25.1.08

"El psicoanalista está en camino de reinventarse"


Entrevista otorgada el
sábado 19 de enero de 2008
por Jacques-Alain Miller
al Diario Libération
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«Replegarse sería mortal para el psicoanálisis»

por ÉRIC FAVEREAU
Diario: sábado 19 de enero de 2008


Jacques-Alain Miller. Yerno de Jacques Lacan. Personalidad muy controvertida, director del departamento de psicoanálisis de la universidad Paris-VIII, Jacques-Alain Miller, 63 años, creó en 1981 la Escuela de la Causa Freudiana. En 1992, fundó la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Bajo su autoridad se publican los textos de los seminarios de Jacques Lacan, a cuenta gotas, se lamentan algunos. Es también alguien que polemiza. A la cabeza de la lucha contra la enmienda Accoyer, que quería legislar sobre la psicoterapia, retoma el combate contra los cognitivistas, obsesionados con la evaluación.

Organiza en la Mutualité en Paria, el 9 y 10 de febrero, un "gran meeting para que viva el psicoanálisis", sobre el tema: ¿qué política de civilización?


Se habla nuevamente de la enmienda Accoyer, que busca enmarcar el uso del título de psicoterapeuta. Provocó la ira de todo el medio analítico. Vuelve pero bajo una forma atenuada. Y usted, vuelve a la guerra…


El asunto de la enmienda está cerrado. No hay ningún contencioso después que Bernard Accoyer renunció a su primer texto, que se arriesgaba a definir las diversas psicoterapias. Su preocupación por regular el uso del título de psicoterapeuta fue escuchado por el medio psi, que, desde hace pronto tres años, es parte interesada en la concertación sobre el decreto de aplicación. Por el contrario, sí, para mí el combate se ha vuelto permanente.

¿Pero qué combate?

Freud dia gnosticó hace mucho tiempo un « malestar en la civilización". Estamos mucho más allá: todo el mundo siente que la civilización occidental tiende a volverse francamente invivible. Esto suscita revueltas, una guerra civil, pero que respeta las formas del debate democrático.

¿Ciertamente, pero qué guerra ?

Hay una guerra ideológica que opone, por una parte, los cuantificadores, los cognitivistas (1), con su pretensión creciente de regentear la existencia humana en todos sus aspectos, y por otra parte, todos aquellos que no se inclinan ante la cuantificación en todas partes. El fanatismo de la cifra, no es la ciencia, es su mueca. No hace mucho, la administración, era aún burócratas a la Courteline. De ahora en más, la electrónica pone entre las manos de las burocracias occidentales un poder inmenso de almacenamiento y de tratamiento de la información. Se han embriagado con eso, perdieron el sentido común. Las más afectadas son las de la Unión europea, herederas de las monarquías. Van hacia la vigilancia generalizada, de la cuna a la tumba. Aspiran al control social total. Se prometen remodelar al hombre en lo que tiene de más profundo. No se trata ya solo de "gobernar los espíritus", como quería Guizot, ni incluso sugestionarlos con olas de propaganda masiva.
Nuestros amos están tan confundidos por el progreso inusitado de las bio y nanotecnologías que sueñan con manipular en directo el cerebro con implantes y electrodos. Hasta tanto se pueda hacer eso, ¿por qué no poner a punto una humanidad higiénica, desembarazada de una buena vez de lo que Freud llamaba la pulsión de muerte, una especie humana mejorada, transhumana? Quedamos reducidos a decirnos: !por fortuna existe el papa! Pues cuando los débiles mentales tienen el poder, el progreso científico engendra utopías autoritarias que son verdaderos delirios megalomaníacos. Esto fracasará sin remedio, pero hasta tanto produce estragos. No hay que dejar hacer, incluso si los clivajes nuevos que suscita esta desmesura no obedecen ya a la lógica izquierda derecha


¿Pero, en qué concierne al psicoanálisis esos clivajes, que es del orden del dominio privado?


Desde comienzos del siglo XXI, la burocracia decidió que la salud mental de los pueblos formaba parte de sus atribuciones. Invadió los dominios de la escucha, de las terapias por la palabra, se ocupó de remodelarlas del principio al fin. En la práctica, esto quiere decir: atacar al psicoanálisis. Tratar de eliminarlo en provecho de la técnicas de persuasión, las terapias cognitivo comportamentales, que pretenden que sus efectos son cifrables, por lo tanto científicos. Es la impostura del cognitivismo. El cognitivismo, es decir la creencia que el hombre es análogo a una máquina que trata la información.

En esta óptica, se trata de hacerle escupir cifras al alma. Se mide a cuanto más mejor, se cuenta todo y no importa qué; los comportamientos, las casillas marcadas de los cuestionarios, los movimientos del cuerpo, las secreciones, las neuronas, los colores de la resonancia magnética, etc. Sobre estos datos recogidos de este modo, se elucubra, se los homologa a otros tantos procesos mentales que son perfectamente fantasmáticos, se imaginan haber puesto la mano sobre el pensamiento. En resumen, se divaga, pero como está cifrado parece científico. Todo un cúmulo de metáforas infiltró de este modo el discurso corriente, a fuerza de producir y de manejar máquinas, al hombre contemporáneo le gusta imaginarse ser una de ellas.


¿Un ejemplo ?

Nos explican que estar enamorado, ocurre cuando nuestra serotonina baja a menos del 40 %. Esto se midió en cobayos que aseguran piensa en el ser amado al menos cuatro horas por día. ¿El amor loco? Hace subir la dopamina. Por lo tanto si usted tiene propensión al amor loco, se trata sin duda de que tiene una pequeña falta de ese lado. Por el contrario, si usted permanece con la misma persona, es porque su tasa de ocitocina, llamada la hormona del amor…En resumen, se retranscriben sus emociones en términos cuantitativos, y el juego está hecho. Esta cuantificación enloquecida, que es un puro simulacro del discurso científico, se extiende por todas partes. Constituye la felicidad de la administración, la justifica, la alimenta, la incita a recubrir todos los aspectos de la vida.

¿Todo debe arrojarse en el cognitivismo ?

!Oh sí ! Es una ideología que mimetiza las ciencias duras. Pero si se ha extendido tan ampliamente, es porque expresa algo muy profundo, una mutación ontológica, una transformación de nuestra relación con el ser. Hoy, no estamos seguros de que algo exista si ese algo no es cifrable. La cifra se ha vuelto la garantía del ser. El psicoanálisis también descasa sobre la cifra, pero en el sentido del mensaje cifrado. Explota las ambigüedades de la palabra. En este sentido está en el polo opuesto del cognitivismo, a este le es insoportable.

Usted señala igualmente que esta ideología de la cifra está en vías de imponerse en la universidad…


La evaluación hizo su entrada en la universidad hace veinte años, pero hay un salto cuantitativo con la Agencia de evaluación de la investigación y de la enseñanza superior (la AERES). Es muy reciente: fue creada por la ley del 18 de abril de 2006 e instalada el 21 de marzo. Desde 1985, los organismos encargados de la evaluación se han multiplicado, pero los universitarios e investigadores estaban representados en sus direcciones, y habían aprendido a vivir con ello. Se acabó. Todo ha desaparecido en provecho de una agencia única, "autoridad administrativa independiente" que cubre el territorio nacional. Actúa bajo la autoridad de un consejo bastante raro, el ministerio nombra a los miembros por decreto. Ningún miembro elegido. Del mismo modo, el "delegado" nacional, responsable de cada disciplina, no emana, de ningún modo, de la comunidad de los investigadores, es designado por el presidente de la agencia. El sistema fue concebido por el Pr Jean-Marc Monteil, eminente psicólogo social cognitivista. Está encargado de la misión del gabinete del Primer ministro, mientras que la Agencia es presidida por el Pr Jean François Dhainaut, especialista en biotecnología. Delegado nacional para la psicología: el Pr Michel Fayol, sucesor del Pr Monteil en la universidad de Clermont-Ferand, la única de esa talla donde la psicología clínica es rigurosamente amordazada desde hace años. El Pr. Monteil me explicó sin risa que era en razón de su incompetencia notoria en la materia. La Aeres es un monstruo burocrático hipercentralizado y particularmente opaco: nada que ver con América. Recuerda más bien a la difunta Unión Soviética.

¿Cuál es el objetivo ? ¿Expulsar al psicoanálisis de la universidad?
El objetivo es rentabilizar la investigación. El resultado será muy diferente. En nombre de la planificación total y de la objetividad perfecta, se ejerce el sadismo sobre los universitarios y los investigadores. Se expanden pasiones tristes – inquietud, pérdida de estima de sí, depresión -, al mismo tiempo que con una dulce voz dicen. "Por favor, no tengan miedo!" Y al mismo tiempo, Sarkozy promete hacer de las universidades lugares de efervescencia intelectual. Esta usina a gas se romperá la cara, por supuesto, pero será mejor que sea lo antes posible. Aparte de esto, no solo el psicoanálisis es insoportable para los cognitivistas, es el método clínico, porque apunta a lo singular, en tanto que ellos solo juran sobre la estadística. Tienen horror del sujeto, no conocen más que "al hombre sin cualidad", como decía Musil.
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Pero siempre ha habido un combate entre los clínicos y los cognitivistas…

Desde siempre, los clínicos tenían a los estudiantes y los cognitivistas tenían los títulos unviersitario. Lo que cambió, es que hoy los cognitivistas, amparados en su posición administrativa, intentan erradicar a sus competidores. Y lo lograrán, salvo si la tutela política reconoce que la unidad de la psicología es de ahora en más un mito. Entonces, se pondrá de un lado al psicoanálisis, la psicología clínica y la psicopatología. Y del otro a la psicología experimental y cognitivista. Cada dominio con sus competencias propias. A falta de lo cual, el psicoanálisis desaparecerá muy rápido de la universidad. Es lo que le expliqué a Valérie Pécresse, invitado por ella, y es lo suficientemente inteligente como para no permanecer en la memoria como la Atila del psicoanálisis.

¿Está es psicoanálisis en estado de defenderse ?

«Vivamos felices, vivamos escondidos », esta era la divisa de los psicoanalistas. Esto no se sostiene más. Replegarse en su terreno sería mortal para el psicoanálisis, pues ya no tiene terreno, simplemente. En resumen, los psicoanalistas no podrían dispensarse de tomar parte del debate público.
Además existen las prácticas. Hay que innovar. Cada vez más practicantes analizados reciben a sus pacientes en las instituciones. El psicoanalista está en camino de reinventarse. Constatamos que pueden producirse efectos analíticos en otras partes y no solo en el consultorio privado. Hace cuatro años que la Escuela de la causa freudiana ha abierto un centro psicoanalítico de consulta y tratamientos, en el Xmo distrito de París, que recibe gratuitamente a todo el que llega. Esto se extendió como un reguero de pólvora: con iniciativas locales, otros diez centros se han abierto en Francia. Cuatro en España, y también en Italia. En vista de los resultados, los poderes públicos los sostienen cada vez más. Esto testimonia una sorprendente evolución de las mentalidades. Logra alcanzar lo que Freud quiso hacer, dispensarios gratuitos



Usted no habla de la amenaza de la psiquiatría biológica y del peso preponderante de los medicamentos…

El psicoanálisis no es la cientología. El recurso a los psicotrópicos no está proscrito por principio..

¿Que pensó usted de la campaña nacional sobre la depresión ?

Es Knock a la milésima potencia. Un discurso masificante que trata de penetrar en lo más profundo de cada uno, para remodelar el sentido de sus emociones más íntimas. La ministra de Salud debió darse cuenta de que algo no andaba porque dio su auspicio a un coloquio que organizo sobre el tema.

Dejemos a los cognitivistas. ¿Puede haber miradas de evaluación sobre las prácticas analíticas? ?

La cultura de la evaluación es un señuelo. Se apela a ella para cumplir bajas necesidades bajo la cubierta de la objetividad. Se hace como si el saber absoluto posara su dedo sobre usted y le indicara lo que usted vale: usted solo tiene que decir amén. En la práctica, la evaluación está siempre en manos de una claque que hace sus cuentas. Es un procedimiento de tipo soviético. Es la última resistencia a la ley del mercado.

¿Usted prefiere las reglas del mercado?

Si hubiera que elegir entre la evaluación y el mercado, preferiría aún el mercado. Para evaluar el departamento de psicoanálisis de París VIII, que es el líder mundial para el psicoanálisis de orientación lacaniana, nos envían algunos desdichados cognitivistas que, ellos, van a remolque de la psicología americana: nos toman por chiflados. Nosotros los consideramos nulos.

Le control o el pase,¿ no es sin embargo una forma de evaluación?

Una elucidación, no es una evaluación. No se trata de ubicar valores sobre una escala preestablecida, sino de volverse disponible para la sorpresa del acontecimiento singular. El psicoanálisis es algo a medida, no la confección en masa. Dicho esto, en psicoanálisis, se nos juzga todos los días por sus resultados, pero no por expertos: sino por los que lo utilizan, por el consumidor.

¿Como reaccionó usted a la grilla de evaluación de los ministros, sugerida por el presidente de la Republica?

Folklórica. Nadie lo toma en serio. Es para desembarazarse de los ministros perezosos o que dejaron de gustar. Siendo así, el sarlozysmo es un muy curioso voluntarismo, que oscila entre el estatismo y el liberalismo. Napoleón o Raymosn Aron, Sarkozy no eligió, y eso vira a la confusión. Los socialistas, eligieron. El PS fue fragmentado en bandas, todos sus expertos son hiper evaluacionistas. Se convirtió en el partido del "hombre sin cualidades", el portavoz de los altos funcionarios: "¿El interés general? Nos conoce, vamos a calculárselos" No es seguro que la izquierda pueda ahorrarse su disolución si quiere renacer un día.
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(1) El congitivismo designa una corriente de investigación científica que sostiene la hipótesis de que el pensamiento es un proceso de tratamiento de la información
Traducción : Silvia Baudini (from eol-postal)
(From Libération)

15.1.08

De la lobotomía moral

Publicamos este artículo recogido del diario argentino Página 12, con fecha 13.01.2008, por su interés y por la reflexión que plantea. No creo que la medicación que se pretende utilizar sea eficaz para anular las consecuencias psiquicas y morales de la participación en la guerra por parte de los soldados norteamericanos. Pero estas medidas nos indican una tendencia sobre la función que podrían jugar determinados sectores de la psiquiatría y la medicina que nos recuerdan lo peor de la historia de la medicina.



Por Juan Gelman

No es el mero lavado de cerebros, del que se ocupan cotidianamente gobiernos como el de la Casa Blanca donde asientan sus traseros –única materia pensante que, al parecer, poseen– los autores de guerras infinitas, o ciertos medios, ciertas audiciones de radio, ciertas cadenas de televisión. Es algo más: es la mutilación de sentimientos morales como el arrepentimiento, la culpa, la memoria del horror, la solidaridad, la compasión, la repugnancia de matar a otros seres humanos y hasta la dignidad del combate. El Pentágono ha tomado medidas para que nada de eso asalte a sus soldados, que considera apenas material desechable. Se lo ha oficializado el Congreso de EE.UU.

La Ley de psicología Kevlar de 2007 faculta a la Secretaría de Defensa “a desarrollar y aplicar un plan de medidas preventivas y de intervención temprana, de prácticas o procedimientos que reduzcan la posibilidad de que el personal en combate padezca desórdenes post traumáticos (PTSD, por sus siglas en inglés) y otras psicopatologías relacionadas con el estrés, incluyendo la utilización de substancias” (www.opencongress.org, 31-7-07). La sustancia es el propanolol y esa preocupación tiene razones: casi el 40 por ciento de los soldados, un tercio de los marines y la mitad de los guardias nacionales que han luchado en Irak sufren graves trastornos mentales, según se asienta en un informe del Grupo de Tareas sobre Salud Mental del Pentágono (www.defense link.mil, 15-6-07). En el informe relativo a los suicidios en las fuerzas armadas estadounidenses después de la invasión y ocupación de Irak se registra que la tasa de efectivos que se dieron muerte por mano propia en el 2006 es la más alta desde 1980 (www.armymedicine.army.mil, 2006). La CBS informó en diciembre que, con base en una investigación que llevó a cabo, más de 6250 veteranos se suicidaron en el 2005, unos 17 cada día. Las bajas en el frente fueron mucho menores. La muerte no cesa de trabajar después de los tiros.

La lógica de la ley Kevlar es sencilla: si los chalecos antibalas protegen el físico de los militares estadounidenses, ¿por qué no emplear drogas para proteger su subjetividad? Desde la Segunda Guerra Mundial, el Pentágono viene desarrollando métodos para modificar los valores éticos que las familias y la escuela inculcaron a los reclutas. El teniente coronel Peter Kilner fue muy claro al respecto: “El entrenamiento militar moderno condiciona a los soldados para que reaccionen ante los estímulos y esto maximiza su capacidad letal, desbordando toda autonomía moral. Se condiciona a los soldados para que actúen sin considerar las repercusiones morales de sus acciones, se los torna capaces de matar sin tomar la decisión consciente de hacerlo. Si no pueden justificar ante sí mismos el acto de matar a otro ser humano, probable y comprensiblemente se sentirán muy culpables y esto se manifestará en un PTSD y dañará la vida de miles de hombres que cumplieron su deber en el frente” (The New Yorker, 5-7-04). El coronel Kilner es profesor de filosofía y ética en West Point. ¿Cómo definirá la ética en sus clases?

La cápsula de propanolol destinada a los efectivos estadounidenses tiene efectos varios. Es como una pastilla del día siguiente, atenúa o apaga la memoria de los horrores vistos y cometidos. Esta técnica de congelación de la sensibilidad y la memoria explica el miedo de las familias que se instala en los hogares cuando los veteranos vuelven y ejercen una violencia indiscriminada. También el número de violaciones dentro de las fuerzas armadas de EE.UU.: ascendieron a 2374 casos en el 2005, un incremento del 40 por ciento respecto del año anterior, y se trata apenas de los casos denunciados. El general K.C. McClain, comandante del grupo de tareas del Pentágono encargado de la prevención y respuesta a las agresiones sexuales en las propias filas, subrayó: “Los estudios indican que sólo se notifica el 5 por ciento de esos hechos” (www.defenselink.mil, 16-3-06). Si así fuere, tales agresiones habrían superado la cifra de 47000 en el año investigado, más de 130 por día. Una friolera, vamos.

Es notorio que el propanolol se emplea con fines terapéuticos, entre otras cosas para aminorar la presión sanguínea y poner coto a las arritmias del corazón. Algunos atletas lo utilizan a manera de dopping con el objeto de mejorar su rendimiento. Para el Pentágono es otra cosa: una garantía de que las tropas perpetren cualquier crimen sin cuestionamiento alguno y puedan seguir cometiéndolos. La ley Kevlar facilita la “cura” de los impulsos suicidas y los trastornos mentales que experimentan los efectivos norteamericanos mutilando su memoria y sentimientos. La lobotomía moral existe.

7.1.08

MORIR (PEOR) EN MADRID

Por Miriam L. Chorne
Psicoanalista en Madrid.

¿Por qué asistimos en España en los últimos tiempos a la invención de falsos debates que buscan crear confrontaciones, crispación y conflicto? Tras esa táctica hay un modo de ejercer la política que busca galvanizar los ánimos con cuestiones sin duda fundamentales, sólo que tomadas a contrapelo.

Un ejemplo cercano y grave de la búsqueda de la confrontación, lo constituye el manejo que hizo la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, de una denuncia anónima de que en el Hospital público Severo Ochoa se había practicado masivamente la eutanasia.

No sólo se dio publicidad a la denuncia anónima, pese a que ya había sido investigada sin que se hubieran comprobado los hechos motivo de la acusación, sino que la Consejería, ejercida en ese momento por M. Lamela, la llevó al fuero penal.

En junio de este año, 2007, el juez responsable del proceso, tras la intervención de numerosos expertos, resolvió archivar las actuaciones ya que “ni siquiera indiciariamente los hechos objeto de la denuncia” quedaron probados.

Sin embargo, el daño estaba hecho. La tormenta política se había llevado por delante al director y al gerente del Hospital, junto a cinco Jefes de servicio y por supuesto en primer lugar al coordinador de Urgencias de Leganés, Luis Montes y once médicos de su equipo. Junto con ellos se llevó también por delante el funcionamiento de un centro modelo de la sanidad pública en Madrid.

En una entrevista en este periódico (junio de 2007), L. Montes, formulaba la hipótesis de que la crisis se había utilizado como una cortina de humo. Servía para ocultar la política de desmantelamiento de la sanidad pública, en concreto la creación en cogestión privada de ocho nuevos hospitales en la región, modalidad de gestión que se anunció apenas una semana después del inicio del conflicto. Añadiendo en la misma entrevista que “Lamela ha conseguido que la gente muera peor que antes”.

Las nuevas formas de hacer política -a golpe de propaganda y sin que importe que lo que se diga sea mentira- resultan no sólo escandalosas sino que entrañan un enorme peligro. Sabemos que la experiencia de la gestión semiprivada de los hospitales en países cercanos ha resultado desastrosa, países como Inglaterra han visto como se enseñoreaba el interés económico de más corto alcance de su sanidad, en perjuicio de la salud de sus habitantes.

Con fines propagandísticos se tergiversan los términos en discusión en la confianza de que si se repiten suficientemente, penetran la opinión pública.

Ciertos lemas fuerzan erróneamente nuestra elección: enseñanza “laica o libre”, o “aborto o vida”, resultan equivalentes al engañoso debate entre “defensa de la vida o eutanasia”, enarbolado por la Consejería. Debería formularse con mayor exactitud como “cuidados paliativos versus encarnizamiento médico”.

La falsa opción transforma una postura ética en el ejercicio de la profesión, considerar que bien morir es un derecho ciudadano, en la transgresión de una ley fundamental: la prohibición de matar. Se busca de este modo dar la lucha en un terreno minado por sentimientos, más o menos inconscientes, que giran alrededor del tabú de la muerte. Seguramente no es una elección inocente. Si además la acusación sugiere que la eutanasia no fue autorizada por el paciente ni por la familia suscita una entendible reacción de alarma, y explica que la posición de los profesionales haya sido ante todo en un primer momento defensiva.

Tal vez ahora cuando ya se cuenta con la sentencia del juez se pueda contextualizar más ampliamente el problema a fin de que más allá de lo acontecido se puedan interrogar los fundamentos ideológicos de la denuncia de la Consejería.

La actitud ante la muerte

Aunque se quiere presentar el tema de la muerte como una cuestión de principios religiosos: la Consejería protegería la vida, y en consecuencia un valor de siempre y para siempre, se trata de una afirmación que no es verdadera.

Los historiadores de las mentalidades nos han enseñado que algunas dimensiones de la vida cotidiana cambian lentamente. Aparecen para nosotros como eternas, sin embargo contempladas en la larga duración son objeto de cambios profundos en la sensibilidad.

La actitud ante la muerte es una de esas dimensiones, como numerosos historiadores, antropólogos, etnólogos y sociólogos han mostrado en los últimos años. Entre ellos P. Ariès (Morir en Occidente), describió la inversión de la actitud ante la muerte del hombre occidental. Por evidentes razones de espacio sólo puedo esbozar algunos de los términos en juego.

El moribundo de la Alta Edad Media, por ejemplo, no sólo sabía por sí mismo cuando iba a morir sino que tomaba los recaudos necesarios para bien morir. La sencillez con que los ritos de la muerte eran aceptados y cumplidos, de una manera ceremonial, pero al mismo tiempo sin dramatismo, sin emociones excesivas, contrasta con la sensibilidad actual frente a la muerte.

El hombre de nuestra época experimenta cada vez mayor repugnancia para admitirla abiertamente -la suya y la del otro-

Una consecuencia necesaria de este rechazo es el aislamiento moral impuesto al moribundo, la ausencia de comunicación con las personas cercanas, y la medicalización de la actitud ante la muerte. Estos cambios culminan hoy en una verdadera dificultad para poder morir. La muerte aparece en nuestra época bajo el aspecto insólito del enfermo erizado de tubos y agujas, condenado a meses cuando no son años de una vida degradada.

De manera paradójica, P. Ariès habla de la muerte domesticada de la antigüedad en contraste con la muerte salvaje de nuestro tiempo. En una sociedad que se quiere progresista, la muerte resulta más solitaria simbólica y realmente.

P. Ariès utiliza la escena de la agonía de un gran historiador, el jesuita Dainville, para ilustrarlo. Teniendo en cuenta su situación desesperada el enfermo había convenido con el médico que no se realizaría ningún tratamiento “duro” para hacerlo sobrevivir. Sin embargo durante un fin de semana, y ante su agravamiento, un interno lo transfirió al servicio de reanimación de otro hospital, contra su voluntad. Un compañero del jesuita describe así el final: “La última vez que lo ví, a través del vidrio de una habitación estéril y sólo pudiendo hablar con él a través de un intercomunicador, yacía en una cama de ruedas, con dos tubos inhaladores en la nariz, y un tubo que le cerraba la boca”. Llevaba otros aparatos. Le dijo “Sé que no puede hablar… Me quedo aquí velando algunos instantes con usted”. Dainville entonces se soltó de un tirón los brazos atados y la máscara respiratoria y le dijo, antes de hundirse en el coma, “me despojan de mi muerte”.

Se trata de travestir el forzamiento a vivir en protección de la vida, añadiendo además, para sostenerlo mejor una justificación religiosa. Sin embargo, alguien tan poco sospechosos de atentar contra la vida como el Papa Juan Pablo II, cuando supo próxima su muerte se negó a ser nuevamente internado en la Clínica Gemelli, tal como lo cuenta J. Lozano Barragán, ministro de Sanidad de la Santa Sede, quien interpreta el acto del Papa como un rechazo del ensañamiento terapéutico.

La definición de la muerte

La idea misma de la muerte se ha modificado. De manera que lo que nos es presentado como la defensa de la tradición en el tema de la muerte aparece en verdad como un desarrollo reciente por el cual el poder político puede intervenir en decisiones vitales. La muerte se ha transformado en una cuestión técnica lograda mediante la suspensión de los cuidados, es decir de manera más o menos declarada, por una decisión del médico y el equipo hospitalario. Puede incluso poner en juego una decisión de un juez que autorice a los médicos a interrumpir los cuidados de un enfermo con independencia de que conserve la conciencia.

En un libro reciente, Homo sacer, (Pre-Textos), G. Agamben, uno de los teóricos actuales de la biopolítica denuncia el avance del control político sobre la vida de los individuos.

En el penúltimo capítulo del libro titulado “Politizar la muerte”, se refiere a un estudio de dos neurofisiólogos franceses sobre las nuevas modalidades de la muerte. La muerte en la actualidad, nos dice, está desintegrada, fragmentada, indeterminada, ya no se sabe cuando ocurre.

Estos científicos estudiaron un fenómeno denominado en medicina “coma depassé”, el ultracoma es un grado de coma que implica una pérdida mayor de las funciones vitales de las que antes eran necesarias para considerar a alguien muerto.

La definición del ultracoma que busca la paradoja (un estadio de la vida más allá del cese de todas las funciones vitales), sugiere que este estado es el precio no deseado de las nuevas tecnologías de reanimación. La supervivencia de este tipo de pacientes cesa automáticamente, casi de inmediato, si se interrumpen los tratamientos de reanimación. ¿Se trata en verdad de supervivencia? ¿Qué es esa zona de la vida que está más allá del coma? ¿En quién o en qué se ha convertido el enfermo sometido a ese tipo de tratamiento?

Agamben subraya que el interés del ultracoma va mucho más allá del problema científico de la reanimación. Lo que está en juego es la definición misma de la muerte.

Señala que la decadencia de los criterios tradicionales, sustancialmente los mismos durante siglos -el cese del latido cardíaco o la parada respiratoria- coincide -se pregunta si azarosamente- con el momento en que comienza un desarrollo veloz de las técnicas de transplante. El estado del ultracomatoso es la condición ideal para la extracción de los órganos, pero eso significa definir con certeza el momento de la muerte. Se considera así que la muerte cerebral debe ser el criterio. El concepto muerte, lejos de haberse hecho más exacto, oscila entre el polo de los criterios más tradicionales y el polo más reciente, entrando en la mayor indeterminación. La misma fluctuación se refleja en una oscilación análoga entre medicina y derecho, entre decisión médica y legal.

A Agamben le interesa destacar que el concepto de vida y el de muerte no son conceptos científicos sino conceptos políticos que sólo adquieren un significado preciso por medio de una decisión. Decisión que depende del ejercicio del poder soberano.

La sala de reanimación delimita así, para Agamben, un espacio de excepción en que aparece por primera vez una “nuda vida”, una vida a la que se puede dar muerte sin cometer homicidio, totalmente controlada por el hombre y la tecnología.

Entre los partidarios más decididos de la muerte cerebral se encuentran quienes reclaman la intervención del Estado, en un nuevo paso adelante de la biopolítica en las sociedades democráticas modernas.

El mundo contemporáneo con su promoción aparente de la secularización de la muerte reintroduce sin embargo una confusión de estos ámbitos - vida natural y existencia política - que conlleva un dominio mayor sobre la autonomía de los sujetos. “Cuando la mirada del poder soberano es un ojo que ve la muerte en la vida, que ve en todas partes la amenaza a la vida, encuentra en esa misma ubicuidad la excusa para su propio, insidioso y ubicuo control. Cuando la vida pasa a ser definida por la muerte, es permeable a la muerte y es permeable al poder” (J. Copjec, Imaginemos que la mujer no existe, ed. FCE).

Se trata para Agamben de la culminación del vínculo entre “nuda vida” -entendida como la vida corporal en tanto vulnerable- y el poder soberano en el transcurso de la historia. Así, afirma que “No la simple vida natural sino la vida expuesta a la muerte (la nuda vida) es el elemento político último.

En un artículo del periódico El País, “Cuerpos desnudos” (de marzo de este año), José L. Pardo denunciaba que para hacer la seguridad física deseable seguramente es necesario hacer previamente de la vulnerabilidad corporal algo visible. Hay que “propagar" la “fragilidad”, la “animalidad” y la “desnudez” física como los nuevos rasgos definidores de la humanidad”. Y añadía una prevención, que los miedos producidos con fines legitimadores puedan concluir en una suerte de profecía autocumplida, como ya lo ha probado la experiencia histórica.

El temor es que estos nuevos fantasmas físicos, que resultan a veces electoralmente tan rentables, terminen convirtiéndose en realidades ingobernables.

Miriam L. Chorne