas y los debates que mantienen...

GD-El doctor Castellanos ha realizado una excelente investigación sobre este tema que valdría la pena proseguir. Sería fundamental que algunos psicoanalistas estuviesen dispuestos a profundizar en la teoría de las TCC. Su carácter "científico" es otra de las grandes estafas que gozan de la aquiescencia del los poderes universitarios y sanitarios.


Muchas gracias Gustavo y mucho éxito de ventas. Y de lecturas.

19 de octubre de 2009.

7.10.09

Plataforma Psicoanálisis Siglo XXI

“A favor de la subjetividad”*
José R. Ubieto



Buenos días, me corresponde decirles unas palabras de presentación de esta Plataforma Psicoanálisis Siglo XXI. De hecho, vds. ya la conocen, desde hace unos meses, a través del Manifiesto “A favor de la subjetividad” que han firmado ya más de 500 personas.

¿Por qué tomar esta tema, la subjetividad, para poner en marcha esta iniciativa? El psicoanálisis está, desde sus orígenes mismos, ligado a la defensa de la subjetividad como algo irrenunciable e inseparable, al mismo tiempo, de sus manifestaciones sintomáticas, esto es, de esa otra escena que implica al sujeto en lo más intimo.

Ese nuevo real, de naturaleza inconsciente, que aparecía, hace 100 años, en el horizonte de un ideal científico que pretendía obtener una medida objetiva del psiquismo, fue ya rechazado en su época. Tomó entonces, ese rechazo, la forma de una negación de la transferencia como índice de la existencia de esa subjetividad. Se reprochó a esas pacientes histéricas sus mentiras, sus malas artes simulatorias y se trató de reducir la clínica a una psicopatología que fuera capaz de decir la verdad, rechazando el diálogo, de ese pathos que insistía en cada uno.

Freud, en cambio, eligió otra vía para tratar esas mentiras, les dio un estatuto de mentiras originales que sin embargo apuntaban a la verdad del deseo singular de cada paciente. En los relatos clínicos que nos legó podemos captar su esfuerzo por transmitir esa dimensión de singularidad de cada uno de los sujetos.

Esa elección del fundador del psicoanálisis, marca original, tuvo sus consecuencias posteriores, a pesar de todos los avatares de la doctrina y la práctica clínica. Se dejaron de lado los grandes ideales como orientación y se optó por ocuparse de los pequeños detalles, de los restos, de todo aquello de lo cotidiano (lapsus, actos fallidos, sueños) que sin embargo no deja de evocarnos que allí hay algo de un sujeto. Se constató además, en medio de la catástrofe de la primera gran guerra, que hay un límite al furor sanandi, que el psiquismo no es terapeutizable como si fuera otro órgano más, en definitiva, que el sujeto a veces no quiere su propio bien.

Hoy, en los albores de este nuevo Siglo XXI, asistimos a un nuevo embate de la pasión por la elisión del sujeto, a un esfuerzo con aires de renovación que trata de defenderse de ese real íntimo que insiste en las quejas y sufrimientos de muchos sujetos. Para ello se adorna de tecnologías sofisticadas, consejos psicoeducativos prêt-à-porter y una proliferación de medicamentos. Su ideal es que la cifra, que nos dará la objetividad de ese ser sufriente, lo hará de manera fácil, rápida y económica: podremos ahorrarnos toda conversación, todo diálogo, con él y entre nosotros, porque ese cálculo estadístico eliminará cualquier significación y cualquier malentendido del lenguaje. En definitiva, podremos ahorrarnos al sujeto incluido en el sufrimiento.

El psicoanálisis que nosotros promovemos es sin duda una objeción a este movimiento de fondo, que hay que decir, es de una lógica imparable. Lógica que toma apoyo en la concepción del individuo como un cuerpo-máquina en permanente funcionamiento y cuyas disfunciones motrices, anímicas, eréctiles o de cualquier otro tipo tienen siempre una “solución” terapéutica eficaz.

Apostar por la defensa de la subjetividad –que no del subjetivismo ni del individualismo como idolatrías del yo- es hoy, más que nunca, estar al lado del sujeto, de su sufrimiento, promover en él su encuentro con la causa de su deseo, con ese modo de satisfacción que lo define como singular. Para que a partir de allí él pueda elegir si quiere o no eso que desea. Como siempre fue, en la historia del psicoanálisis y en su participación en las instituciones públicas de salud, educación o atención social, nos seguiremos ocupando de los restos, de eso que cae, segregado, de las redes en las que el sujeto termina enredado. Esa es la orientación del psicoanálisis que resulta subversiva e incomprensible para aquellos que se presentan encarnando las buenas intenciones que convienen a todos.

Esta plataforma que hoy se presenta en público, es el resultado de una apuesta decidida por la conversación, como única salida a la complejidad de lo real en juego. Conversación que no excluye los avances científicos y las metodologías asistenciales innovadoras, pero que no renuncia a integrarlas, como instrumentos que son, en una finalidad más ambiciosa que incluye lo subjetivo en todas sus facetas: desde el juicio del profesional hasta los deseos y elecciones de las personas que consultan.

Somos un movimiento paralelo a la existencia de las diversas instituciones psicoanalíticas, a las que pertenecemos muchos de nosotros, y a las plataformas institucionales en el ámbito de la salud mental. No añadiremos, por tanto, una nueva institución, nos conformamos con ser un punto de encuentro, un foro de opinión plural, amplio y diverso, abierto a todos aquellos, analistas o no, profesionales de la salud, la educación y lo social, gente del mundo de la cultura y del pensamiento, con los que queremos conversar sobre las formas que toman hoy los malestares y sus abordajes posibles.

En su corta andadura, la Plataforma ha intervenido ya en dos debates importantes. Por un lado impulsó, al tiempo que lo hicieron otras instituciones, una acción de protesta y denuncia por el carácter excluyente que tomó la última Maratón de TV3, dedicada a las enfermedades mentales graves. Más recientemente hemos tomado posición, y así se lo hemos hecho saber a los responsables institucionales, a propósito de la creación de una comisión técnica que debe elaborar una guía de tratamiento para el autismo y otras psicosis en la infancia. Cuestión ésta a la que luego se referirá, con más detalle, Josep Ma. Panés, presidente de la ACAP (Associació Catalana d’Atenció Precoç).

Hemos puesto en marcha, también, un blog, todavía en construcción, que ya contiene textos y materiales para el debate que esperamos seguir promoviendo. A todo ello se suma el acto de hoy, donde escucharemos intervenciones que son el testimonio personal de este deseo por el psicoanálisis y de este compromiso ético por los avatares de nuestra época, compromiso que el propio Freud, y muchos analistas posteriormente, no dejaron de recordarnos.

Lo que resulte de esta iniciativa no lo podemos saber, es una experiencia en curso y dependerá de cada uno de nosotros. Sabemos que no estamos solos, que otros colegas, en nuestro país, y en países vecinos, están también comprometidos en este trabajo. Conocemos los resultados de iniciativas, como los Forum Psy en Francia (http://www.forumpsy.org/), cuya incidencia real sobre los núcleos de decisión política han sido notables a la hora de garantizar esa pluralidad, necesaria para que el psicoanálisis pueda continuar su labor como práctica clínica y como lugar de formación de las futuras generaciones.

Queremos, pues, contribuir a crear opinión, a suscitar debates como el que hoy planteamos. Para ello nos hacen falta voces, las de todos vosotros. Y es por eso que, desde aquí, os invitamos a participar en los actos que convocamos y a través de nuestro blog (https://sites.google.com/site/psicoanalisissigloxxi ), abierto a vuestras opiniones y colaboraciones.



* Intervención del autor en el acto de presentación de la Plataforma Psicoanálisis Siglo XXI el pasado 3 de octubre, en la Casa del Mar (Barcelona)

24.9.09

Taller de Psicoanalisis y Medicina

“LOS EMBROLLOS DEL CUERPO”.



Durante este segundo año del Taller de Psicoanálisis y Medicina tomaremos como referencia el concepto de “embrollos del cuerpo” que fue el título de la Conversación Clínica de la sección de Burdeos, animada por J.A. Miller en el año 2003.



La modalidad de trabajo se realizará considerando las diferentes prácticas clínicas de los miembros que se inscriben en el taller (médicos, psicoanalistas y otros) tratando de ilustrar el trabajo con la presentación de casos clínicos de los participantes.



En la práctica clínica, los pacientes se presentan en muchas ocasiones con el cuerpo “embrollado”, lo que supone una importante dificultad y objeción al saber de la medicina, así como a la práctica del psicoanálisis, de tal forma que para que un paciente pueda analizarse es necesario realizar un trabajo previo en el que la función del médico es fundamental. En este sentido, retomaremos el trabajo desarrollado el año pasado acerca de la relación médico-paciente.



Jacques Lacan señala en el texto del “Psicoanálisis y Medicina” que hay una falla epistemosomática en el saber de la medicina sobre el cuerpo porque no toma en cuenta las consecuencias del encuentro inaugural con el lenguaje y las del inconsciente. El cuerpo, que no puede dejar de “embrollarse” y hacerse sintomático, habla a su manera y nos plantea dificultades en la cura que investigaremos a lo largo del año. Retomaremos los diferentes momentos de la enseñanza de Lacan del cuerpo como imaginario, el cuerpo simbólico y la topología de los nudos. Investigaremos las diferentes modalidades clínicas con las que el médico se encuentra y la clínica diferencial del fenómeno psicosomático, el síntoma y el cuerpo en la psicosis.



Terminaremos el trabajo del curso con una jornada donde presentaremos los trabajos realizados a lo largo del año.



* Responsables: Rosa López, Santiago Castellanos, Joaquín Caretti.
* Calendario: 13 Octubre, 10 Noviembre, 15 diciembre, 9 febrero, 9 Marzo, 13 Abril, 11 Mayo..
* Horario: 19.45h, en la Biblioteca de la sede de Madrid.
* Jornada: en el mes de Junio.
* Inscripción: se requiere inscripción para participar.

En la sede del Nucep Gran Vía nº 60 2º izq 28013 Madrid.

Télefono 91 559 14 87 E-mail nucep@nucep.com

INFORMACIÓN: Lunes a viernes de 9 a 14 horas y de 16 a 19 hs. en la sede del Nucep

y en la web www.nucep.com

7.9.09

¿Qué hacer con el malestar del paciente?: El poder de la palabra.

La gestión de la incertidumbre
Ponencia presentada por Leonora Troianovski en el Congrés d’Atenciò Primària i Salut Mental.
Barcelona 21 y 22 maig 2009

¿Qué hacer con el malestar del paciente?: Entre la palabra y los fármacos
El poder de la palabra

Para el psicoanálisis el poder de la palabra consiste en que de lo dicho se saquen consecuencias. Esto es posible, en la medida en que se trata de palabras dichas bajo transferencia.
Si bien la relación transferencial, como sabemos, no es exclusiva de la relación analítica, es un fenómeno que encontramos también en el vínculo del paciente hacia el médico, el alumno hacia el profesor, etc. el psicoanálisis utiliza el potencial de la palabra bajo transferencia para orientar la cura.
En el presente trabajo, intentaré transmitir, a partir de mi experiencia clínica, algunas de las condiciones que permiten poner en juego esta dimensión de la palabra.
Para concluir, comentaremos una viñeta extraída del trabajo que realizamos con los médicos y el personal de enfermería, en el Programa de Soporte a la Atención Primaria.
Veremos cómo a partir de su lugar en la transferencia, el médico puede orientar su acción, permitiendo la formalización de la demanda y habilitar la derivación a salud mental.



1. La relación con la palabra

“Desde que el hombre habla está sometido a la cuestión de la verdad y sus identificaciones más íntimas responden a las paradojas de su vínculo con lo que dice y con lo que se le ha dicho. La materialidad del inconsciente está hecha de cosas dichas al sujeto que le han hecho daño y de cosas imposibles de decir que le hacen sufrir.”
Así, más allá del empuje actual a contarlo todo, la clínica testimonia de la existencia de la represión primordial que sella en el corazón de uno mismo un “yo no sé” irreductible, enraizado en un imposible de decir. Se trata de la escisión del yo en el proceso de defensa, que describe Freud en su texto.
Esta matriz, esta división, marca la relación del sujeto con la palabra. La palabra del otro, que presta su materialidad al inconsciente, y la palabra propia, afectada por este imposible de decir.
La clínica da cuenta de ello de diversas maneras, cuando el paciente dice más de lo que cree estar diciendo; o cuando testimonia de su esfuerzo para encontrar palabras que nombren su malestar.
Esta es la verdadera intimidad, que apenas mostramos porque es éxtima a nosotros mismos y de la que nos llegan señales, por ejemplo a través de la angustia, bajo la forma de crisis de ansiedad…
Por este imposible de decir estructural, el encuentro con el otro ubicado desde el lugar de la escucha analítica, deviene fundamental en el abordaje del malestar. Así, la transferencia permite poner en palabras, al dirigirlas al otro, lo que se piensa y siente. El hecho de invitar al paciente a hablar de su sufrimiento, permite que “lo que tiene en la cabeza” tome forma, adopte la estructura de lenguaje.
Así, el malestar puede formalizarse bajo la forma del discurso, en el que el sujeto toma lugar, toma posición respecto de sus palabras.
Luego de varias visitas fallidas (anula, llega tarde, no le avisan…) recibo a una mujer que dice “quiero estar bien; ser feliz”. Formula una larga queja de su situación familiar, nefasta e insoportable que ubica como responsable de su estado depresivo.
Pasa períodos de mucha actividad hasta que le da por dormir todo el día, sin ocuparse de su casa ni de su cuidado personal. Sale de este estado a partir del reclamo de la familia, ante el descuido de las tareas domésticas. Esta situación se mantiene desde hace años.
Le pregunto si pidió ayuda anteriormente y me explica que una vez le recetaron ansiolíticos, pero ella no los tomó: “si yo ya duermo sin parar…”. No quería “pastillas” y acudió a un psicólogo. Él le dijo que tenía que separarse de eso familiar y que la podría ayudar, pero ella dejó de ir.
En este punto me aclara, que no quiere “saber nada”, no quiere “complicaciones”. Dicho esto pasa a comentarme que últimamente tiene problemas para dormir, y que ahora esas pastillas podrían venirle bien…
Al concluir le digo que puede volver, si en algún momento quiere saber algo de eso de lo que no podía separarse y la derivo al psiquiatra para que valore la medicación.
Es frecuente escuchar a los médicos de familia hablar de casos en los que una situación se repite durante años: “te cuentan todo cada vez, siempre lo mismo, les dices a dónde ir, qué pueden hacer pero nunca hacen nada!
Este fenómeno de la clínica ya fue descrito por Freud cuando descubrió que ciertos pacientes eran reticentes a desprenderse de sus síntomas, eran reacios a la cura. Con ello nos enseñaba que el síntoma, a pesar de ser vivido como un sufrimiento encierra una satisfacción inconsciente, de la que el sujeto no se desprende fácilmente. Así vemos que no está claro que el “hablar” sea terapéutico por sí mismo…
Como dice J. Lacan, en “Psicoanálisis y medicina” hay una falla estructural entre demanda y deseo. Esto nos advierte de que cuando alguien pide algo, eso que pide no es idéntico, incluso puede ser totalmente opuesto, a lo que desea.

2. El malestar: formas de expresión y condiciones de abordaje

El malestar puede expresarse de diversas formas. Como veíamos la manifestación de un síntoma, puede convocar diferentes respuestas y vías de abordaje.
El abordaje por la palabra, supone ciertas condiciones, algunas, del lado del interlocutor, otras del lado del paciente.
Del lado del interlocutor, diremos brevemente, que el analista ha de estar en disposición de escuchar, de habilitar y sostener un espacio para que el paciente pueda elaborar una respuesta a su malestar.
Del lado del paciente, desde el psicoanálisis encontramos que para que haya síntoma es necesario creer en él. Esto implica que el paciente suponga al síntoma un sentido a descifrar, que se sienta concernido íntimamente.
Porque también es posible ser agente de un síntoma social sin que verifiquemos un síntoma subjetivo… casos en los que es el otro, la familia, los vecinos, el que señala que algo no funciona sin que el sujeto lo tome como algo que en él no va bien, o que quiera cambiar.
En otras ocasiones puede ser el propio sujeto quien manifiesta un malestar, pero como veíamos, sin que se den las coordenadas para que la satisfacción pulsional del síntoma pueda condescender a la transferencia.
El abordaje por la palabra requiere entonces ciertas condiciones que lo hacen posible, y que, al mismo tiempo señalan los límites de su alcance.
El sr. M llega a la consulta por un cuadro ansioso, falta de aire, taquicardias, sensación de mareos, que no remiten con medicación (Orfidal, Alprazolan). Los síntomas aparecen hace dos meses, “siente que no sabe por dónde tirar en su vida…”.
¿Qué pasó en su vida en aquel momento? Luego de cierta vacilación M puede situar que se encontró así después de recibir noticias de su ex mujer… De este primer encuentro plantea su demanda bajo un: “quiero que no me afecte”.
Lo invito a hablar de las coyunturas de la ruptura: “fue cuando me enteré de que me mentía; me estaba engañando”…
Tienen un hijo de 7 años, del que ella queda embarazada a los tres meses de conocerse. “Me dijo que estaba operada y que no podía tener hijos… he sido un ingenuo”, dice. Luego continúa: “Me mentía en todo, no era una buena chica; yo lo escondía a los demás, mis amigos, mis padres, yo la encubría… Si no hubiera sido tan escandaloso esta última vez, yo aun estaría con ella…”.
A la tercera visita el cuadro de mareos prácticamente ha remitido, dice que por fin se está sacando de la cabeza a su ex… pero aparece un nuevo síntoma que lo angustia mucho: la falta de erección.
Pregunto en qué contexto apareció esto: estando con una chica… “una amiga en común de mi ex mujer…”. ¿Qué valor le da él a esto?: “ahora ninguno…” ¿Antes?, “antes no lo hubiera hecho!”. Le comento que tal vez hay cosas de esa relación que aun están en juego para él…
Dice, asombrado, que cuando estaba con la chica él no pensaba en todo esto, no era conciente… ¿puede que sea inconsciente? , me pregunta.
Lo fundamental aquí no es que nombre al “inconsciente” sino que hay un consentimiento a suponer la causalidad psíquica, a suponer que más allá del síntoma como disfunción hay algo en ello que le concierne.
En este caso vemos que aun expuestas las razones a lo más público –todos se enteran de la infidelidad-, queda una dimensión desconocida para el propio sujeto, a la que se puede acceder por la vía del síntoma, bajo transferencia.

3. El médico de familia. Transferencia y formalización de la demanda

Si bien hay ciertas maniobras que se sostienen desde la posición del analista, que atañen a su disciplina y a su ámbito de trabajo, el psicoanálisis puede aportar algunos elementos interesantes cuando se trata de otras prácticas, que también, aunque de manera distinta, toman contacto con el malestar subjetivo.
El manejo de la transferencia y la dimensión de demanda, son dos conceptos que pueden orientar al médico cuando se trata, por ejemplo, de realizar una derivación. Incluso en aquellos casos en que el malestar no se presenta de entrada como sintomático para el propio sujeto…
La dra. L recibe un paciente, que acude para el control de una fractura. En la consulta expresa su angustia y preocupación por la hija, de 19 años. Le inquieta el desorden de su habitación, las salidas sin hora de regreso, las compañías...
La dra. pregunta en qué puede ayudar, el paciente dice que no sabe a quién acudir… Entonces L -la doctora- se ofrece a hablar con la hija y se despiden.
Luego de la visita, se pregunta si llamarla, pero decide no hacerlo. Para su sorpresa, al cabo de un mes, la joven se presenta en la consulta: “vengo porque ud. Quería verme”.
En este encuentro, la médico deja en suspenso lo que “sabe” del caso: lo dicho por el padre y los consejos sobre prevención de enfermedades de transmisión sexual, consumo de tóxicos, etc. y la invita a hablar de sus preocupaciones. Esto permite la puesta en palabras de una serie de malestares y dar cuenta de la vivencia de un desorden en su vida…
Del relato de la joven, hay dos elementos que toman un relieve particular: la repetición de algo de la historia de la pareja paterna y un punto de giro, en el momento en que ésta dice: “ahí cambió todo para mi”. Recoger este punto de giro, constituye la ocasión de la formalización de la demanda, y habilita la posibilidad de hacer la derivación a salud mental.

Para concluir
La clínica nos muestra que la palabra dicha tiene efectos. Se trata de un poder que toma su fuerza del lugar que el profesional ocupa en la transferencia y del uso discrecional que haga de él. El acto de palabra bajo estas coordenadas puede abrir una nueva dimensión del tiempo. Se trata del tiempo subjetivo que en ocasiones la palabra del médico también puede habilitar. Un tiempo para el duelo, un tiempo para la pregunta, un tiempo para la elaboración… A veces, la posibilidad de formalizar una demanda alrededor de un síntoma subjetivo. Entonces sí, será un síntoma que permita, como el hilo de Ariadna, encontrar una salida al laberinto.


1.-Artículo en AMP blog, Usos de las neurociencias para el psicoanálisis, E. Laurent




Leonora Troianovski

15.7.09

LA CUESTIÓN DE LA SUBJETIVIDAD Y LA ENFERMEDAD.

UN EJEMPLO: EL VIH/SIDA

Breve resumen de la tesis doctoral “La cuestión de la subjetividad y la enfermedad. Un ejemplo: el VIH/sida”, defendida en febrero de 2009 en la Universidad del País Vasco en el área de filosofía y más concretamente en el ámbito de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS).


POR LIERNI IRIZAR LAZPIUR.


Este trabajo parte de algunas cuestiones a responder: ¿cómo entender la enfermedad? ¿cómo se ve la enfermedad desde diferentes discursos y desde diferentes puntos de vista? ¿cuál es la visión predominante hoy día y cómo ha surgido? ¿cómo se puede hacer un lugar a la cuestión de la vivencia subjetiva de la enfermedad?
Considero que la enfermedad es inseparable del ámbito de lo humano. Mi preocupación no está en el orden de la biología ni de las enfermedades animales sino en lo que ocurre en un organismo que es más que eso. Un ser hablante cuya entrada en el lenguaje lo diferencia radicalmente del animal, complejizando todas sus vivencias y experiencias.
Desde un enfoque multidisciplinar, he recurrido a diferentes perspectivas y autores a fin de realizar un análisis, que tomando como hilo conductor la cuestión de la subjetividad, se ordena de lo más general a lo más particular: ciencia, biomedicina, psicoanálisis, saberes no médicos, relación clínica, y el VIH/sida.
La subjetividad se entiende en este trabajo como inseparable de lo social, de los discursos de la época ya que se construye precisamente en esa dialéctica entre lo individual y lo social (lenguaje, cultura, discursos). Tras el descubrimiento freudiano, la subjetividad no puede tampoco entenderse en el sentido de completud y armonía sino que debe tener en cuenta que el sujeto es un ser de lenguaje y está por ello atravesado y marcado por la falta, por el inconsciente, el deseo y el goce.
El primer aspecto analizado ha sido la cuestión de la subjetividad en la ciencia y se ha podido constatar que la objetividad es un concepto histórico y cambiante que ha funcionado como un ideal del conocimiento. El desarrollo de la ciencia asume este ideal unido a una visión matematizable, cuantificable y medible de lo real. Esta visión ha supuesto la eliminación de los aspectos subjetivos en el conocimiento. Desarrollo que culmina con el positivismo y su defensa y valoración del conocimiento científico como verdadero saber. El ideal de la objetividad ha supuesto una concepción del sujeto de la ciencia como ajeno a condicionantes de cualquier tipo, motivado únicamente por la búsqueda del saber y la razón.
Esta visión es cuestionada en el siglo XX, a través de diferentes disciplinas, entre ellas la filosofía de la ciencia, y más concretamente los estudios CTS. La ciencia se considera desde esta perspectiva como una actividad plural, no solo como conocimiento sino también como actividad transformadora del mundo. Además de una visión optimista de la ciencia aparece otra visión crítica que apunta a los problemas que crea. Se pone de manifiesto la importancia epistémica de los componentes subjetivos y sociales. Desde diferentes ámbitos, se inician estudios en torno a la práctica científica que pondrán de relieve la implicación de una pluralidad de valores, intereses, aspectos subjetivos, teóricos, etc. que intervienen en el proceso de conocimiento y en las teorías.
Se muestra también que todo conocimiento es histórico, al igual que los ideales que lo guían. Se restituye de algún modo la importancia de lo cualitativo y de lo subjetivo que se valoran como necesarios para acceder de un modo más realista al conocimiento.
Se pone también de relieve que el saber no es inocente sino que es, como afirma M. Foucault, un poder que normaliza, controla, vigila y ordena. Detrás de la verdad, universalidad, objetividad y neutralidad axiológica, hay una dimensión de poder y de fuerza. Es el lugar en la estructura el que lleva a sufrirlo o ejercerlo. Se puede afirmar que la ciencia es el verdadero poder contemporáneo: establece lo permitido, la falta, la enfermedad, el crimen. Produce realidad.
Tras este primer análisis, el segundo aspecto estudiado es la cuestión de la subjetividad en el ámbito de la medicina. Partiendo de la constatación de que la actual biomedicina se basa fundamentalmente en un enfoque científico, organicista, se analiza cómo se fue construyendo la mirada médica en la historia.
El recorrido histórico a través de los diferentes sistemas médicos muestra cómo la mirada médica va cambiando y también los distintos modos de entender la salud y la enfermedad. Nuestra visión actual surge históricamente y será modificada en el futuro.
El desarrollo de la medicina a través de las distintas mentalidades nos muestra la posibilidad de entender el ser humano como objeto, desde fuera, o como sujeto desde dentro, desde la intimidad. El problema que se plantea es el reduccionismo a que apuntan ambas soluciones ya que la primera descuida un aspecto fundamental en los procesos de enfermedad y la segunda prescinde a menudo de la dimensión corporal. Es también complicado tratar de unificar ambas visiones para poder atender al humano como una unidad.
En la actualidad, desde el enfoque biomédico y científico, la mirada se centra en los fenómenos objetivos y hay muchas dificultades para incorporar las cuestiones subjetivas a las teorías. Se mantiene también como un ideal la descripción de los fenómenos observados en términos cuantitativos.
Tras el análisis de la subjetividad en medicina, el tercer aspecto estudiado se centra en el psicoanálisis que se ocupa de la patología, el malestar y el sufrimiento desde la perspectiva que la ciencia abandona: la del sujeto concreto.
El psicoanálisis surge en una época de auge científico gracias a un médico, S. Freud, que consideró necesario escuchar a sus pacientes para comprender algo de sus síntomas y padecimientos. Este hecho supuso la introducción de la cuestión subjetiva en la medicina, pero ese sujeto introducido por Freud, es diferente al sujeto racional del conocimiento, ya que se muestra como dividido y en conflicto a causa del inconsciente, la pulsión y la repetición que Freud constata como condicionantes de la vida humana. El sujeto no es algo medible o cuantificable sino algo estructuralmente complejo, en conflicto, dividido y en falta. Un sujeto para el que no todo es posible y cuya división no apunta a ninguna sutura. La falta es para el psicoanálisis irreductible y por ello no todo se puede decir, no todo el goce es posible, no toda la felicidad es posible, no toda la salud es posible.
El descubrimiento freudiano fue desarrollado por J. Lacan quien en un primer momento se centra en el surgimiento del “yo” como una construcción imaginaria. Posteriormente desplaza su atención a la constitución del sujeto como “falta en ser” producida por el lenguaje. El ser natural o instintivo es algo que se pierde en ese acontecimiento radical que supone la entrada en el lenguaje y por tanto la humanización de la existencia. El modo en que cada cual queda atrapado por la red o estructura significante hace posible el surgimiento de un ser particular e irrepetible.
Como consecuencia de este proceso se produce el inconsciente que para Lacan está estructurado como un lenguaje ya que obedece a las leyes del funcionamiento significante.
Sin embargo, no todo es significante. Hay otra dimensión real que se resiste a la significación y que es la dimensión pulsional o lo que Lacan llama el goce. Lacan habla de goce para referirse a este tipo de satisfacción pulsional que se obtiene en contra del sujeto, por la vía del displacer.
La inserción en el lenguaje tiene para el humano consecuencias en el cuerpo. El goce remite a ese mixto entre el organismo y el lenguaje que es el goce del cuerpo, a ese encuentro traumático entre el cuerpo y la palabra. Lo pulsional se satisface de forma parcial ya que para el ser humano el instinto sexual animal está perdido. Esto implica que la posición sexual no depende de la biología sino del modo en que ese goce se inscribió para un sujeto. Hay por tanto un no saber estructural respecto a la sexualidad que se resuelve en cada caso en la contingencia del encuentro particular con el goce sexual. El goce es del cuerpo.
Esta visión implica que el goce es para el humano algo problemático por estructura y por eso es del orden del síntoma: hay algo del cuerpo apresado en la palabra como síntoma, goce y sufrimiento.
Lo humano se despliega en tres registros constituidos en torno a un vacío: imaginario, simbólico y real. Pensamiento, lenguaje y cuerpo se articulan así de un modo complejo.
El psicoanálisis no remite a un patrón de normalidad sino a una pragmática, un poder hacerse una vida soportable para el sujeto.
Este enfoque nos muestra la necesidad de tener en cuenta que el modo en que un sujeto se relaciona con su enfermedad es fundamental en la comprensión y tratamiento de la misma. No es posible pensar un enfermar que solo esté atravesado por la biología y que no tenga en cuenta que el cuerpo está marcado por el lenguaje. Es importante tomar conciencia de que hay un cruce entre la biología y lo simbólico y esto implica que para el humano se perdió lo natural biológico como tal. Se requiere una visión del humano que reconozca su particular realidad más allá del modelo de la máquina y del animal.
El síntoma abre una pregunta por la existencia y hay que poder escuchar lo que está en juego en el malestar más allá de una respuesta inmediata desde la farmacología. El psicoanálisis abre la cuestión de la necesidad de una cultura y por tanto una medicina, que no aplasten la subjetividad.
El enfoque del psicoanálisis como una pragmática puede ser también un ejemplo para pensar la posibilidad de una medicina que, cuando no puede curar, como es el caso de las enfermedades crónicas, pueda apuntar a la creación de una nueva forma de vida.
Junto a las aportaciones del psicoanálisis, se analizan en cuarto lugar otros enfoques no biomédicos que plantean reflexiones importantes en la comprensión de la enfermedad. Propuestas que consideran que tanto los valores como los aspectos sociales, culturales, económicos y subjetivos forman parte de la salud y la enfermedad.
Desde la filosofía, Canguilhem desvela la presencia de valores involucrados en los conceptos de normalidad y patología. La enfermedad es una nueva dimensión de la vida y el enfermo es sujeto de su enfermedad siendo además su vivencia la que define lo que sea o no patología. Esta vivencia, junto a las ideas dominantes del medio social, determinan lo que sea o no enfermedad.
La historia pone de relieve una gradual disociación entre la enfermedad y el enfermo, convirtiendo a este último en un objeto para la medicina. Hay una paradoja importante señalada por Canguilhem al apuntar que la biomedicina ha posibilitado avances espectaculares precisamente en parte, por la eliminación del sujeto. Esto nos sitúa ante la dificultad de introducir el sujeto sin que esto sea un impedimento o un freno para dichos avances. Mientras este tema no esté resuelto, sería necesario paliar las consecuencias negativas que produce dicha eliminación tanto en la relación clínica como en todo el proceso asistencial. La idea de Canguilhem sobre la curación es también muy importante ya que al considerar que nunca es posible restituir un estado previo de salud, propone el establecimiento de un nuevo estado con la menor renuncia posible. Esta visión abre la puerta a que en procesos o enfermedades crónicas, ya que la salud previa es un imposible, se ayude a los sujetos a construir una nueva forma de estar en la vida que sea soportable, vivible. Esto es algo que solo se puede hacer teniendo en cuenta la particularidad de cada sujeto.
Desde la bioética, los principios que la rigen (no maleficencia, beneficencia, justicia y autonomía) introducen la necesidad de considerar a la persona más allá de lo que de ella afirma el conocimiento científico. El hecho de tener en cuenta los aspectos éticos implicados en la enfermedad y en el acto médico, es ya un modo de no silenciar lo subjetivo. Se reconoce que tratar a las personas nunca puede ser solo un acto científico o técnico ya que siempre se produce un encuentro con lo único, lo particular y lo concreto.
Los principios en los que se basa la bioética, fundamentalmente el de autonomía, reconocen la existencia de un sujeto con capacidad de decisión. Según afirma D. Gracia la extensión de esta idea ha llevado a que hoy en día sea el usuario de los servicios de salud quien define lo que es o no una necesidad sanitaria. Esto nos sitúa ante el derecho a decidir qué es salud y enfermedad y por tanto ante la necesidad de reflexionar sobre las consecuencias de este nuevo fenómeno. Ante la posibilidad de que surjan demandas imposibles de satisfacer y la consiguiente frustración de profesionales y usuarios, se plantea la necesidad de una reflexión y toma de conciencia sobre los valores implicados en la salud y la enfermedad. Parece necesario que tanto en el ámbito médico como en el social se realice un debate para definir qué visión mantenemos sobre la salud y la enfermedad. En este sentido, se debería cuestionar el ideal contemporáneo de la salud como perfecto bienestar ya que es algo irrealizable.
En cuanto al ámbito clínico, la bioética plantea la necesidad de una relación clínica personalizada, consciente de la particularidad de cada sujeto y desde esta perspectiva, el recurso a la palabra se considera imprescindible ya que el tratamiento es inseparable del diálogo. En esta línea, se apuesta por una bioética narrativa basada en una razón vital que incluya los afectos, creencias, valores, preferencias, etc. Las razones son persuasivas y dado que no anulan otras perspectivas, introducen la necesidad de los otros, de la deliberación para buscar respuestas a los problemas.
Se necesita una ética de la responsabilidad que tenga en cuenta el contexto histórico, social, económico, cultural y también personal. Este enfoque pone de relieve la complejidad de la enfermedad y anima a un diálogo entre disciplinas y se destaca también la necesidad de cuestionar la división entre ciencia y valores.
El análisis de M. Foucault se centra en los aspectos sociales y de poder involucrados en la medicina. El Estado actual se ocupa de la salud y por esto, el cuerpo se ha convertido en objeto de la intervención de los estados.
Hoy en día, todo lo relativo a la vida entra en el campo de la medicina y ésta ya no responde a la demanda del sujeto sino que se impone a los sujetos a través de diversas modalidades: controles médicos periódicos, registros de enfermedades de declaración obligatoria, etc. Hay toda una faceta de poder implicada en esta medicalización de la vida.
El cuerpo está hoy en el mercado y esto tiene también implicaciones en la visión de la salud y la enfermedad. Es necesario tener presente esta perspectiva económica para pensar sobre dichos conceptos en la actualidad. Hay por tanto que establecer vínculos entre medicina, economía, poder y sociedad para poder actuar de algún modo sobre el modelo médico.
Este es el campo en el que despliega su interés la antropología de la medicina que concede una gran importancia a los factores sociales y culturales. Los sistemas médicos son considerados sistemas socioculturales, instituciones sociales y estructuras de poder. Son aparatos ideológicos históricamente determinados.
La antropología de la medicina realiza una importante crítica de la biomedicina al considerar que no asume los aspectos sociales y culturales y tiende a una clínica cada vez más farmacológica. Además destierra de su campo de estudio y de su práctica, aquello que no es considerado científico. Este enfoque aísla el organismo del sujeto y a éste de su contexto.
La perspectiva de la antropología apunta a contrarrestar esta visión reduccionista de la biomedicina con una visión que no prescinda de la dimensión histórica, que pone de relieve la dependencia entre lo llamado natural y lo social, el reconocimiento de la multicausalidad etiológica y la negación de la neutralidad de la teoría y la práctica médica.
La enfermedad se entiende como construcción social y también como malestar individual. En este sentido es necesaria una comprensión del ser humano como miembro de una comunidad determinada y al mismo tiempo como un sujeto particular.
Todos estos aspectos involucrados en la enfermedad y eliminados de la biomedicina aparecen casi siempre como obstáculo y dificultad en el ámbito de la relación clínica y por esto, dicha relación es el quinto aspecto estudiado. En esa relación entre un médico y alguien que acude a consultar y/o pedir ayuda, confluyen el saber médico objetivo con los sujetos concretos involucrados y es el espacio en el que la cuestión de la subjetividad toma todo su sentido. En la relación clínica intervienen, además de aspectos individuales de los implicados, factores familiares, grupales, institucionales, socioeconómicos, culturales y políticos.
Es necesario también tomar conciencia de la importancia que la cuestión de la subjetividad toma en la relación clínica, tanto por parte del médico como del enfermo. Sobre el enfermo, tener en cuenta su particularidad, lleva a una mejor comprensión de la enfermedad y a un mejor tratamiento y evolución del proceso. Sobre el médico, es necesario tomar conciencia de todos los aspectos que subyacen a su mirada. En primer lugar, tomar conciencia de los ideales presentes en su formación técnica y científica, así como sus creencias, ritos y valores, como el que limita el ámbito del conocimiento médico a los llamados “hechos objetivos” que suponen la eliminación o puesta entre paréntesis de las dimensiones de la vida que no se pueden objetivar.
El panorama de complejidad que en la práctica plantea un enfoque de este tipo, sugiere la necesidad de pensar recursos que apoyen este tipo de trabajo. En esta línea, la propuesta de Balint se centra en aspectos psicosociales de las personas enfermas, los profesionales de la medicina y la relación clínica. Propone una orientación y un camino para conseguir una mejor relación clínica y una mayor satisfacción tanto para los profesionales como para las personas que acuden a ellos. Analiza el modo en que habitualmente se conducen los profesionales, sobre todo los de medicina general, sus dificultades y la necesidad de aprender a escuchar. Este trabajo se realiza en los llamados grupos Balint que introducen la dimensión subjetiva en la reflexión sobre la enfermedad y la práctica médica. En este tipo de experiencias grupales se constata que el profesional que aprende a escuchar, se convierte él mismo, en el primer tratamiento para sus pacientes y esto redunda en beneficio de su salud. Cuando esta escucha no se da, el enfermo se puede ver sometido a una cadena de exámenes físicos sin tener en cuenta las consecuencias que este proceso tiene para su enfermedad y su vida. Pruebas, que en ocasiones, se pueden evitar o posponer con una escucha atenta del malestar. Se plantea la necesidad de pensar lo que M. Balint llama una “patología de la persona total” que debería asumirse por los médicos generales o de familia, con la ayuda de expertos. Se necesitaría por tanto disponer de espacios en los que el profesional pueda trabajar su posición, ideas, deseos, de modo que no se incurra en lo que M. Balint denomina “función apostólica”, que implica en la práctica la conversión de los enfermos al ideal del médico. Aprender a escuchar supone también reconocer que no todo se juega a nivel consciente y que hay muchos factores que si no se trabajan aparecen de forma inadecuada en la relación. Este enfoque apunta a la necesidad de aproximarse al enfermo con una pregunta por su vida, por saber quién es, de dónde viene y por qué, cómo vive, y hacerlo respetando su demanda y su deseo propio sin sustituirlo por el del profesional. Todas estas necesidades se relacionan también con la cuestión de la formación de los médicos. Es necesaria una formación que aborde esta complejidad. Sabemos que hoy en día la mirada médica se construye en un largo proceso de formación que convierte a las personas en cuerpos a analizar objetivamente. Sería necesario introducir en el campo de dicha mirada, una perspectiva del enfermo que incluya toda la complejidad que plantea la existencia de un ser humano que vive con una enfermedad.
La medicina puede obtener aportaciones de otros saberes y es importante reconocer que hay diferentes formas de tratar el sufrimiento humano y que la escucha y el trabajo con la palabra pueden tener efectos radicales en el sujeto.
Dentro de la medicina, la medicina narrativa abre un campo importante para la introducción del sujeto, ya que centra su interés en el significado y comprensión de la enfermedad para los protagonistas implicados. Supone un enfoque que reconoce la enfermedad como acontecimiento biológico y biográfico, que da voz al enfermo, que no acalla su punto de vista. Introduce, al igual que el psicoanálisis, la importancia de la palabra y de lo simbólico en la comprensión, conocimiento y tratamiento de la enfermedad. Reconoce la eficacia de lo simbólico y la importancia que cobran los relatos en esos momentos de la vida en los que, como en la enfermedad, el marco de referencia de un sujeto se quiebra. En esos momentos, se necesita poder dar un sentido que pueda recomponer de algún modo un nuevo encuadre para la vida. Y no solo para la vida, también para la muerte. Los relatos pueden modelar, modificar la experiencia y esto resulta fundamental en la comprensión y tratamiento de enfermedades crónicas.
Es necesaria también la práctica de una medicina cuyo objetivo no sea solo la curación sino también el cuidado y el apoyo a las personas que viven con enfermedades, sobre todo en los procesos crónicos.
El último aspecto analizado trata de aplicar el análisis teórico previamente realizado a un ejemplo concreto: la infección por VIH/sida. Infección que aparece en un momento de optimismo científico – médico y que está marcada desde su inicio por un estigma que ha influido en su desarrollo y en las acciones realizadas en torno a ella. El modo en que la epidemia del sida ha sido abordada y comprendida por la medicina, la ciencia, los estados y los medios de comunicación, muestran claramente cómo la cuestión de la enfermedad es inseparable de lo social. No se puede separar lo biológico de los valores, creencias, prejuicios, etc. La percepción subjetiva de las personas que viven con VIH se crea en relación a los discursos sociales pero a pesar de esto, la vivencia es siempre particular y ligada en los sujetos a la necesidad de dar sentido tanto al modo de infectarse, como a la sexualidad, a la vida y a la muerte. Entre estas vivencias aparecen algunas que plantean un verdadero desafío en cuanto a su comprensión y modos de afrontamiento. Se trata de aquellas relacionadas con el desarrollo de prácticas que entrañan riesgo de infectarse con el virus a pesar de tener información y medios eficaces para prevenir. Discursos como el del psicoanálisis pueden ser de utilidad para comprender algunos de los modos de goce ante los que la biomedicina no sabe cómo responder. Puede ayudar a comprender que la sexualidad y la vida son complejas para el humano y que podemos realizar actos que van contra nuestro bien. Plantea también un modo de afrontar estos temas complejos a través de la escucha del sujeto, del modo en que habla de su enfermedad. Más allá de las campañas de información y sensibilización, es necesario crear espacios de escucha para que el sujeto que lo desee pueda saber y elaborar algo en torno a su modo particular de goce, que le permita vivir mejor. También las acciones orientadas desde un enfoque social de reducción de daños son claves para afrontar este tema.
La importancia de los aspectos subjetivos se hace patente también en el tratamiento de la enfermedad. La dificultad de TARGA (Tratamiento antirretroviral de gran actividad), la necesidad de una buena adhesión y los riesgos de no conseguirla, hacen que sea imprescindible tener en cuenta los deseos de quien tiene que tomar diariamente dicho tratamiento, su tipo de vida y el apoyo que necesita para poder llevarlo a cabo. La relación clínica cobra también aquí una relevancia extraordinaria ya que una buena adhesión no es solo una cuestión de disciplina sino de poder tomar decisiones compatibles con la vida, teniendo en cuenta las posibilidades reales de las personas.
Los aspectos sociales relacionados con el VIH están muy presentes en la prevención, el estigma, la asistencia, etc. y aparecen claramente también en el fracaso del sistema sanitario para llegar a personas que viven con VIH y tienen además problemas sociales y/o psiquiátricos. Son estas personas las que hoy en día se consideran más vulnerables a desarrollar la enfermedad y morir a causa del sida en nuestro entorno. Es necesario tomar plena conciencia de la importancia de estos factores sociales e impulsar un nuevo modo de trabajo en lo social que esté basado en los derechos humanos. Hay que pensar nuevos programas e iniciativas que se orienten a reducir el estigma asociado al VIH/sida, la discriminación y el respeto a los derechos básicos. En este camino es necesaria la participación de las personas que viven con VIH y de los grupos sociales que trabajan día a día en este campo. Un modelo posible es el dialógico propuesto por A. Martínez y que se caracteriza por reconocer la multidimensionalidad de la enfermedad, la bidireccional entre profesionales y afectados y las relaciones simétricas.
A modo de ejemplo se ha realizado un pequeño trabajo de campo y las entrevistas realizadas a personas que viven con VIH y a médicos que trabajan en el ámbito del VIH/sida ratifican la importancia de los aspectos tratados en este trabajo. En primer lugar se constata la importancia de la historicidad en las enfermedades que se muestran claramente, no como hechos estáticos, sino como acontecimientos que se transforman y modifican en la historia . Es necesario pensar las enfermedades como procesos abiertos, historias cambiantes y desde ahí modificar incluso nuestro modo de hablar sobre ellas. El lenguaje utilizado en el VIH, que califica a quienes están afectados por la enfermedad como “personas que viven con VIH”, es un ejemplo en este sentido. Porque no se es un enfermo, la enfermedad no es el ser del sujeto, ni se tiene una enfermedad como una posesión. En realidad se vive con una enfermedad y la vida es todo menos inmóvil y estática.
Esta visión dinámica de la enfermedad pone de manifiesto la necesidad de dar voz a los implicados en estos procesos para que puedan elaborar los cambios que se producen y para escuchar los significados que se atribuyen a los conceptos ligados a la enfermedad. Las entrevistas realizadas en este trabajo son un ejemplo que confirma esta necesidad. Se ha podido constatar cómo en algo aparentemente tan sencillo como la consideración del VIH como enfermedad crónica, se producen diversas lecturas e interpretaciones sobre lo que es o no la cronicidad. Es importante poder conocer dichas interpretaciones para comprender las vivencias y percepciones de la enfermedad. Dar voz a los implicados permite también comprender que ese proceso histórico de la enfermedad tiene consecuencias para las personas y que no es lo mismo llevar 20 años de infección y tratamiento que llevar dos, que cada fase de la infección tiene sus particularidades. Hay personas que llevan muchos años viviendo con el VIH y eso tiene un precio de cansancio, desgaste y deterioro y también de experiencia y aprendizaje que se debería contemplar.
Por otro lado, el conocimiento biográfico y la relación clínica de confianza se revelan como algo fundamental para comprender la evolución y altibajos que se producen en los tratamientos. Es necesario dar un lugar para que las personas puedan hablar de cómo llevan su tratamiento, lo que les supone de dificultades y cansancio y dar apoyo a quienes lo necesiten. Se constata que a menudo no se crean relaciones de confianza que permitan plantear estos temores y dificultades, lo que lleva a que las personas en tratamiento realicen cambios en las pautas sin informar al médico o informando a posteriori con cierto temor a su reacción. Este tema debería ser motivo de reflexión sobre el tipo de relación clínica que impera hoy en día.
A modo de conclusiones finales se puede afirmar que la biomedicina actual elimina la cuestión de la subjetividad y también los aspectos sociales. Ante las dificultades y limitaciones que aparecen en la práctica se intenta dar una respuesta protocolizada basada en funcionamientos técnicos y procedimientos automatizados. Es una respuesta para todos igual: todos organismos sin biografía ni circunstancias. Los métodos pueden ayudar a razonar en las decisiones pero no garantizan la adecuación de la respuesta que solo se puede conseguir a partir de la demanda personalizada.
También se ha podido constatar que hay otros saberes y teorías que tratan de introducir los aspectos que la biomedicina excluye. Sin embargo, estos enfoques son a menudo ignorados porque se valoran como especulativos, no científicos y/o críticos con dicha biomedicina. Considero que es necesario un esfuerzo de comunicación entre disciplinas que construya un puente entre saberes de forma que se puedan pensar acciones encaminadas a afrontar los retos que plantea el futuro de la medicina.
El saber está hoy fragmentado y tenemos especialistas de todo tipo que dividen al ser humano en multitud de parcelas. La medicina es un claro ejemplo de esa fragmentación del saber y necesitamos, para compensarlo, una reflexión sobre lo que los humanos somos como conjunto, con toda su complejidad.


LIERNI IRIZAR LAZPIUR

29.6.09

fibromialgia: una experiencia de trabajo en grupo.

Maximo Recalcati. Sobre los grupos monosintomáticos (1).

Antonio Ceverino Domínguez.
Centro de Salud Mental de Hortaleza. Madrid.


De entrada hay que señalar que son escasas las contribuciones estrictamente lacanianas a la teoría de grupos, por distintos motivos. En primer lugar no debe olvidarse que la teoría lacaniana es un work in progress. La mayor parte del corpus teórico procede de la enseñanza oral de Jacques Lacan (los Seminarios), cuyo texto definitivo está siendo establecido de forma progresiva. Por otro lado el setting donde se desenvuelve de forma privilegiada una práctica inspirada en la enseñanza de Lacan ha sido la consulta privada, individual, mientras que la experiencia grupal ha sido más frecuente en el espacio institucional. Otro de los motivos que, desde fuera del psicoanálisis, se esgrimen para este aparente desinterés por los fenómenos grupales es que este se limita al mundo psíquico, al mundo interno, y que tiene una concepción de la subjetividad totalmente inadecuada para dar cuenta de la estructura social y familiar –transindividual- de la realidad humana. Sin embargo, el Freud de “Psicología de las masas y análisis del Yo” afirma que la psicología individual es desde el inicio psicología social… y el nódulo donde se constituye la subjetividad del sujeto, el complejo de Edipo, es abiertamente relacional, triangular, familiar. Lacan insiste en esta perspectiva, y afirma que el sujeto del inconsciente no tiene nada de interior, debiéndose pensar más bien como una exterioridad, como efecto de la incidencia estructural de las leyes transindividuales del lenguaje (el gran Otro) sobre el sujeto. Freud incluso expresó el riesgo de que la subjetividad humana pueda extraviar la particularidad del propio deseo alienándose en formas colectivas y masificadas de identificación.
Lacan además muy tempranamente se ocupó en términos muy elogiosos de la experiencia de trabajo con grupos de Bion en la Inglaterra de la 2ª Guerra Mundial, a la que calificó de auténtica “innovación metodológica” en un texto titulado “La psiquiatría inglesa y la guerra”. Y por otro lado, Lacan había constituido la célula básica de su naciente escuela en torno a lo que denominó cártel, un pequeño grupo de cuatro personas más una (donde el más uno –lejos de ser el lugar del saber- constituye el catalizador del trabajo del grupo, el movilizador, el punto de capitón que precipita la significación). El cártel es entonces un pequeño grupo de trabajo e investigación alrededor del cual Lacan hace pivotar a su escuela.
Han tenido que transcurrir unos años para que –salvando las experiencias del psicodrama psicoanalítico de los Lémoine en la cultura post68- se consolidaran institutos clínicos lacanianos donde se incorporaran abordajes de grupo y nos encontremos con aportaciones teóricas como las que hoy quiero presentar. Se trata del trabajo de Máximo Recalcati (2) , psicoanalista italiano que desde 1994 en ABA (Asociación para el estudio y tratamiento de la anorexia, bulimia y otros trastornos alimentarios) y desde 2003 en Jonás (Centro de tratamiento psicoanalítico de los nuevos síntomas) trabaja con abordajes de grupo sobre pacientes con problemas alimentarios, adictivos, etc.
Vamos a dedicar unas palabras a la experiencia antes nombrada de Bion. Se trata de un psicoanalista inglés que se hizo responsable de la terapia –en la Inglaterra sometida al asedio alemán durante la 2ª Guerra Mundial- de soldados con problemas psicopatológicos o corporales de base psicógena que obstaculizaban su participación activa en el frente. Como se trataba de más de 400 soldados era impensable una terapia individual, y Bion tiene el mérito de transformar esa dificultad en virtud, en ocasión, en ocasión de una innovación metodológica que para el psicoanálisis de la época resultaba casi herética.
Bion hizo efectiva la conceptualización freudiana (de “Psicología de las masas y análisis del Yo”) de masa en la distinción entre “grupo en asunto de base” (grupo animado por fantasma inconsciente) y “grupo de trabajo” (grupo orientado por un objetivo simbólico), enfatizando que existe una forma posible de vínculo social que no se reduce a la dinámica puramente imaginaria de la identificación recíproca (“Tú eres como yo, ya sé lo que soy, soy una fibromiálgica, soy una anoréxica, soy un bipolar”, etc). En la perspectiva de Freud, la masa es un modo particular de borramiento del sujeto particular bajo un significante o enseña universal que fascina al sujeto (y pone Freud el ejemplo de la Iglesia o el Ejército). Es decir, una institución que se apoya en el carisma del líder y la identificación a sus emblemas hace masa y expulsa lo particular del sujeto en esta operación en un apego recíproco de tipo especular, hipnótico. La diferencia subjetiva desaparece en una identificación común de tipo vertical al jefe carismático situado en el lugar del ideal (p.e. las comunidades terapéuticas de drogodependientes del modelo tradicional americano, constituidas por extoxicómanos reconvertidos en terapeutas y dirigidas por un director-líder, etc).
A diferencia de la masa, el pequeño grupo es un experiencia que puede garantizar la existencia de la diferencia particular, un vínculo social en identificación horizontal, que no se apoya en el ideal de lo Uno, un grupo sin jefe. Se trata en él de animar la horizontalidad de la identificación de forma autocrítica, descristalizando los estancamientos identificatorios. Aquí autocrítica se entiende como una actitud que interroga las identificaciones que ocultan lo propio en la homogeneidad imaginaria de la masa (con intervenciones del tipo de “¿cómo qué tu enfermedad?, ¿a qué te refieres cuando hablas de tu enfermedad?”).
Este pequeño grupo está sostenido por el “vínculo social reducido a la realización del objetivo común” (Bion). Y teniendo en cuenta que en la clínica del pequeño grupo existen oscilaciones:
• fases en que prevalece la identificación a lo homogéneo, el encerramiento del grupo sobre el rasgo en común (p.e. la restricción alimentaria, o el alcohol, o el dolor, etc), grupo-masa o –según Bion- grupo en supuesto de base rígido
• y fases en que prevalece la actividad de simbolización que opera precisamente sobre el material imaginario aportado en las fases de grupo-masa
Un ejemplo: Al relato de la yatrogenia de los distintos especialistas en cuyas manos se pone reiteradamente Esperanza, una paciente del grupo de dolor, sigue, meses después, el relato del abuso sexual reiterado que sufrió en su infancia y adolescencia a manos del padre.
En la fase de grupo-masa el sujeto se identifica a determinados significantes y lo interesante del trabajo grupal, lo paradójico, es que el carácter absoluto de esta identificación no es interrogado ni problematizado de entrada en el grupo (como sí ocurriría quizás en un análisis individual) sino más bien constatado como condición de entrada en el dispositivo grupal (algo así como: “Eres fibromiálgica, te duele todo, tu vida es un dolor, de acuerdo. Pasa y toma asiento en este grupo”), como “un anzuelo lanzado al mar de la identificación de masa del que se nutren los nuevos síntomas” (Recalcati). Recalcati precisa que la monosintomaticidad (es decir, la tendencia social a hacer del síntoma una identidad) es precisamente la que permite instituir el vínculo entre sujetos en el pequeño grupo. Luego, posteriormente, la cura operará sobre esta homogeneidad constatada a la entrada con el fin de extraer lo más singular del sujeto, su historia personal, lo más familiar o lo traumático. Es decir, luego, con el tiempo será el momento de recibir el síntoma en su valor de producción singular y de plantar cara a la “política comunitarista del síntoma” (3) que propone agrupamientos sintomáticos como lugares de identificación (4). Entonces será el momento de dejar claro que la homogeneidad del síntoma (que defienden los planteamientos epistemológicos que homologan los fenómenos clínicos en orden a aplicar procedimientos diagnósticos estandarizados) es una ilusión, un lazo imaginario, un espejismo. Si la monosintomaticidad garantiza al sujeto alcanzar una identidad particular por medio de una identificación universal, la ilusión del "nosotros", el psicoanalista, en sus silencios y sus puntuaciones, tendrá que ingeniárselas para deshacer esa semejanza imaginaria, apostando a que aparezca algo aleatorio, contingente, que apunte a la división subjetiva. Es decir en el grupo se trataría luego de extraer de lo homogéneo, del semejante, de lo familiar, de lo igual… de eso extraer lo diferente, lo extraño, lo ajeno, pero que al mismo tiempo es lo más propio de cada uno, siguiendo el principio freudiano de lo siniestro. Es decir, extraer de lo homogéneo, de allí donde nos fundimos con el otro en la masa, en lo familiar, extraer lo más extraño pero a la vez lo más propio, lo éxtimo. Se podría decir que el pequeño grupo permite que el sujeto descubra a través del semejante eso de sí mismo que no tolera (p.e. cuando una mujer descubre en el relato de otra que ha sido víctima de maltrato por parte de su pareja). En palabras de Recalcati: La homogeneidad deja emerger su reverso.
Un ejemplo de la clínica: Luisa es una paciente del grupo de dolor, reservada, fría, distante, sus silencios y sus miradas dejan entrever en ocasiones una gran agresividad interior. En una sesión interviene –contra su costumbre- para exigir que otra paciente (Rosi, una mujer “extranjera”, de origen portugués y que es muy diferente: Cálida, cariñosa, sociable, coqueta, moderna en su forma de vestir, etc.) abandone el grupo ese día debido a que (por la alergia) no deja de estornudar y Luisa teme que le contagie algo. La confusión es tan ostensible que se le señala: Un alérgico que estornuda no puede contagiar nada, no tiene ningún germen extraño en su interior que pueda transmitir… Al revés, los estornudos son su forma de reaccionar ante la entrada de alergenos extraños que no reconoce como propios. Esta reacción de Luisa introdujo al grupo en lo que Bion llama un supuesto básico de ataque-fuga, es decir una situación de conformismo que penaliza la aparición de lo nuevo, lo diferente, lo inédito (en este caso Rosi, una mujer de otro país, que además se presenta maquillada, escotada, sonriente). El conformismo del grupo en identificación de masa siempre recibe la diferencia como un elemento amenazador. Como decía Sastre, el antisemita necesita al judío, el puro siempre necesita al impuro para poder preservarse puro.
Pero en esta anécdota no deja de llamar la atención el significante que la paciente ha elegido para justificar el rechazo a Rosi: La alergia, el temor al contagio, al germen extranjero.
Este juego entre lo propio y lo extraño, la defensa inmunitaria de los límites de lo propio, de la identidad, frente a la irrupción de lo diferente, de la alteridad, puede ser iluminado por el testimonio de un psicoanalista francés Jean-Luc Nancy, sobre el trasplante cardíaco, en un artículo titulado precisamente El intruso (o La llegada del extranjero, en su versión francesa). Este psicoanalista se sometió a un trasplante de corazón, y al tratamiento inmunosupresor necesario para evitar el rechazo del órgano extraño. Dice: El intruso-extranjero es lo que deshace la (falsa) familiaridad del yo consigo mismo… y frecuentemente el sujeto tiende a transferir sobre el otro extranjero aquello suyo de lo que no quiere saber nada (como ocurre en el racismo). A través de la enfermedad (y del dolor, que es como un cuerpo extraño alojado en el interior) el sujeto encuentra ese ser extranjero, desconocido para él, que lo habita. La experiencia del trasplante de corazón, de la intrusión del corazón, de mi órgano más propio que deviene extranjero, ingobernable, refleja lo que ya existe en la estructura: La ajenidad está presente siempre en el corazón de eso que nos es más familiar.
Sigue con la homología: Si la identidad es sostenida por la inmunidad (aquello que nos ha defendido de los gérmenes mortíferos desde la infancia), si la inmunidad garantiza la protección de la vida, su descenso pone en riesgo la vida. Su descenso nos expone a los gérmenes del exterior, y también a los gérmenes oportunistas con los que siempre hemos convivido, que siempre estuvieron dentro de nosotros, pero que ahora se vuelven extraños y patógenos. El cáncer es otra de las consecuencias de este descenso de la inmunidad, y es una versión terrible del intruso (que sin embargo nuevamente es lo más propio, ¡son nuestras propias células!) que devora desde el interior de la vida por un exceso de vida (al fin y al cabo el cáncer es una proliferación celular sin freno). Es decir, si la inmunidad disminuye somos invadidos por gérmenes y células extrañas y propias a la vez, pero si la inmunidad se excede (si suspendemos el tratamiento inmunosupresor) la hospitalidad es rechazada, el corazón extraño/trasplantado es rechazado y también morimos. Esta analogía también puede aplicarse al ámbito de lo familiar –las familias endogámicas acumulan errores genéticos y termina extinguiéndose la genealogía- o al ámbito del cuerpo social –las sociedades cerradas a la entrada de lo nuevo, del extranjero, del inmigrante, también se empobrecen. La vida misma estructuralmente se despliega entre estos dos extremos: Lo propio vs lo ajeno, la identidad vs la alteridad. Se trata de una tensión inestable: Si defiende a ultranza su identidad el sistema se encamina a su colapso interno, pero, por otro lado, sin defensas la identidad del sistema tampoco sobrevive.
Volviendo al trabajo con pequeños grupos, en el ámbito del trabajo grupal esta tensión inestable entre la necesidad de una defensa del límite de la identidad y la necesidad también vital de una apertura a la alteridad es lo que –a través de la enseñanza de Bion- se conoce como tendencia a la pertenencia al grupo, y tendencia a la separación del grupo. Esta tensión entre lo interno y lo externo, entre lo particular del sujeto y la dimensión social y transindividual (grupal) que lo envuelve ha sido nombrada por Gaburri y Ambrosiano como tensión entre narcisismo y socialismo, tendencia a la diferenciación y tendencia a la pertenencia. La homogeneidad del síntoma es una ilusión que sin embargo produce vínculo, imaginario, y el grupo se constituye al principio (en ese momento “socialista”) sobre esta ilusión.
Para estos autores el ser humano está atravesado por un dilema fundamental: Entre la búsqueda de un modo de ser diferente, creativo, capaz de soportar la separación del otro y de soportar el duelo de dicha pérdida por un lado, y por otro la tendencia a evitar esta responsabilidad en nombre de una búsqueda de seguridad que acaba por entregar al sujeto al grupo de los semejantes, uniformándolo pasivamente a la homogeneidad.
Esta tensión entre narcisismo y socialismo desgarra la subjetividad, la divide –dirá Lacan. Para Gaburri la grupalidad alienada de la masa produce un vago conformismo que protege al sujeto del riesgo de la separación y la pérdida, pero le da una identidad enyesada que aniquila la individualidad subjetiva. Este socialismo –tomado de Bion- indica este empuje a encontrar refugio en una identificación social más tranquilizadora, un exceso de presencia de los objetos (grupo) en el Yo, lo que produce un efecto de atascamiento, de obstrucción, de bloqueo del pensamiento (como bien apreciamos en los momentos iniciales de funcionamiento del grupo, atascados, por ejemplo, en el relato estereotipado del malestar físico, del peregrinaje de médico en médico, del estrago de los otros, etc). Se trata de un momento (dijo Bion en supuesto de base rígido) constituido sobre la seducción de la pertenencia que anula el carácter particular de la subjetividad. Lo nuevo emerge solo como desgarro de lo sabido, como separación, desidentificación. Así pues, el célebre aforismo con que Bion define la posición del analista como “sin deseo y sin memoria” no se limita a ser una variación de la regla de la abstinencia del analista y la asociación libre, sino que señala un desafío frente al sentimiento de pertenencia viscosa a la mentalidad del grupo, que promueve un descarte entre el sujeto y lo ya conocido. Esto haría posible el primer paso en la constitución de la individualidad: El trabajo de duelo implícito en la separación, la pérdida de la identidad alienada en la identificación.
Este temor angustiado ante lo extraño es lo que está expresándose en el deseo de Luisa de que Rosi abandone el grupo: La emergencia de lo extraño le resulta insoportable hasta el punto de que quiere expulsarla… y lo hace con un argumento que constituye una verdadera metáfora: El miedo a ser infectada por un germen extraño, el rechazo de lo extraño adopta en esta paciente –tan defendida, tan inmunizada- la forma del temor a la enfermedad, como no podría ser de otra forma en una mujer que siempre ha tramitado sus conflictos por la vía de lo corporal.
Lo interesante de esta perspectiva es que permite comprender los movimientos grupales en función del momento evolutivo del grupo. Así, si al comienzo de la andadura del grupo se observa claramente este fenómeno de identificación homogénea (todas las participantes se reconocen jubilosamente en los síntomas de las otras, todas han padecido los mismos o similares dolores, han recorrido los mismo circuitos asistenciales, etc.) es porque probablemente es necesario para la constitución del grupo y para el establecimiento del vínculo. Este, por tanto es un momento inicial, que puede prolongarse por espacio de muchas sesiones (hay que ser paciente, en el sentido de la paciencia) donde las diferencias particulares se borran en la grupalidad homogénea, y produce sobre las participantes un efecto de alivio conformista: “Todas somos iguales, no estamos solas”. En la búsqueda del ser esta identificación que las aliena al lugar del Otro las conforta en su indeterminación subjetiva. De hecho, cuando –como hemos visto antes- por alguna circunstancia, en estas sesiones preliminares, comparece algo de lo real más singular en el relato de alguna de las participantes se empiezan a producir deserciones, algunas mujeres no pueden soportarlo y abandonan el grupo. Otro posible ejemplo que tuvimos la ocasión de comprobar en el grupo del dolor: El relato de un intento de suicidio por parte de una paciente en la primera sesión del grupo, una paciente que –una vez vomitó su confesión- no volvió a aparecer por el grupo. En este caso la aparición de lo extraño, lo más real produjo sobre el grupo un efecto de conmoción, y a punto estuvo de comprometer la constitución del mismo (y no recuerdo bien si hubo alguna participante que efectivamente no volvió más). Bion definió como función gamma como aquella donde no está tan presente la actividad semántica de la interpretación (función alfa, capaz de simbolizar los elementos brutos de la experiencia) sino que es su función preliminar: Es decir, la definición de un clima grupal suficientemente libre de angustia y por tanto disponible para contener los efectos de real que puedan producirse en el curso del grupo. Es como decir que la función del grupo no es solo semántica sino también preservadora de la vitalidad: El grupo anuda la pulsión de muerte, actúa –como luego veremos- como un dique. Y dice Bion que esta función gamma es sometida a dura prueba cuando el campo grupal es sometido a esfuerzo por invasiones repetidas de elementos traumáticos (como estos relatos de intentos de suicidio). Si no ocurre así, si el grupo se consolida, con el transcurso del tiempo va adquiriendo una consistencia simbólica que permite a las participantes, poco a poco, caso por caso, ir desplegando el testimonio de lo más particular de su experiencia. Es decir la cosa es entender que aunque la homogeneidad del síntoma sea una ilusión, es una ilusión que sin embargo produce vínculo, imaginario, y el grupo se constituye al principio (en ese momento “socialista”) sobre esta ilusión. En otras palabras, en muchos casos, en los síntomas contemporáneos lo que da estabilidad al sujeto para así sostenerse coincide con el síntoma mismo del sujeto (así lo vemos en muchos síntomas contemporáneos que se presentan como colectivos de goce, organizados en asociaciones de pacientes/familiares/usuarios –de anoréxicas, de trastornos de la personalidad, de bipolares, etc- que reclaman sus derechos a los poderes públicos). Es decir, esos síntomas contemporáneos se ofrecen en lo social como enseñas que permiten hacer vínculo dando al sujeto la ilusión de pertenecer a un conjunto, a un nosotros, el narcisismo de las minorías que decía Derrida. Es decir, presentarse como “soy una anoréxica, soy una fibromiálgica, soy un alcohólico”, constituye una modalidad de presentación del sujeto que anula su división, su particularidad. Esto en cierta medida es una paradoja, porque el carácter serial, estándar, monótono de las nuevas demandas (que apreciamos día tras día tras la mesa de evaluación) contrasta con la exigencia de particularidad que a menudo es reivindicada por el sujeto. La pregunta sería cómo hacer para hacer emerger lo particular a través de esta solidificación identificatoria que promueve la clínica contemporánea. Esta es una cuestión clave que interroga el fundamento ético de la práctica en la institución de salud mental, frente a sujetos (esquizofrénicos, bipolares, fibromiálgicas, hiperactivos, anoréxicas…) “unificados” por la homogeneidad sintomática de las escalas, las asociaciones de afectados o familiares, las unidades especializadas, etc. Algunos borradores incluso estudian la creación de unidades monosintomáticas a las que los pacientes accederían al poco de su admisión en los centros (unidad de depresión, unidad de ansiedad, de trastorno por estrés postraumático, de primeros episodios psicóticos, de trastornos hiperactivos, etc). Estos dispositivos de la superespecialización funcionarían como unidades de investigación y gestión siguiendo la máxima “el dinero sigue al paciente”. Sin embargo, creo, nuestra tarea sería un tratamiento de la identificación a fin de producir la emergencia de la particularidad subjetiva, de producir el agujero de lo particular en la fusión identificatoria al “nosotros”.
Así en la entrevistas preliminares que preceden a la entrada en el grupo –además de localizar los elementos diagnósticos que permitan poder excluir, por ejemplo, a un sujeto psicótico en un grupo de neuróticos- se trata de permitir que la enseña sintomática permita reunir a los sujetos (aun a costa del borramiento de su nombre propio), se imponga como un documento de identidad a través del cual el sujeto se dirige a la institución para ser reconocido y tratado. La institución no debe desalentar al menos inicialmente la entrada a través de esta puerta. Al revés, se debe asumir la identificación a este universal como forma de reunir una demanda. Este sería el primer tiempo, donde a veces el grupo (¿no os pasa?) recuerda a un grupo de autoayuda, y que ya tiene efectos “terapéuticos”, efectos imaginarios de atemperamiento y soporte. De alguna forma el ritual de la sesión del grupo produce ya un primer efecto de reinscribir al sujeto en el campo del otro, a reencontrar un lugar junto a otros, un lugar posible para sujetos que durante mucho tiempo han sufrido en soledad. Este sentimiento de pertenencia –que no debe ser menospreciado, insisto- rompe la soledad del síntoma, remienda –con la ayuda de lo imaginario, es cierto- la fractura que el síntoma ha producido entre el sujeto y el Otro. Por otro lado, hacer pasar al síntoma por el dispositivo de la palabra grupal puede ejercer un dique frente a la pulsión de muerte que subyace en el mismo. El dispositivo grupal supone a veces un apaciguamiento de esta deriva mortífera del síntoma que, por ejemplo, en las fibromiálgicas se manifiesta en la hiperconsulta médica, en su sometimiento reiterado a la yatrogenia de las intervenciones, los tratamientos, las cirugías, en manos de los especialistas que no saben escuchar el síntoma en su dimensión de mensaje cifrado. Un ejemplo de cómo la economía del tiempo, del espacio y de la palabra de tipo colectivo a que deben subordinarse los pacientes en el grupo puede producir un atemperamiento de esta dimensión mortífera del síntoma: En ocasiones se repite una intervención que tiene un efecto de auténtica interpretación, cuando alguna de las participantes le dice a otra que se queja sin parar acaparando el tiempo grupal: “No solo te duele a ti, deja algo de dolor para las demás!”.
Pero, como decía, es obligado en el transcurso del grupo pasar a un segundo tiempo, una puerta de salida, donde se aspira a deconstruir esta comunidad imaginaria para extraer el nombre propio de cada sujeto recubierto por la máscara de lo homogéneo (5) . Es el momento en que –por decirlo en la terminología psiquiátrica clásica- el síntoma pasa de ser el espacio que permite el lazo social a hacerse egodistónico. Donde al principio todas eran iguales, va haciéndose presente la diferencia, en unos casos la experiencia de un abuso sexual en la infancia, un matrimonio desgraciado en otros, el estrago de la madre en muchos casos, etc. En relación a esto último, y por poner algún ejemplo, los dos primeros años me sorprendió encontrar con frecuencia una secuencia que podía formularse así: Una madre que no quería a la paciente cuando era niña (el Otro de los cuidados que aparece como sin falta, sin deseo por su hija), sigue un momento donde aparece el síntoma físico, el dolor, como algo que angustia al Otro (al marido, a la familia), abre la falta en el otro para que desee, y, por último, un tercer momento en que la paciente ya pierde el control: Todo duele y ya no hay otro a quien dirigir la queja (o bien se buscan continuamente, en la figura de los sucesivos especialistas a lo que se consulta). La salida del grupo es una puerta más estrecha, por la que pasan los sujetos uno tras otro, cada uno a su ritmo, y seguramente no todos. Es decir, si en el grupo entran juntos, del grupo salen uno a uno, y eso es una muestra de que se ha conmovido la igualdad identificatoria. Podría pensarse en los modos en qué interviene el factor tiempo en el proceso de la cura grupal. Si al principio, en el momento socialista, el grupo cree en la equivalencia mismo síntoma=mismo tiempo (para curarse, para estar mejor, para cambiar, etc), posteriormente, conforme avanza la deconstrucción de la comunidad imaginaria, los miembros del grupo van comprendiendo que del grupo se sale en la modalidad del uno por uno. No todos juntos, no todos en el mismo instante, no todos del mismo modo, sino uno cada vez siguiendo un tiempo para comprender y otro para concluir absolutamente particulares. Este “no todos en el mismo instante, no todos juntos, no todos al mismo tiempo” revela esta no coincidencia de la que los miembros del grupo han ido dándose cuenta poco a poco. En la experiencia del grupo de fibromiálgicas algunas veces hemos mantenido algunas pacientes de un año para otro con la idea de que quizás no había llegado a su fin su tiempo en el grupo, mientras que otras pacientes eran invitadas a abandonar el grupo. Me da la impresión de que las participantes comprendían estos motivos, tanto las que salían del grupo como las que permanecían. En otros momentos (esto fue más claro el segundo año, creo) mantuvimos a algunas mujeres en el grupo (a pesar de que su recorrido parecía terminado) casi en calidad de coterapeutas con otras pacientes más retrasadas o de más reciente incorporación… y con mucha frecuencia veíamos que estas mujeres se adelantaban a la intervención o el señalamiento que íbamos a hacer los coordinadores del grupo. Por otro lado, hay que comprender que la ganancia de lo particular del sujeto se produce solo a partir de la pérdida del sostén imaginario de la identificación, y por eso es un momento difícil, de duelo, donde a veces se aprecian fenómenos de recrudecimiento sintomático y fenómenos de desilusión a veces, de desidealización del grupo como lugar de pertenencia (por eso a veces al final hay pacientes que desaparecen sin despedirse). Si el segundo paso del trabajo grupal sería el reencuentro de una diferencia que sería propia, particular… habría que pensar algún otro paso más quizás, un tercer paso que también sería diferente caso por caso: En algunos pacientes quizás este recorrido baste para el establecimiento de otro vínculo posible con el Otro, un vínculo inédito, no constituido sobre el temor angustiado ante lo extraño ni mediado por los síntomas, el dolor, el tóxico, la alimentación, etc. En otros casos el descubrimiento de esta diferencia particular tendrá que elaborarse en un espacio individual, en un dispositivo de escucha que quizás ya no sea en el espacio institucional público. Pero, sea cual sea la salida, insistimos, es necesario el primer tiempo: es necesario el soporte de la ilusión del nosotros grupal para avanzar y soportar la inevitable desilusión posterior. Lacan subraya que si bien la verdad se encuentra en un recorrido de soledad, nadie llega a la verdad si no es por medio de los otros. No es sin los otros que podemos encontrar la vida de salida de la prisión en la que nos encontramos con los otros.

1.-El presente trabajo fue presentado en sesión clínica del Centro de Salud Mental de Hortaleza. Constituye un resumen de las aportaciones fundamentales de Maximo Recalcati, aplicadas a la experiencia de un grupo de mujeres con dolor que lleva funcionando en nuestro centro cuatro años.
2.-Recalcati M. Lo homogéneo y su reverso. Clínica psicoanalítica de la anorexia-bulimia en el pequeño grupo monosintomático. Miguel Gómez Ediciones. Málaga 2007.
3.-Laurent E. Las dos políticas del síntoma. Ornicar? Digital nº 224
4.-Vigano C. El psicoanálisis aplicado.
5.-Recalcatti M. Lo homogéneo y su reverso. Miguel Gómez Ediciones.