24.5.07

El niño hiperactivo, deficit de atención y fracaso escolar


En esta serie de temas que va abordando el blog es de gran actualidad el debate que general el diagnóstico del "niño hiperactivo". Publicamos el comentario presentado por Rosa Lopez sobre el libro publicado por Juan Pundik (psicoanalista en Madrid) titulado "El niño hiperactivo, deficit de atención y fracaso escolar" cuya lectura recomendamos a todos los lectores del blog.
En la primera pagina y bajo el titulo de palabras preliminares Juan Pundik nos da las indicaciones para hacer un uso de este libro según los intereses del lector: Como todas mis actividades, la lectura de estos textos se puede abordar por módulos. Si eres un conocedor puedes saltarte los capítulos que consideres de iniciación. Si eres un profano puedes saltarte los capítulos que consideres excesivamente teóricos o documentales. Puedes seguir el orden del principio hasta el final o invertir ese orden y comenzar por el final. Tenemos, por tanto, en nuestras manos un verdadero manual que proporciona la información suficiente para que cualquiera, profesional profano, obtenga una visión global del problema que se oculta bajo las siglas TDAH.

En la primera parte del libro se han seleccionado una serie de textos de los que se consideran expertos en esta materia y que han sido publicados tanto en lengua inglesa como castellana, siendo en la segunda parte donde al autor nos ofrece su propio aporte.

No estoy de acuerdo, sin embargo, en que el autor del libro no este presente en esta primera parte y como el dice haya evitado anticipar interpretaciones y opiniones personales. Su posición frente al tema es clarísima y se percibe tanto en la selección de las citas como en el titulo de cada epígrafe que las antecede: o vivir drogado, o peor el remedio que la enfermedad, o una cocaína pediátrica, o de las alucinaciones a la muerte. Mi desacuerdo no supone una crítica pues no creo en supuestas objetividades y, por el contrario, valoro al que toma una posición clara en lo que dice.

A mi modo de ver, en esta primera parte Juan Pundik no se limita a recopilar citas, lo que podía resultar aburrido, sino que tiene la virtud de ir construyendo con las mismas un entramado que consigue atrapar al lector cuya indignación va creciendo pagina a pagina.

A medida que uno se adentra en la lectura de este libro empiezas a tener la sensación de asistir al relato de una historia de la infamia. Esa es la efectividad del método que utiliza Juan Pundik, que tiene un cierto aire de alegato judicial en el que cada una de sus afirmaciones va acompañada de citas probatorias. La infamia de esta historia comienza en el momento en que se pone nombre a una enfermedad completamente falsa: El déficit de atención y desorden de hiperactividad TDAH. Un diagnostico, que siguiendo las pruebas aportadas por el libro, engloba tal cantidad de síntomas que se abren en un abanico en el que caben desde los fenómenos de la sicopatología de la vida cotidiana más comunes hasta la psicosis, sin que se sostenga el más mínimo criterio diferencial.

El TDAH produce el borramiento de toda diferencia diagnostica en favor de una valoración moral, fíjense sino en los significantes que están puestos en juego: déficit y desorden. Solo desde la idea totalizadora de la existencia de un orden completamente normal, puede plantearse semejante expresión. Aquellos que son deficitarios frente al ideal normativo o lo desordenan quedan inmediatamente estigmatizados y a partir de ahí se les hace entrar en un tratamiento mucho más siniestro que los que se aplicaban en el gabinete del doctor Galigari. Juan Pundik denuncia como con el TDAH la peor cara de la medicina que se alía con lo más siniestro del conductismo y con los intereses casi delictivos de la industria farmacéutica. Jhon LeCarre escribía una novela titulada El jardinero fiel en el que la ficción del relato sirve para denunciar como los laboratorios farmacéuticos del primer mundo utilizan el continente Africano para experimentar con sus habitantes como si fueran chatarra humana. Con el libro que hoy presentamos, asistimos a una experimentación similar, con la diferencia que el primer mundo la aplica sobre sus propios hijos, concretamente sobre ese diez por ciento de la población joven que molestan el ideal social y a los que condenan a un tratamiento que ha de durar toda la vida y que además reconoce no tener valor curativo. Utilizar una de las citas elegidas por el autor que me gusta especialmente: Es posible que el paradigma del TDAH este convirtiendo en aberraciones patológicas algunos aspectos de la conducta que antes se consideraban como una parte natural de la variación humana?. Podría suceder que pronto veamos otros aspectos de la variación humana convertidos en trastornos? (por ejemplo el trastorno del déficit de valentía, el trastorno del déficit de sinceridad, o el trastorno del déficit de ambición.

Se nos dice que el TDAH es un trastorno biológico, con un probable origen genético, pero no hay nada que lo demuestre. Ni una sola de las pruebas ha conseguido hallar el punto del cerebro que esta lesionado o el gen que produce esta supuesta enfermedad. En su lugar todo son conjeturas procedentes de la superchería cientificista y en las que lo que se trasmite es una verdadera melange de prejuicios:

Lo más probable es que exista una desregulación a lo largo del eje catecolaminas-serotonina, una danza en la que un tropezón de uno de los danzarines da lugar a un tropezón del primero. Antes de que se den cuenta, esta pareja de danzarines están con el paso cambiado, no solo entre sí, sino también con la música: +y quien es capaz de decir cómo ha ocurrido?.

Algunos investigadores creen que el TDA esta relacionado con una disfunción del hemisferio derecho. En múltiples aspectos, nuestros conocimientos sobre la biología del TDA se hallan todavía en el primer capitulo.

No existe una prueba concluyente para el TDA; no sirve, pues efectuar análisis de sangre, electroencefalogramas, escáner, TAC, tipografía de emisión de positrones.

Quienes han perdido verdaderamente el paso y danzan sin ton ni son? Los jóvenes hiperactivos o la medicina especulativa?. Sin embargo, a pesar de estar dando palos de ciego, esto no les hace más cautelosos, sino que lo que es más grave, establecen un tratamiento y es en este punto en el que entran los otros dos grandes actores de este drama: el conductismo y las industrias farmacéuticas.

Las paginas dedicadas a los test concebidos por los psicólogos resultarían cómicas si sus efectos no fueran dramáticos. Me tome la molestia de hacer algunos de estos test y tengo que confesarles que obtuve un resultado positivo. Si, aquí donde me ven y a mi edad, me acabo de enterar que sufro un TDAH. En ocasiones me distraigo con facilidad, tengo la impresión de que emprendo muchos proyectos de forma simultánea, me entusiasmo con proyectos que no siempre llevo a cabo, tengo una memoria tan porosa que a veces al ir de una habitación a otra olvido cual era mi propósito, me molesta hacer colas, soy incapaz de leerme todas las instrucciones antes de utilizar un aparato, todavía me gusta jugar, no consigo seguir las listas de todos mis deberes al pie de la letra, pienso que tengo que organizar mejor mi vida, aplazo algunas tareas, me cuesta relajarme y cuando conduzco puedo cambiar de emisora y estando en casa, hacer zaping con el mando a distancia de la TV. Con frecuencia no cumplo todas las normas o determinadas reglas, puedo equivocarme al hablar o al escribir (aunque antes pensaba que eran lapsus). Me resulta muy difícil leer memorandos, a veces me despreocupo de mi cuenta bancaria, me suelo poner nerviosa cuando tengo que hacer algo nuevo, la familia de la que procedo no era exactamente normal, y, si, tengo que reconocer que en general soy muy activa.

Algunas de las preguntas son tan tendenciosas que sorprenden, otras resultan completamente pueriles, todas ellas muestran un profundo desconocimiento de la pasta de la que esta hecha el ser humano. Pongo ejemplos
Es usted una persona fanática?, de verdad creen que una persona fanática sabría reconocerlo y definirse como tal en un test?. No hace falta ser un experto en la subjetividad para saber que el fanatismo consiste en creerse en posesión de una verdad incuestionable.
Maneja el dinero sin el debido cuidado?, Cuando practica el sexo se suele distraer, aunque le guste?, le encanta viajar?, se ha preguntado en alguna ocasión si estaba loco?, +se ríe usted mucho?. Efectivamente, como indica el autor en el capitulo 8: Todos somos TDAH. El propio autor nos ofrece su testimonio en el Epilogo (pagina 106).

Más allá de nuestros testimonios personales de gente corriente, hay que subrayar que personajes tan importantes en la historia como Winston Churchill o Einstenio no habrían salido airosos de las pruebas y, sin duda, hubieran sido diagnosticados como TDAH.

Si las preguntas de los tests nos parecen inverosímiles, no tienen mas que seguir unas paginas mas para encontrarse con las pautas de tratamiento. Una verdadera batería de imperativos se ciernen sobre el sujeto y su familia, que muy probablemente queden aplastados por semejante maquinaria de normativización. ! Que desconocimiento! no saber los efectos devastadores que producen los imperativos normativizantes sobre el deseo del sujeto.

Cada uno de estos imperativos es imposible de cumplir y por tanto condena a la impotencia. Asegurese de que el diagnostico sea preciso y !mantenga el sentido del humor! (parece una broma). Leer algunos párrafos de las paginas 33 y 34.

Veinticinco consejos para los casos de TDAH en la pareja. Cincuenta consejos para el tratamiento del TDAH en los adultos. Cincuenta consejos para el tratamiento en el colegio. Catorce principios fundamentales para educar a su hijo con TDAH. Realmente agotador, alienante, superyoico, y profundamente desconocedor de la subjetividad.

Si tengo que definir mi propia sensibilidad, a diferencia del autor, son los estragos producidos por este discurso psicoterapéutico los que me despiertan mayor preocupación, por encima de los efectos negativos de la medicación. Desde el psicoanálisis sabemos que la iatrogenia del discurso que forcluye al sujeto es tan peligrosa como los fármacos inapropiados o mal controlados.

Notemos los estragos producidos por el ideal de evolución madurativa que empuja a los niños a conductas adaptativas cada vez más rápidas y sobre todo más homogéneas de manera que todo aquel que se aparta de los rieles preestablecidos o que tiene una temporalidad diferente queda estigmatizado.

Bien, en la segunda parte del libro Juan Pundik comienza a sentar las bases de su práctica desde la perspectiva psicoanalítica, en la que la escucha ocupa el primer lugar. Frente al para todos del ideal universalista, el psicoanálisis se centra en el uno por uno, el caso por caso, el niño por niño. La temporalidad de cada niño es diferente y es particularmente diferente a la de los padres y a la del docente que demanda, nos dice Juan Pundik.

Por otro lado el autor nos sorprende con su estilo particular, su uno propio que le caracteriza de un modo peculiar también entre los psicoanalistas. Nos sorprende cuando se aparta de la teoría psicoanalítica y para sostener la veracidad de sus argumentos plantea que el mismo se sometió personalmente al tratamiento con Rubifen durante dos meses y nos relata la experiencia del siguiente modo: Además de malestares de todo tipo, me produjo irritación, mal humor, molestias estomacales, la sensación de no ser yo, de estar drogado, de un estado parecido al que produce la cocaína. Y la necesidad de administrarme nuevas dosis también similar a la adicción que provoca la cocaína (pag 62)

Seguidamente su discurso cobra un tono político de denuncia un tanto apasionado: La mafia farmacéutica, sus aliados, sus agentes y sus lobbys están infiltrados en nuestras democracias tan duramente conseguidas y enmascarados lo están trasformando en un sistema imperceptiblemente totalitario.

Para abordar el enfoque propiamente psicoanalítico Juan Pundik comienza aclarando el punto de partida fundamental que nos diferencia: para el psicoanálisis el TDAH no existe. Partiendo de esa aclaración fundamental el autor se propone trasmitir lo que considera una clínica psicoanalítica de la infancia mediante los relatos de casos clínicos atendidos tanto por el mismo como por el equipo de sus alumnos o colegas.

Cabe destacar, entre estos ejemplos, el caso presentado por Marta Davidovich, bien conocida por todos nosotros, quien nos ofrece una viñeta clínica en la que caza al vuelo lo esencial de la posición del sujeto, un niño de 7 años cuyas dificultades de aprender los contenidos de la escuela tenían como causa el ocultamiento de la verdad de su origen de hijo adoptado. Un dibujo y una frase del niño fueron suficientes para que la escucha analítica captara lo que de ninguna manera hubiera podido descubrirse desde el enfoque de las perturbaciones de la conducta.

Es también destacable el trabajo con títeres realizado por Matilde Caballo Andujar con una niña de 9 años, que en la segunda entrevista, enmascarada en el títere con el que representa a la madre, sitúa con una increíble precisión, el drama del deseo materno: estoy un poco mal porque ya no quiero estar con mi pareja, le he dicho que lo dejábamos porque el quiere acostarse conmigo y yo no quiero. En el análisis de un adulto hubiera hecho falta mucho tiempo para que el sujeto pudiera aproximarse siquiera esta cuestión.

Ingeniosísima la pregunta que otro de los niños en tratamiento le dirige a su analista: eres una chica con hijos o con paz?.

Quisiera terminar estableciendo con el autor una cierta polémica en cuanto al estatuto que otorga al niño en el marco del tratamiento psicoanalítico: Para que la tarea sea un psicoanálisis tiene que haber un sujeto responsable. El niño en principio no lo es. Puede llegar a serlo pero generalmente el ignora por que llego tarde , por que no lo han traído a las sesiones anteriores , por qué suspendió el tratamiento y ahora lo vuelven a traer o los motivos por los cuales le han comunicado que esa seria su última sesión. Por estas razones prefiero hablar de una clínica psicoanalítica de la infancia.

Es el psicólogo el que piensa que la culpa de todo la tienen los padre o el ambiente que rodea al niño.
A mi modo de ver el hecho de no considerar al niño como un sujeto responsable, en el sentido de que no puede dar cuenta de sus actos ante otro, no implica que no estemos frente a un sujeto de pleno derecho y, por ende, responsable de su deseo inconsciente. Mediante la interpretación en análisis, hace la experiencia de como en muchas ocasiones el inconsciente provoca aquello que le hace sufrir. El sujeto infantil no puede ser pensado como una víctima del ambiente que le rodea, por el contrario en un análisis se le puede mostrar como se hace pegar o castigar. Lo fundamental es que entre el deseo del Otro y los efectos que aparecen en el niño hay algo en medio y es el sujeto como respuesta de lo real y eso no tiene edad. Por ejemplo que el destete deje en ciertos niños una lesión psíquica subjetiva definitiva que perdurará para el resto de su vida depende de la forma en que el sujeto va a darse una defensa primaria, con independencia de la actitud de los padres. La insondable decisión del ser es atemporal y esta en el origen mismo de la estructura.

Rosa López
Psicoanalista y miembro de la ELP.

13.5.07

ACERCA DEL TRASTORNO POR DÉFICIT DE ATENCIÓN E HIPERACTIVIDAD

Por Beatriz Garcia Martinez.
Psicoanalista en Madrid



A menudo me he encontrado en mi trabajo con la queja de padres tanto como de profesores acerca de niños excesivamente inquietos o desobedientes, cuando no directamente diagnosticados de hiperactividad (el famoso TDAH) o de trastorno del comportamiento. En la gran proliferación actual de dicho diagnóstico sin duda ocupa un papel central el interés de la industria farmacéutica por comercializar supuestos remedios a tales problemas. Pero dejando de lado este importante tema, quisiera comentar lo sorprendente que resulta también la facilidad con la que tanto padres como profesores y profesionales de la salud mental aceptan estos diagnósticos y su correspondiente solución medicamentosa, facilidad correlativa al escepticismo que muestran ante la sugerencia de hablar con los niños como primera medida para entender qué está sucediendo y tratar de atemperar los supuestos desórdenes de conducta.

Con relativa frecuencia he constatado que muchos padres afirman que hablan con sus hijos, pero sucede que, interrogados sobre tales diálogos, refieren algo que es más un intercambio de información (“¿qué has hecho hoy en el colegio?,¿qué has comido hoy?...”) que algo con la naturaleza de una conversación. Esto me ha hecho pensar que tal vez hoy en día no es tan evidente que todo el mundo sepa de que trata aquello que llamaríamos una comunicación verdadera, donde se dice y se escucha.

Otras veces los padres se muestran perplejos ante la idea de que hablar tenga algún efecto sobre el exceso de movilidad que parecen manifestar sus hijos, o directamente están seguros de que sus hijos no están interesados en lo que ellos tengan que decirles y sí, en cambio, se preocupan mucho de ofrecerles una variedad de actividades y objetos con los que entretenerlos. Otras, las prisas del tipo de vida actual no dejan mucho lugar al diálogo. Se crea así un círculo infernal en el que los niños demandan aquello que primero se les ha ofrecido: entretenimiento en el que están ausentes las palabras (de nuevo hablamos de palabras verdaderas, aquellas que comprometen a un sujeto en lo que dice, no de lenguaje de señales).

Se trata de un tema enormemente complejo que excedería con mucho los límites de este pequeño comentario, pero me gustaría tratar de responder brevemente a dos preguntas: ¿por qué es importante hablar con los niños? y ¿cómo hablar con un niño?

1. ¿por qué es importante hablar con los niños? hay varias cosas que comentar al respecto:
1.1. La respuesta más inmediata es que hay que hablar con los niños porque hablar se opone a actuar y la palabra es el único modo eficaz y verdadero con el que el ser humano cuenta para canalizar y limitar sus impulsos. Un medicamento puede hacerlo momentáneamente, pero no será nunca más que un parche. No se puede medicar eternamente a una persona, y no es cierto que al llegar a determinada edad el problema se solucione solo. Además no es un modo “humano” de tratar algo que atañe íntimamente a un niño, que es cómo gestiona sus impulsos, tema que le acompañará toda su vida y con el que ha de aprender, antes o después a arreglárselas. Lo que nos ha sido dado para hacer con eso es la palabra, y ayudar por esa vía humaniza y proporciona herramientas con las que el sujeto contará por siempre. La vía del taponamiento medicamentoso solo aplaza el problema y lo agrava desde el momento en que algo dentro del sujeto pugna por salir como en una olla a presión porque lo humano no se resigna a ser amordazado. Los movimientos y gritos desaforados son el resultado de experiencias “en bruto” que no han podido ser digeridas o procesadas por la palabra. Es así de simple y así de complicado, porque a veces resulta difícil encontrar las palabras justas o sostener la palabra cuando lo más inmediato es hacer (gritar, pegar, taponar dando un objeto). Para sostener la palabra hace falta creer en ella . Y parece que vivamos tiempos de descreimiento en la palabra, en aquello que precisamente nos hace humanos, lo cual puede llevarnos a consecuencias devastadoras.

1.2. A partir de la pertenencia al mundo de la palabras, los humanos nos diferenciamos del resto de los seres en dos cosas: el conocimiento que tenemos de nuestra muerte y que para vivir necesitamos estar inscritos en una genealogía, saber que provenimos de un deseo que no sea anónimo, que en el encuentro de dos seres con una historia personal sucedió algo que dio lugar al deseo de engendrarnos. No basta para que un niño viva que haya una biología que lo traiga al mundo (por eso se enferman y mueren a veces los bebés en los hospicios), nadie puede nacer como ser humano en el vacío. Para ser, necesitamos saber de nuestros orígenes, quién nos ha traído al mundo y por qué. No son preguntas abstractas. Se contestan hablando de la historia de la familia de los padres, de cómo estos se encontraron, de cómo se vivió el nacimiento del niño. No hace falta que todo fuera idílico, lo que hace falta es que se hable de ello. Hoy se usa poco hablar de los antepasados, quizá por una sensación de que los tiempos han cambiado tanto que de nada podrían servirle a un niño de hoy, o incluso por miedo a inducir una repetición de problemas generacionales relacionados con la historia de este país, que uno preferiría olvidar. Hay que decir a este respecto, que conocer la historia de la que uno viene es lo que permite salvarse de reproducirla. Dice Jacques Hassoun que “una transmisión lograda ofrece a quien la recibe un espacio de libertad, una base que le permite abandonar el pasado” (1).

1.3. La tercera razón que se me ocurre para hablar con los niños es que, se les hable o no, ellos perciben todo lo que sucede a su alrededor, con la particularidad de que cuando lo percibido no va acompañado de una palabra que ayude a entenderlo, aquello queda funcionando en el nivel de la actuación, que es hablar sin palabras. Dice Francoise Dolto (2) que los niños son capaces de afrontar incluso las experiencias más duras de la vida como accidentes, muertes, enfermedades, crisis de cólera, ebriedad, desarreglos en la conducta que entrañan la intervención de la justicia, discusiones, separaciones etc., a condición de que se le concedan las palabras apropiadas para traducir su experiencia. De lo contrario se sentirá extraño, ajeno y objeto de un malestar deshumanizante. Resumiendo, todo puede ser asumido a condición de poder hablar de ello. A veces los padres creen poder beneficiar al hijo ocultándole ciertos hechos desagradables, cuando lo que consiguen con eso es impedirle hacerse con una realidad que de todos modos conoce inconscientemente.

Maud Mannoni explica que lo traumatizante no es tanto la confrontación del niño con una verdad penosa, sino su confrontación con la mentira del adulto, con lo no dicho (3).

2. ¿cómo hablar con un niño?
Lógicamente es de locos tratar de responder a esto en unas pocas líneas. Solo apuntaré algunas cosas que me parece que a menudo se olvidan sobre el cómo dirigirse a los niños.

2.1. Desde el nacimiento los niños perciben lo que se les quiere comunicar. Dice F. Dolto que el bebé posee una especie de cinta magnetofónica donde se va grabando todo lo que vive, aunque no pueda dar cuenta de ello conscientemente. Hay que hablar al bebé, con palabras sencillas, de todo lo que le concierne, dice esta autora (4).

2.2. Hablar con un niño no es amaestrar ni domesticar, no se trata de convencerle de que esto no se hace porque no queda bien para la vida en sociedad. Es mucho más útil tratar de explicar al niño por qué hacemos esto en vez de eso otro, en qué le va a ayudar coartar su impulso primero. Aún así, habrá muchos momentos en que ya no habrá lugar para las explicaciones y solo quedará dar una indicación o manifestar una prohibición. Incluso en este caso, no hay que esperar que el niño obedezca como en el ejército a la voz de mando. Generalmente tardará un poco en obedecer, y en ocasiones contestará que no, y no hay que discutir con él por eso, es probable que al cabo de un rato ejecute la orden a la que primero se había negado. Hay que tener en cuenta que en cada niño hay un sujeto en formación, que se forma precisamente en un movimiento de identificarse y a la vez diferenciarse de los adultos que lo están criando, por lo que ese no o esa pequeña resistencia a la obediencia inmediata es el espacio del sujeto que se debe siempre respetar.

2.3. Escuchar sus preguntas y contestar siempre. Generalmente lo que los niños preguntan, cuando sienten que hay alguien que puede escuchar, nos informa sobre el tipo de dilemas vitales a los que se está enfrentando. Hay que pensar que, durante su infancia, el ser humano se tiene que construir una teoría sobre la existencia que le permita vivir su vida cuando sea adulto. A veces, el miedo de traumatizar con una respuesta inadecuada paraliza a padres y educadores, cuando lo más desconcertante para un niño es el silencio y el ver que no hay nadie para contestar a sus preguntas.
Si un niño no habla o no pregunta, no hay que esperar tampoco demasiado a que lo haga, es el adulto quien ha de dar el primer paso para animarle a que exprese sus dudas. Si un niño es excesivamente callado, hay que preguntarse por qué.

2.4. Lo fundamental en el diálogo con un niño es ayudarle a poner en palabras sus experiencias, desde pequeñito, todo lo que le sucede: estás cansado, tienes hambre etc.; más tarde, ¿quieres ir al baño?, no pasa nada, hay tiempo, ¿qué tienes que hacer?; y después, qué difícil es esto de hacerse mayor, saber lo que uno quiere, a veces se siente uno mal y hay que pararse a pensar un poco para saber por qué...Serían mil ejemplos, para expresar que cuando hay palabras, se puede hacer algo con lo que sucede, se puede operar sobre ello. Sin duda, no siempre las cosas se solucionan tan fácilmente, a veces será necesario consultar a un psicoanalista que sepa ver más allá (mucho mejor que a otro tipo de profesional psi que se aplique a redoblar el amaestramiento y la falta de palabras de los que el niño sufre). Lo que me parece importante es que cuando no hay palabras todo se torna incomprensible y ante la impotencia, a veces taponar el enigma con una pastilla puede iniciar un camino fatal y deshumanizante para un niño que simplemente encontró dificultades para hacerse una teoría sobre quién es y cómo vivir.

Beatriz García Martínez. Psicoanalista.
(beatrizgarcim@hotmail.com)

Bibliografía

(1) Jacques Hassoun. Los contrabandistas de la memoria. Ed
(2) Francoise Dolto. La dificultad de vivir. Ed. Paidos.
(3) Maud Mannoni. La primera entrevista con el psicoanalista. Ed Gedisa.
(4) Francoise Dolto. Tener hijos (1) niños agresivos o niños agredidos? Ed. Paidos.

6.5.07

Estudios sobre la psicosis, de Jose Maria Alvarez.


Hace varios meses se presentó el libro de José María Álvarez Estudios sobre la psicosis en el espacio de la Biblioteca del Campo Freudiano de la sede de la ELP en Madrid –representado por Elena Catania, psicoanalista-.
Un libro que, sin duda alguna, enaltece tanto el valor ético que subyace en la voluntad del sujeto en la psicosis y que domina su determinismo originario, así como el lugar que debe ocupar el “tratante” en la pareja que con éste ha de formar para encarrilar su “curación”. Tal es así que, más allá de los estimables comentarios que mereció la obra en cuestión, más allá también de la lectura detallada que cada uno de los presentes había hecho de cada uno de los diez estudios de que se compone el libro, el elemento cardinal y original que lo recorre en cada una de sus trescientas páginas –como así se convino en significar en el acto– es la trascendencia que alcanza el concepto de laética en la psicosis y en su tratamiento.
Tampoco está de más acentuar que esta presentación supone algo más que un evento que festeja la aparición de un nuevo libro, al que por tesón y cortesía tienen a bien corresponder los miembros más notorios de nuestra escuela. Pues si la emoción no embargaba mi percepción y la notoria afluencia de público que José María logró congregar no ensombrece mi juicio, creo que muchos estarán de acuerdo conmigo en que aquel acto vino a reverdecer la escurridiza relación entre lo público, la psiquiatría y el psicoanálisis.
Tampoco creo exagerar ni desbarrar a la hora de proclamar que ese día, en la sede madrileña de la ELP, olía a frescor cultivado, a juventud intelectual y a cierto aroma “alborotador” que se resiste al avance de la ignorancia y a la falta de ese ideal humano que habita en las entrañas del saber del positivismo científico. Efectivamente, psicoanalistas, psiquiatras y representantes de la institución pública se dieron cita e intervinieron, teniendo en el horizonte de sus enunciados estos Estudios sobre la psicosis, para ensalzar el lema que dicho objeto literario viene a inaugurar: la colección editada por Pepe Eiras y Chus Gómez titulada "La Otra Psiquiatría". Pero, como Gustavo Dessal se preguntó en voz alta, ¿cuál es la Una y cuál es la Otra?; ¿cuál es la psiquiatría primera para decir que ésta que Álvarez representa es la Otra? Sin duda alguna, la que aquel día se defendió es La Psiquiatría, sin más prefijos ni adjetivos que añadir.
La presentación del libro corrió a cargo de un elenco heterogéneo de personalidades, de esos que no tienen desperdicio. Allí estuvieron Vilma Coccoz, psicoanalista, –representando al GIP en su cuarto año de existencia–, Gustavo Dessal –psicoanalista y escritor, coordinador del Nucep–, Ana Castaño –psicoanalista y psiquiatra-jefe del servicio de salud mental de Moratalaz-Vicálvaro–, Pepe Eiras –psicoanalista, psiquiatra y editor de la obra–, y José Jaime Melendo –psiquiatra y coordinador de los servicios regionales de salud mental de Madrid–. Del otro lado, psicoanalistas, alumnos de la escuela, psiquiatras, psicólogos, jóvenes residentes de psiquiatría, profesionales de la salud mental y particulares de la asistencia privada, miembros del CPCT... ¿Qué más se puede pedir? No faltó nadie, o al menos nadie que se echara en falta.¿Qué se dijo del libro? Pues que es un símbolo para la comunidad “psi”; un emblema que representa el saber psicoanalítico sobre la psicosis; una reflexión que retoma el conocimiento clásico de la Antigüedad acerca del ethos y el pathos del hombre enfermo y lo confronta con el saber psicopatológico de la psiquiatría clásica, todo ello redactado con una prosa magistral. Como puntualizó J. Jaime Melendo: “un libro bello para leer, pero de obligatorio estudio”.
Todos los oradores coincidieron en destacar la “envoltura formal” del libro. Un rostro tan cuidado como el texto y las citas que contiene en su interior. Es más, tanto unos como otros, los participantes halagaron esa particular virtud de José María consistente en filtrar el saber que late en el corazón de la historia a través del tamiz de la psicopatología decimonónica; todo ello sin olvidar la perspectiva que conquistan sus estudios en favor de los fundamentos de la teoría psicoanalítica sobre la psicosis. ¿Y qué es eso que se desliza desde la Antigüedad hasta el momento de la invención freudiana? La palabra del hombre, la palabra del sufriente y las formas que éste tiene de hacer frente al pathos, tanto en su dimensión de dolor como de goce. El hombre de-palabra. Ante todo debe surgir la dimensión ética que subyace al pathos humano, algo tan olvidado por el discurso de las “enfermedades mentales”. Como dijo Pinel, “los locos, todos ellos, más o menos razonan”. Pues démosle ese chance, devolvamos desde las instituciones –como bien señaló Melendo– la “humanidad” que los que nos preceden practicaban. El ethos del loco está en la responsabilidad que su tratante le reconozca. Una observación que las jóvenes generaciones deben tener en cuenta. Y esto no lo dice cualquiera.
Estas fueron las palabras que pronunciaron, desde el lugar que cada uno ocupa en la institución pública, Ana Castaño, J. Jaime Melendo, y el propio autor.Por todo lo dicho y también por lo que en esa ocasión no se dijo, mi más sentida enhorabuena a cada una de las partes implicadas en el acto. Felicitaciones a la Asociación Galega de Saúde Mental (AGSM) por su firme compromiso con esta Una-Otra psiquiatría. Suerte para el GIP, para el NUCEP y la nueva sede de la ELP madrileña; que sigáis abriendo el camino del saber psicoanalítico. Gracias a los representantes de la salud mental de Madrid por estar ahí, pues sin vosotros ¿qué sería de todo esto? Y sobre todo, mi más profundo reconocimiento a José María Álvarez: gracias por escribir y ser capaz de reunir tantos trazos en una misma recta, pues todos tomamos el mismo rumbo pero sin guía podríamos caer en la ofuscación.
Juan José de la Peña (Valladolid)