25.4.07

“Una madre sabe cuidar muy bien”

Con la orientación de publicar aportaciones y comentarios que llegan a blog se han editado opiniones y trabajo de diferentes autores sobre temas relacionados con el psicoanálisis y la medicina. Hoy presentamos este fragmento clínico. Ha tenido un impacto especial el artículo publicado sobre la la "impostura cientifista de las terapias cognitivo-conductuales" porque se han recibido numerosos comentarios que están en el blog y opiniones que me han llegado al correo. Por el interés que ha despertado animo a los lectores del blog a opinar sobre el artículo y a enviar sus aportaciones. (Santiago Castellanos)





Por Mari Cruz Fernandez.

No se trata del relato de un caso, sino de un fragmento, fueron muy pocas las sesiones que mantuve con la paciente, y de lo que voy a tratar es de dar cuenta de unos efectos concretos.

La paciente estaba en tratamiento médico en un hospital de oncología pediátrica.

P. como llamaré a mi paciente, tenía 18 años cuando la traté, en el 2003, dos años antes, fue diagnosticada con un osteosarcoma, recibió tratamiento en el hospital, fue tratada y dada de alta pero tenía que acudir a revisiones periódicamente.

Según la doctora que la trataba, ha sido una paciente especial, se ha integrado muy bien tanto con el personal sanitario como con otros enfermos de su edad, es muy querida en el hospital.

En Febrero de ese mismo año me fue derivada a consulta por el equipo psicológico del hospital debido a que a pesar de sus extensas charlas con este servicio, no sabían que hacer con ella, mostraba una continúa queja por sus problemas familiares.

En la primera entrevista relata que es la más pequeña de 4 hermanos,. Su madre murió cuando tenía dos años y ha estado viviendo con su padre, y con su hermano mayor. Su padre tiene una nueva pareja a la que no soporta y no quiere convivir con ellos. Hasta hace poco vivió con su hermano mayor, su cuñada, y sus sobrinos. Tuvo algunos problemas de convivencia con ellos, “su hermano se metía en su vida” y actualmente vive con su tía. Se queja de que no duerme, y produce una primera elaboración: “no duerme porque quiere solucionar algo que no puede”. Dice “Tengo temor a que pueda faltar”, siente que su familia está temerosa de que ella desaparezca.

Dice sentirse en el hospital como en familia, se siente muy querida, conoció a su novio aquí también.

En la cuarta sesión me anuncia que le ha salido “una masita” en la pierna (posible reaparición del osteosarcoma) y que su padre ha alquilado una casa para vivir con ella. “Ha dejado a la mujer con la vivía” me dice satisfecha. Aún así sigue echando mucho de menos a su madre pero se alegra de que no sufra por ella “una madre sabe cuidar muy bien” me dice. No soporta a las mujeres de su padre, cree que le debe ser fiel a su madre muerta.

Aparece la posibilidad de que le amputen la pierna, los médicos se lo han propuesto y ella tiene que pensarlo. Tiene miedo a que su novio cambie o la deje, a tener que abandonar las clases en la universidad. Su padre está muy afectado. P. cree que si le amputan la pierna le harán más diferente a los demás a los que no les falta nada.

Ha soñado que le han quitado ya la pierna y que se pasea con sus maletas con el pantalón doblado hacia atrás. Le pregunto si ha hablado con su novio sobre los cambios que va a sufrir después de la operación, me dice que no, porque no habla de sexualidad con él.

Finalmente es operada y le amputan la pierna izquierda. Siente muchos dolores, le han dicho los médicos que es “el dolor del miembro fantasma”, le pregunto qué es lo que le queda de ese miembro y me dice que una cicatriz, le marco entonces que no es un dolor fantasma, tiene el dolor de la cicatriz, que es la representante de lo que no está. Creo que esta intervención situó algo del dolor para P. y marcó la diferencia entre los espacios terapéuticos que proponía el hospital y sus sesiones conmigo.

Una vez obtuvo el alta médica, sigue en tratamiento de quimioterapia ambulatoria. Llega puntual a sus citas, a menudo llega andando desde su casa, con las muletas. Está viviendo con su padre al que califica de desastre pero dice que ella sigue insistiendo en vivir con él. En sesión hace una diferencia entre los dolores del corazón y los dolores del cuerpo, le es doloroso vivir con su familia.

De hecho dos sesiones después me cuenta que vuelve a vivir con su hermano mayor y su cuñada, ha vuelto a discutir con su padre, no soporta a su pareja, me dice que habla mal de su madre muerta, a la que ella tiene en un pedestal y no permite que nadie hable mal de ella desde que era pequeña.

El lunes siguiente pide el ingreso en el hospital, tuvo un dolor insoportable el fin de semana y solicita que le pongan más morfina. Le visito en la sala de tratamiento y le pregunto que ha pasado en esa semana, me dice que ha ido a la universidad por primera vez desde que la operaron, que la llevó su sobrino mayor y que no pasó nada en especial. Le mostré mi incredulidad ante su afirmación, era la primera vez que se mostraba a sus compañeros sin su pierna. Están comenzando los efectos de la sedación y no desea hablar más.

Pasaron 15 días. El día de consulta me espera la psicóloga del hospital y me dice que P. se ha quedado ingresada estas dos semanas por el dolor, que se ha mostrado muy agitada y que ha vuelto loco al personal del hospital. Ha roto una ventana y ha manipulado la bomba de morfina en lo que califican de intento de suicidio.

Me entrevisto con la paciente, me dice que no intentó suicidarse sino añadir más morfina porque no se le iba el dolor, me dice que ha roto con su novio, su familia le ha prohibido que vuelva a verla, porque contó en el hospital que era posible que no tuviera la regla porque había hecho el amor con él y la responsable del trabajo social llamó a la familia de su novio para contárselo.

Se mantuvo una reunión con el equipo médico y con el psiquiatra y se confirma que desde que P. entró se le ha tratado con morfina en dosis cada vez mayores, sin que esto sirviera para aliviar su dolor. Le han puesto la mediación y no se avisó ni al psiquiatra ni a la analista durante este tiempo. Se decide trasladarla a un hospital psiquiátrico.

Allí visité a P. en dos ocasiones. La semana anterior a su ingreso, además de ir a la universidad hizo el amor por primera vez con su novio, fue muy agradable dice y el se portó con mucha dulzura y respeto, pero “cuando el se marchó me di cuenta de que seguía estando incompleta a pesar de que la había pasado muy bien”.

En mi segunda visita P. relata un sueño que tuvo la noche anterior, soñó que estaba dormida sobre una almohada en forma de “cerdita” a la que le faltaba una pierna.

P. salió de la clínica tranquila y se marchó a casa de su hermano, no hubo más ingresos a causa del dolor “de corazón”..

Los puntos de este fragmento que me gustaría subrayar son los siguientes:

Creo que efectivamente la paciente en su relato manifiesta su lugar errático en el entramado familiar. No hay un lugar donde esta sujeto pueda alojarse.

Su cuerpo ha sido tocado por el significante amo de la muerte, significante en lo real, de ahí su expresión “tengo temor a que pueda faltar”.

Su versión de un Otro consistente, es la madre muerta, a la que sostiene con la intención de serle fiel, frente a las diferentes mujeres con las que se une su padre.

La paciente se identifica con el lugar de “cuidado” del hospital, “una madre sabe cuidar muy bien” dice, y es en el campo de la medicina, en el del hospital, en el campo de la pulsión de muerte, desde donde ella cree que recibe consuelo.

El encuentro amoroso con su novio produce un derrumbe subjetivo, que promueve el pasaje al acto, el intento de suicidio, en el que fue “asistida”, digamos, por el propio hospital que le suministraba morfina sin poner un límite.

El hospital se juega en este caso, en ambos lados del Otro, en un lado aparece como un lugar que acoge a la paciente, y en el otro lado resulta un lugar de goce mortífero sin límite.

Lo que aparece en el sueño es una versión del “se goza”, sin la intermediación de la nominación paterna. P sueña que su almohada tiene forma de “cerdita” a la que le falta una pata y se ríe al contarlo. Una “cerdita” que gozó y para quien el velo del amor no fue suficiente.



Mari Cruz Fernández

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