1.7.08

Problemas de aprendizaje y psicoanalisis.


autor: Ana Ruth Najles.
Editorial: Grama.

es Analista Miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) en Argentina y docente de Instituto Clínico de Buenos Aires. Autora de otros libros: Una Política de psicoanálisis con niños (1996) y el niño globalizado. Segregación y violencia (2000).

Publicamos el prólogo del libro escrito por Gustavo Dessal.


PRÓLOGO
La afirmación de Jacques-Alain Miller de que “no hay clínica del sujeto sin clínica de la civilización”, afirmación que complementa su ya célebre “no hay clínica sin ética”, es la guía inspiradora de todo el recorrido que Ana Ruth Najles nos presenta en su última obra, “Problemas de aprendizaje y psicoanálisis”. En el fondo, se trata de la certidumbre que acompañó a Lacan durante toda su vida y su enseñanza: ser freudiano implica no desentenderse del horizonte de la época que a cada analista le toca vivir.
La nuestra, lo sabemos, está cargada de malos presagios, no sólo para el psicoanálisis, sino para un modo de pensar el ser, lo cual es mucho más grave. Porque si bien podemos estar seguros de que lo real del síntoma siempre acabará imponiéndose a cualquier sistema de domesticación, nada garantiza que la demanda siga encontrando el camino hacia la escucha analítica. La ideología científica, que es la ideología del ente, es el nuevo espejismo en el que la era actual quiere reflejarse, y nada puede detenerla. Hace pocos días el Ministerio de Sanidad español anunció la creación de un Banco de Cerebros que acogerá donaciones de dichos órganos, destinado a la investigación de las enfermedades mentales, y que estará dotado de un presupuesto varias veces millonario. Que nadie se asombre de que esta empresa delirante y reaccionaria esté promocionada por un gobierno socialista. La “política de las cosas”, como denomina Jean-Claude Milner al programa de aniquilación de la política y su paulatina sustitución por el totalitarismo de las leyes del mercado, ya no conoce diferencias entre la derecha y la izquierda. Es por ello que sólo desde una perspectiva psicoanalítica pueden postularse unas bases para repensar lo político, más allá de las categorías tradicionales que se disuelven en el caldo infame de la globalización del sufrimiento.
La Historia, ese discurso que nos hace creer que la historia tiene algún sentido, nos devuelve en la actualidad una tremenda paradoja. Como nos lo recuerda este libro, “madre”, “padre”, “niño”, no son otra cosa que significantes, como lo son también “hombre” o “mujer”. No designan ninguna esencia, sino tan sólo posiciones referidas al Discurso del Amo. Constituyen polos de significación en los que sedimentan los restos de la cultura, semblantes que organizan la distribución de los goces y las palabras. El niño, esa majestad que reina sobre el narcisismo de los padres para mayor gloria de su desesperanzada falta en ser, es un producto de la Ilustración, como demostraron los estudios de Philip Aries y otros autores. Producir ese nuevo significante amo constituyó sin lugar a dudas un avance en la civilización, una conquista que debemos a la cultura occidental. Basta con echar un vistazo hacia aquellos lugares del planeta que no han conocido ese salto de la historia para advertir que las desgracias de los niños se inscriben en un modo de lazo social que desconoce el concepto de infancia. El niño en la India, en el África subsahariana, en amplias regiones del sureste asiático, comparte el mismo destino de desecho que sus padres. La paradoja de Occidente es que tras haber extraído el significante niño del discurso, creó las condiciones para que los adultos desaparecieran. Después de un breve respiro de la Historia, los niños de occidente vuelven a estar abandonados, porque sus padres, convertidos ellos también en niños inocentes, ya no saben qué hacer con sus hijos.
En época en la que yo mismo era un niño, y para expresarlo en el lenguaje al uso de aquel entonces, tarde o temprano debíamos enfrentarnos a la temible pregunta: “Y vos, ¿estás avivado?”. Estar “avivado”, en esa época, significaba básicamente dos cosas: 1) que los Reyes Magos eran los padres; 2) estar iniciado en los misterios de la castración. En suma, estar “avivado” era una forma de interrogar la relación del sujeto con el matema de A tachado. ¿Qué significa en la actualidad “estar avivado”, cuando sabemos que los Reyes Magos son los niños, reyes sin reino ni blasones, abandonados al capricho de su demanda, y que la castración es una probabilidad evitable? Preguntémosle a Ana Ruth Najles, preguntémosle a su nueva obra, que no sólo se ocupa de examinar al sujeto en tanto significante niño en la posmodernidad y en la cura analítica, sino también de examinar cuáles son los compromisos que un analista debe tomar en el lazo social para que su acción pueda añadir al menos un pequeño obstáculo a la tremenda idiotez que se apodera de la civilización. Porque si Hanna Arendt (otra Ana) supo demostrar que la banalidad es el rostro del Mal, nuestra época nos devuelve la idiotez como faz del Bien, de ese Bien Común que los tecnócratas, los políticos, los economistas y todo ese gran ejército de expertos y peritos sin vergüenza nos presentan como programa de la felicidad universal.
A través de numerosas referencias teóricas y clínicas, extraigo sin permiso de la autora una tesis que ella podrá aceptar o refutar, pero que en cualquier caso no habría sabido iluminar sin la lectura de su libro: se ha vuelto un lugar común la idea de que, para el niño, el deseo parental ocupa el lugar del gran Otro, ante el cual la inevitable pregunta “Que vuoi” se erige temblorosa y definitiva. Ahora es necesario invertir la dirección, y reconstruir la lógica que el psicoanálisis con niños nos plantea: el deseo, el enigmático deseo del Otro, es el deseo del Niño. Lejos de “his majesty the baby”, el niño como falo soberano, se trata de llevar la cuestión hasta el límite en el cual el niño se nos aparece como unheimlich, como lo verdaderamente Otro, como lo imposible de subjetivar en la demanda parental. Es lo que Najles denomina “saber con qué objeto nos hablan los padres”, cuál es el referente real de sus dichos, en lugar de sucumbir, como analistas, a la horrorosa fascinación de la escena primaria que nos es puesta en bandeja cuando recibimos a los progenitores preocupados por sus hijos.
En la era de la inocencia, (véase “La tentación de la inocencia” de Pascal Bruckner, Anagrama, Barcelona 1996) en la época del sujeto-víctima, la posición del analista no resulta fácil. Desde que Freud nos brindara su pequeña viñeta clínica conocida como “el caso Emma” en el Proyecto de Psicología para Neurólogos, ha pasado más de un siglo. La pequeña Emma, a quien Freud consideró responsable de volver a la tienda del pastelero seductor en búsqueda de una satisfacción que muchos años después le retornaría bajo la forma de un síntoma, ingresaría hoy en día en la categoría de víctima de acoso sexual, y posiblemente formaría parte de un programa de algún Instituto de la Mujer destinado a la degradación del falo. Por supuesto, no se trata de desconocer que el niño es, ante todo, un objeto, un objeto de amor, pero también un objeto pulsional, un agalma y un desecho, más bien lo último en demasiadas ocasiones. Pero lo que Ana Ruth Najles nos enseña a lo largo de sus capítulos es que en la cura analítica el sujeto es siempre responsable de su goce, más allá de su edad, lo que no significa olvidar que también puede ser víctima de la oscura voluntad del Otro.
El niño enloquecido, el niño tonto, el niño triste, el niño “fracasado”, y tantas otras figuras de la desdicha del hablanteser son deconstruidas en este libro para devolverle al sujeto la dignidad del inconsciente. Ese sujeto que la modernidad ha reducido a la bulimia de la mercancía está enfermo. No sólo enfermo del lenguaje, como lo ha estado siempre, sino enfermo del deseo. Esa enfermedad, el único valor que la globalización volverá auténticamente universal, no tiene cura. Por eso la religión católica tiene el porvenir asegurado, porque no habrá otro camino que la culpa para poner un freno al desprecio moderno de la castración. Entre ciencia y religión, si acaso una pequeña hendija de luz es posible abrir entre tanta oscuridad, el analista de hoy tiene también su responsabilidad. Digamos el de hoy, porque no sabemos si en el futuro podremos decir, como hace veinte años lo anunciara Michel Silvestre en el título de su libro, “mañana el psicoanálisis” .