Les presentamos esta colaboración que esperamos que sea la primera de una serie.
Luis-Salvador López Herrero. Médico de Familia y Psicoanalista en León. Miembro de la ELP. Coordinador Grupos Balint en Atención Primaria. Autor del libro La cara oculta de Salvador Dalí. Editorial Síntesis.
El texto que presento, en el día de hoy, es una reflexión acerca de la utilidad del Psicoanálisis en Medicina a partir de mi práctica, como psicoanalista y médico, y también de mi trabajo con médicos durante más de cuatro años, como coordinador de grupos Balint del Sacyl, en Atención Primaria (León).
A lo largo de este último siglo el avance en el conocimiento y tratamiento de las enfermedades, en el seno de la Medicina, ha sido imparable. Los pacientes y los médicos asisten, hoy en día fascinados, al hechizo de una técnica que promete lo imposible. Ambos han glorificado, rompiendo moldes de antaño, el uso rutinario de pruebas técnicas y elixires químicos, de todo tipo, en un intento por apresar y calmar la esencia de un mal que en ocasiones se escapa, pero también para anular cualquier atisbo de subjetividad. Sin embargo, hay algo que no funciona y los médicos,
y los pacientes, lo sufren. Y es que a pesar del avance tecnológico los médicos asisten, ahora desconcertados, a demandas vertiginosas e insaciables que cortocircuitan su presencia a la vez que la reclaman. Es el vértigo imparable de pedidos que resultan imposibles de acotar con los mismos instrumentos que los han alimentado.
Por su parte, en su intimidad fantasmática, el médico recuerda y anhela, hoy más que nunca, ese rol omnipotente que le fue otorgado a lo largo de la historia, asediado ahora por una época que insiste en el declive de toda autoridad. Pero es un hecho: el médico sufre hoy, especialmente, las coordenadas de nuestra época (sociedad de consumo, caída de los ideales, cuestionamiento de las posiciones de autoridad...), confrontado ante una clínica que se le resiste y frente a un paciente que incomoda su saber, demanda insistentemente y denuncia su falla. Nunca la angustia, la desidia, el temor, la rutina y la culpa, habían acechado tan abiertamente al médico en su práctica clínica. Incluso se etiqueta ya, con un nuevo nombre, todo este desconcierto particular: síndrome del quemado profesional (síndrome born out).
¿Qué puede aportar el psicoanálisis, en este contexto, a los médicos, a la Medicina y también a las instituciones, en una época marcada por la normativización y el furor sanandis?
En primer lugar hay que plantear, que el callejón sin salida que vive el médico, en la actualidad, es un efecto de su insistencia por responder a demandas que se ubican bajo la lógica moderna “todo es posible”. Porque la insatisfacción del médico da cuenta de la confrontación con aquello que no se satisface entre la demanda y su objeto.Sin embargo, en un contexto sociocultural donde la salud forma parte del mercado de consumo, las demandas de los pacientes se hacen interminables porque están sostenidas en la inercia de un discurso que promete lo imposible. El médico, como paladín de este discurso de la ciencia, es reo de la propia situación, pero también es el guardián de un discurso que rechaza la subjetividad y enmarca su respuesta, en una omnipotencia que ha labrado su imagen.
Ahora bien: esta insistencia por responder a cualquier demanda es el resultado de una posición que está sostenida, justamente, a partir del brillo que supuestamente otorga el saber. De ahí ese slogan: sólo el que tiene, está en disposición de dar todo aquello que desde la demanda se cuela como pedido. Precisamente, si la formación médica está encaminada a responder de forma automática a la demanda, es porque su posición se ha construido desde el lado de la omnipotencia y de la completud del saber. Sabemos que lo que está en juego, en todo este asunto formativo, es el rechazo de la castración. De ahí el valor que adquirirá en su práctica, tanto el éxito como la curación a ultranza de cualquier síntoma.
Es, justamente, esta imagen de dominio y éxito, la que nos ilustra su historia en la lucha contra el malestar, pero también su angustia y desconcierto frente a todo aquello que se muestra resistente en términos de saber.
No obstante, el médico es también ahora, una vez que la Ciencia obtura cualquier dimensión subjetiva en favor del trozeamiento del cuerpo, el garante de un sistema que insiste en dar salida al malestar a través de una certeza: cada demanda tiene su objeto prometido, cada queja tiene su prometida curación. Es el propio discurso de la Ciencia, sostenido ahora por un mercado que todo lo ofrece, quien deposita en el médico una varita para acallar, siguiendo el eslogan de la OMS, todas las quejas bio-psico-sociales.
El resultado ya lo conocemos: en el escenario de armonía prometida reina la insatisfacción, el malestar y el rechazo, tanto en los pacientes como en los médicos.
Entonces ¿qué puede aportar el psicoanálisis a esta práctica médica sin límites?
Sin duda: un corte, un paréntesis, un espacio para la palabra y su escucha, y también, la creencia en el valor del síntoma.
A continuación presentaré dos viñetas extraídas de mi consulta médica, en C.S. José Aguado (León).
Una paciente acude a mi consulta médica con los estigmas corporales de múltiples intervenciones quirúrgicas labradas bajo el síntoma dolor. En la primera entrevista me aporta múltiples informes médicos que, a modo de diploma, tratan de sellar la aparición de su palabra. Me insiste en su malestar corporal y también en el rechazo que sufre por diferentes servicios médicos, que se muestran inoperantes ante un dolor que no remite, a pesar de sus intervenciones en el cuerpo o de los elixires químicos. Tenazmente trata de ofrecerme en el encuentro el relato de su travesía médica, a partir del valor que ella otorga a los múltiples estudios complementarios o a las líneas quirúrgicas que recorren su cuerpo. Le interrumpo y le digo: “Sí, todo esto es muy interesante... pero una cuestión: ¿Qué sucedía en su vida cuando empezó todo este malestar?”. Poner en primer plano la subjetividad en los hechos y los acontecimientos de su historia, ha permitido sacar a la luz una verdad enterrada y también un duelo imposible por ese padre fallecido que coloreaba su dolor físico. Hasta ese momento, aparentemente, nadie había procedido a interrogar y dar valor a todo aquello que el dolor físico a veces encubre, para otorgar un lugar a esa palabra que condensa y abre una respuesta particular a cualquier síndrome general. Dar valor a esa historia que veladamente duerme entre las quejas físicas así, como también, a esa palabra subjetiva y su eco hechizante, es algo que sólo el psicoanálisis promueve de manera abierta en la actualidad. Pero no sólo la palabra, sino también la creencia en ese relato que la propia palabra desvela.
Una paciente, que conozco por problemas somáticos triviales, acude acompañada por su familia. Su mirada muestra claros signos de habitar ese espacio sin ley donde reina la confusión. La familia, muy asombrada por su estado, inicia la conversación aludiendo frases que muestran el reino incomprensible de la paciente. Una vez a solas ésta me cuenta de manera desorganizada su experiencia de angustia insoportable. Desde hace días le entran en casa por la ventana, conspiran contra ella, vienen del ayuntamiento e incluso, yacen en un lecho cercano a su cama enfermos moribundos de cáncer... En fin, múltiples fenómenos elementales invaden su escenario mental generando un campo de confusión y perplejidad, pero también de certeza.
En un momento de la conversación, ella se detiene, me mira fijamente y me interroga: “Cree lo que le estoy contando”. Es un momento crucial donde por fracciones de segundo el tiempo parece detenerse. Le contesto: “Por supuesto, la creo”. Al concluir y dado su estado de angustia, le facilito medicación y también una cita para el día siguiente.
Cuando ese día me acerco hacia la consulta, me aborda sonrientemente su compañero y me dice: “Se ha curado”. Más tarde, ella me relatara: “ Me siento avergonzada por todo aquello que le conté... pero en realidad es un episodio en donde me volví loca”. Finalmente, cuando en el curso de la entrevista le pregunto con tacto por las vicisitudes del cuadro y por la tolerancia de la medicación, me dice: “No la necesite. Cuando salí de hablar con usted las cosas habían cambiado. Hablar con usted me curo”. Resulta todavía asombroso, en tiempos de medicamentos y objetos cada vez más potentes, poder comprobar la potencia que tiene un dispositivo que se nutre e interroga a partir de una palabra, de su escucha y del vacío.
Para concluir. Siempre he mantenido una propuesta: el médico, en su práctica clínica, debe acompañar al paciente en su malestar somático y aprovechar esos momentos de apertura de la subjetividad para facilitar, en el encuentro, una pregunta hacia todo aquello que desde la queja va más allá del organismo. Es una oportunidad para abrir un surco de palabras y crear un escenario de poesía.
Ahora bien: cuando decidamente “la cosa no va”, cuando “eso no marcha”, cuando “eso se enquista”, el psicoanalista está más preparado para maniobrar porque es el único que conoce por su experiencia, que, justamente, lo real empieza a asomar cuando “eso fracasa”.
Luis-Salvador López Herrero.
luis_salvador@terra.es
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