24.3.08

LA DEPRESION ACTUAL



II JORNADA CLÍNICA MORATALAZ-VICÁLVARO

Publicamos la intervención en las jornadas, de Graciela Sobral, psicologa del equipo de salud mental de Moratalaz.Vicálvaro y Psicoanalista en Madrid.



El remordimiento

He cometido el peor de los pecados

Que un hombre puede cometer. No he sido

Feliz. Que los glaciares del olvido

Me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego

Humano de las noches y los días,

Para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

No fue su joven voluntad. Mi mente

Se aplicó a las simétricas porfías

Del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor, no fui valiente.

No me abandona. Siempre está a mi lado

La sombra de haber sido un desdichado.

Jorge Luis Borges, Bs.As, 1975

La depresión es una cuestión de total actualidad, mi intervención es un intento de desarrollar esta idea, para eso quisiera mostrar que la depresión es un efecto de la época, que redobla una dificultad propia del ser humano, y que la sola administración de fármacos no es suficiente para su tratamiento.

En el Servicio de Salud Mental de Moratalaz-Vicálvaro recibo pacientes que consultan por malestar laboral, (porque llevo un grupo terapeútico dedicado a ese tema); recibo pacientes con trastornos de la alimentación, (porque llevo un programa dedicado a esas patologías) y recibo pacientes que no consultan por ninguno de estos dos problemas. Dentro de esta variedad de ofertas clínicas, la mayoría de los pacientes se quejan de depresión. Depresión y malestar laboral, depresión y anorexia, depresión a solas. Siempre depresión.

¿Por qué hay tantas consultas por depresión? Las personas están deprimidas… ¿Se trata de una nueva enfermedad? ¿Qué relación tiene la depresión con la época?

Intentaré responder a estas preguntas, pero antes quisiera hacer una semblanza de los pacientes que consultan por depresión.

La depresión neurótica es como un velo que cae sobre los sujetos, que permanecen ciegos en relación a sus verdaderos problemas, y se quejan de su malestar sin poder poner remedio porque no encuentran el lugar donde deben ponerlo.

Juan está abatido y desanimado. No sabe por qué ni cuando comenzó a estar mal. Interrogado sobre su vida, dice que su hijo es toxicómano, se ha ido de casa y no sabe dónde vive, si es que todavía vive. Él siempre hizo lo que tenía que hacer, trabajar y traer dinero a casa, pero no hizo nada en relación al problema de su hijo porque no sabía qué y, además, de eso ya se ocupaba su mujer.

Sandra padece bulimia, se ve gorda, se encuentra abatida y no puede hacer otra cosa que comer y vomitar. A sus padres lo que más les preocupa es que saque buenas notas; no tiene amigas, porque si no se acercan a ella, ella no puede tomar la iniciativa y tampoco tiene novio porque es muy tímida y le da vergüenza hablar con chicos. Frente a todo esto, se mueve entre el desánimo, la impotencia y el paso al acto bulímico.

Pedro está mal porque su jefe, por un lado, le exige mucho, y por otro, lo hace de menos. “Tiene depresión” y ésta, paradójicamente, constituye para él un refugio. Cuando comienza a hablar de su vida, tanto de la actual como de su infancia, va surgiendo un relato donde siempre dejó que abusaran de él con tal de hacerse querer.

Luego retomaré estas viñetas clínicas, pero vemos el caso de Juan, que no puede estar a la altura de su función de padre y la quiere confundir con el “traer dinero a casa”, el de Sandra, que frente a la dificultad para abordar la relación con los otros (padres, amigas y chicos), oscila entre la inhibición propia del desánimo y la bulimia; y Pedro, que desconoce que en su vida se repite un mismo drama que lo deja en el peor lugar.

La depresión y la época.

Como su nombre lo indica, el sujeto que se dice deprimido aparece como en una hondura, en descenso o en baja respecto de algo. Se decía que la depresión era la enfermedad del siglo XX, ahora lo decimos respecto del siglo XXI: después de los problemas cardiovasculares es la enfermedad que más bajas laborales va a producir en este siglo (¡!). Si bien el término depresión ha existido desde siempre, es recién en el siglo XX cuando toma una significación vinculada a lo psíquico. El psicoanalista francés S. André dice que entra en la psiquiatría a partir de la economía, como un deslizamiento que se produce de un campo a otro. Me parece una idea interesante, porque en una época donde el capitalismo triunfa y se expande, el modelo de la bolsa, con su alza y su baja, pasa a ser un paradigma que nos sirve para pensar las cuestiones de la época, no sólo la economía sino también la subjetividad.

Efectivamente, podemos caracterizar la época como la del triunfo del capitalismo y la globalización, la época de la sociedad de consumo. Pero el único deslizamiento al que asistimos no es el que se produce con el término depresión. La época da lugar a un tipo de sociedad y de subjetividad que tiene unas características particulares, tanto en relación a la forma de vivir como en relación a la forma de enfermar. Hablamos de una época en la que constatamos una decadencia de lo simbólico (de la palabra, del relato, de los ideales, de la ley, de la autoridad) y frente a esta decadencia, encontramos el auge del “derecho” a la satisfacción inmediata, al goce fácil del objeto tecnológico y la gran pregnancia de lo imaginario.

Esta “época del consumidor” tiene algunas características que debemos destacar para entrar en la lógica de la depresión.

Como consecuencia de la decadencia de lo simbólico, los ideales devienen imperativos, ya no se trata de ideales vinculados al deseo que guían de la buena manera la vida de las personas sino de imperativos que normalmente están vinculados a algo que se puede medir en términos de éxito o fracaso y que habitualmente no se alcanza, porque siempre se podría llegar más lejos (tener más dinero, tener un coche nuevo, estar más delgada).

Por lo tanto, las personas se mueven más en la dimensión de la exigencia que en la del deseo. Cuando se desea se encuentra un camino para realizar el deseo que no pasa por la exigencia, en el deseo se trata de un trabajo del propio sujeto que encuentra una cierta satisfacción en su realización, una satisfacción articulada a lo simbólico y lo imaginario (- phi), que no se parece a la satisfacción directa del objeto de consumo.

El consumo actualmente excede las cosas materiales y se transforma en consumo de confort psíquico y de salud (este es el texto de una tanda de anuncios en la televisión: toma café que tiene antioxidante; compra una hora de tiempo libre para mamá; usa crema corporal Xxxxx, que activa las defensas de la piel; compra un Chevrolet, te hará feliz o te devolvemos el dinero). Es decir que la exigencia incluye el bienestar emocional y la salud física.

Los Estados modernos entran también en esta dinámica. Si a comienzos del siglo XX tener vida y salud era una suerte, y a mitad del siglo se convirtió en un derecho, hoy es una obligación. El Estado lucha contra la velocidad, la obesidad, la anorexia, el alcohol, el tabaco, etc, etc, y nos vigila, nos controla y nos dice cómo debemos vivir. Ese control llamado eufemísticamente cuidado de la salud, tiene dos aspectos. Es una forma de suplir su falta como Estado del bienestar y a la vez, es una intrusión en la vida y en el cuerpo de los sujetos, queriéndolos obligar a estar sanos a toda costa. Con la paradoja de que el Estado quiere proteger a los ciudadanos de lo que el mismo sistema produce (como objeto de consumo incesante).

Es decir que el sujeto de nuestra época se encuentra atiborrado por el consumo de objetos y sepultado por los ideales que han devenido mandatos.

Desde este punto de vista, podemos pensar la depresión como el reverso de la exigencia que no se puede satisfacer. El sujeto está deprimido porque no está a la altura de lo que debe. El hiperconsumo de objetos (entre ellos, los fármacos en general y los antidepresivos en particular) no le procura el bienestar. Cuanto mayor es el consumo y la exigencia correspondiente de bienestar, más lejos se encuentran las personas de conseguirlo.

El sujeto.

La teoría psicoanalítica concibe al ser parlante como un sujeto que se constituye en relación a un Otro (simbólico). En su constitución acontece una pérdida de goce por la separación de ciertos objetos, pero este goce se puede recuperar parcialmente como plus de gozar. Como correlato de esa pérdida, el sujeto está atravesado por una falta estructural que es la condición del deseo. Desea algo que no tiene y su búsqueda constituye los distintos avatares de la vida. En esta síntesis elemental que estoy haciendo, ubicamos al deseo en una dimensión más vital, entrelazado a la palabra, a lo simbólico. El deseo orienta hacia el encuentro con ciertos objetos, por ejemplo, los objetos de goce sexual. Pero, actualmente, la época brinda al sujeto, como he explicado más arriba, un acceso más directo al goce, sin la mediación de lo simbólico ni del deseo. Se trata del goce autístico del objeto de consumo, que parece realizar el fantasma y resulta más letal porque deja al sujeto solo con el goce puro, sin límite. (Cuando hablamos de goce, hablamos de algo, propiamente humano, que trasciende la dimensión del placer y confina con el dolor; algo que las adicciones ejemplifican muy bien.)

Hay una hiancia entre el deseo y su causa. Esto es así por estructura, el sujeto desconoce lo que causa su deseo e, imaginariamente, pone la causa del lado del otro.

Jacques Lacan sitúa la depresión en el registro de la cobardía moral, la relaciona con el deber del bien-decir o de reconocerse en el inconsciente. ¿Cómo podemos entender esto? En principio, se trata de una dimensión ética, que debemos situar en el registro del bien y el mal, de la verdad subjetiva; no en el registro de una dimensión psicológica que permitiría acceder a una especie de “felicidad no responsable”. La cobardía moral es no poder sostener el deseo, no poder anudar el deseo con su causa, no conducir la propia vida en el sentido en que uno quiere (sino por mandatos), no poder hacerse responsable de los propios actos. Aunque sostener el deseo no sea fácil (es más fácil entregarse al goce), la renuncia al deseo comporta un afecto depresivo, porque dicha renuncia se experimenta subjetivamente como culpa. El afecto depresivo surge cuando el sujeto no consigue hacerse amar por el propio ideal (Ideal del yo), puesto en el otro.

Podemos tomar el poema de Borges que he leído al comienzo, para aclarar esta frase, tal vez oscura, de Lacan.

Dice,

He cometido el peor de los pecados, (la palabra “pecado” ya nos pone en la dimensión de la falta, de algo que debía hacer y no hizo o viceversa)

Que un hombre puede cometer. No he sido

Feliz. Que los glaciares del olvido

Me arrastren y me pierdan, despiadados. (en estos dos versos aparece el castigo por el pecado o la cobardía)

Mis padres me engendraron para el juego

Humano de las noches y los días, (en “juego humano de las noches” se puede comenzar a intuir algo vinculado a lo sexual, a la vida como hombre varón)

Para la tierra, el agua, el aire, el fuego. (en este verso aparecen los cuatro elementos, los principios básicos de la vida, que parece que tampoco aprovechó en su totalidad)

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida (en el defraudar y en la falta de felicidad, que es lo que se esperaba de él, ya aparece la culpa. En este verso pone en el lugar de los padres a su propio ideal, frente al cual se siente en falta.)

No fue su joven voluntad. Mi mente

Se aplicó a las simétricas porfías

Del arte, que entreteje naderías. (estos versos muestran que algo pudo hacer con su deseo en el sentido de la creación artística, de la sublimación)

Me legaron valor, no fui valiente. (se refiere al valor, al coraje necesario para sostener el deseo y el goce en el sentido sexual)

No me abandona. Siempre está a mi lado

La sombra de haber sido un desdichado. (en este verso habla de la culpa por haber cedido frente al deseo, por haber dimitido, por no haber podido hacer más que “entretejer naderías”. Esta dimisión se experimenta subjetivamente como una culpa que no lo abandona)


El ser parlante que se caracteriza como un sujeto de deseo, por estructura tiene dificultad para hacerse cargo de su propio deseo. En el lugar de esta dificultad aparecen los síntomas. Este es el mapa de la neurosis. La época duplica esta dificultad propia del sujeto para hacerse con el deseo porque ofrece objetos que le brindan una satisfacción por fuera del deseo e invita a desconocer la relación con el deseo y el trabajo subjetivo que supone vincularlo a su causa perdida. El sujeto permanece abocado al goce, sin saberlo, pero experimenta malestar porque la pulsión siempre pide más, este malestar se expresa en la queja por la supuesta responsabilidad del otro en sus padecimientos. Como el sujeto no puede hacerse responsable de sus actos, exige esta responsabilidad al otro (al partenaire, al médico, al Estado), exige una solución que sólo podría encontrar él mismo.

La depresión

Después de todo lo dicho, ¿cómo podemos entender la depresión?

J. Lacan plantea que los afectos engañan porque van a la deriva, que el único afecto que no engaña es la angustia (porque muestra la confrontación del sujeto con el deseo del Otro). El afecto depresivo no se puede resolver si no se pone “en causa”.

La depresión puede estar vinculada a una pérdida cuyo duelo no se termina de realizar. El sujeto, en lugar de admitir la pérdida del objeto y lo más propio que el objeto arrastró consigo, se ahoga en un estado depresivo que no lo confronta con lo que resulta insoportable asumir: la pérdida del objeto y la falta que queda de su lado. En este sentido la época ofrece alegremente el fármaco que brinda una “indiferencia narcótica”, una especie de casquillo metálico que regula las funciones y en lugar de confrontarlo, lo aísla de los afectos.

Desde otra perspectiva, el afecto depresivo, muestra la devaluación, la desvalorización fálica del sujeto en relación al deseo del Otro. El sujeto se siente en menos, pierde el lugar que lo sostenía en el Otro, ya no es lo que era en el Otro y padece una herida narcisista que lo sume en un estado depresivo porque no encuentra un soporte identificatorio por fuera del que el Otro le brindaba. Esto es el correlato del desfallecimiento del deseo.

Frente a la dificultad para sostener el deseo, más allá de la pérdida de aquello que lo sostenía, el sujeto contemporáneo encuentra, paradójicamente, un refugio en la depresión. Encuentra un nombre que le permite identificarse y le da un lugar “soy depresivo” y, a la vez, lo fija a un malestar del cual goza sin poder saber nada.

Propuesta: una psicoterapia con Otro

La idea que convoca a esta Jornada Clínica nos orienta en relación a nuestra propuesta: la otra psiquiatría. Se trata de introducir la dimensión de la alteridad: de la palabra, de la interlocución, introducirla en la cura para rescatarla en el sujeto.

Si hemos caracterizado un mundo y, correlativamente, una práctica clínica, basada en el consumo del objeto y en el desconocimiento de la verdad subjetiva, se trata de poner en juego, frente a la “psicoterapia con objeto” una “psicoterapia con Otro”. Introducir al sujeto en la dimensión de la palabra, darle un lugar donde reescribir su historia, donde pensar su vida y su responsabilidad en relación a los acontecimientos que ha protagonizado y donde poder, en última instancia, recuperar algo de su dignidad humana (en contra de su “cosificación”).

Cuando el sujeto puede pasar de la queja inicial a la interrogación en relación a lo que queda de su lado en cuanto a lo que le toca vivir y a la conexión que eso tiene con su propia historia, la vivencia subjetiva cambia. El afecto depresivo comienza a diluirse y en su lugar aparecen otras cosas, más verdaderas: preguntas, dudas, tristeza, rabia, una interrogación sobre la vida y el malestar que es, en definitiva, lo único que puede permitir una rectificación subjetiva, un cambio.

En las viñetas clínicas que relataba al comienzo podemos ver esta dimensión: son tres casos distintos, en tratamiento, que tienen en común el hecho de que al poder tomar la palabra y pensar en relación a su historia, la posición de cada uno de ellos ha cambiado. Juan ha podido preguntarse algunas cosas en relación a la dificultad para hablar con su hijo, no sólo cuando tuvo el problema, sino antes, cuestión que lo remitió a las dificultades con su propio padre. Este trabajo le ha permitido acercarse más a su mujer, querer saber algo de su hijo y, desde luego, ha conmovido la posición de impotencia, con el consiguiente afecto depresivo, que tenía al llegar.

Sandra está planteándose cómo hablar con sus padres para que la puedan entender, cuáles son sus dificultades para abordar a las chicas por su cuenta y por qué tiene tanta vergüenza frente a los chicos, qué le pasa con su propio cuerpo y con su ser mujer. No ha resuelto aún la bulimia, si bien ésta ha disminuido notablemente, pero no se encuentra abatida, quiere poner solución a sus problemas.

Pedro, a partir del hecho de pensar en su historia infantil y en todo lo que tenía que inventar para que sus padres se ocuparan de él, se ha visto aliviado de ese peso. Ya no está tan preocupado por gustar, por ser aceptado y eso le permite moverse con más libertad e ir conquistando lugares hasta ahora muy difíciles.

Para concluir, también podemos pensar que la depresión es un síntoma no sólo del sujeto contemporáneo sino de la clínica actual. En la psiquiatría han desaparecido las grandes observaciones clínicas que le dieron su grandeza y en su lugar dominan los manuales diagnósticos que se organizan en función de los nuevos medicamentos. En el terreno psicológico, la corriente cognitiva conductual tan en boga, reduce la riqueza subjetiva a una serie de comportamientos y aprendizajes que podrían ser modificados sin más.



Referencias bibliográficas

- Depresiones y psicoanálisis, E. Vaschetto (compilador), Ed. Grama, BsAs

- La euforia perpetua, P. Bruckner, Ed. Ensayo Tusquets, Barcelona

- La felicidad paradójica, G. Lipovetsky, Ed. Anagrama, Barcelona

- La impostura perversa, S. André, Ed. Paidós Cpo. Freudiano, Barcelona

- Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión, J. Lacan, Ed. Anagrama, Barcelona

- Síntomas de nuestra época: Trastornos de la alimentación, toxicomanías y depresión, Orexis, Jonas, Embajada de Italia, Madrid


Graciela Sobral.

Psicologa del equipo de salud mental de Moratalaz (Madrid) y Psicoanalista.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Además de la síntesis de la posición lacaniana me ha parecido muy interesante la vinculación actual con el objeto de consumo. Gracias y un saludo