16.10.07

La actualidad de la histeria


Por Rosa Lopez.
Psicoanalista en Madrid.

Hablar de la actualidad de un asunto, implica situarlo en un contexto temporal en el que el presente se conjugue con la revisión del pasado y con la interrogación sobre el futuro. Si el tema en cuestión es el de la histeria, la referencia histórica se hace todavía más necesaria, pues si algo tiene esta patología es “una historia tan grande y tan bella - nos dirá Pierre Janet- que sería una pena renunciar a ella”. Efectivamente, la historia de la histeria es tan fascinante, que no solo sirve a los fines de la investigación de los profesionales de la clínica, sino que puede ser leída, por los profanos, como una gran novela llena de personajes insólitos (las histéricas) y de médicos no menos bizarros. Podemos remitirnos a los asombrosos casos de histeria con los que Charcot ensayaba la hipnosis en la Salpretiere de París a finales del siglo XIX, construyendo con las pacientes del manicomio una escenografía mitad científica, mitad circense, en la que el poder de sugestión del medico endiosado hacia, a su albedrío, nacer un síntoma, desaparecer otro, incluso transferir una cojera de una enferma a la siguiente. También podemos estudiar las denominadas locuras histéricas, que con tanto rigor recuperó Jean Claude Maleval en uno de sus libros, y en el que se nos describen esas mujeres poseídas por el demonio, o por la fuerza divina. Están también las histéricas sacrificiales capaces de beber el agua con la que lavaban los pies a los enfermos o mostrar los estigmas sangrantes en su cuerpo. Un cuerpo convertido en el escenario de todo el drama subjetivo, es decir de la lucha encarnizada entre el deseo sexual y la censura moral.

De modo que la histeria tiene una larga historia, y de hecho se pueden encontrar restos de ella en civilizaciones pasadas y es tan antigua como la aparición de los primeros tratados de medicina. Remontandonos en sus orígenes podemos llegar al más antiguo texto medico conocido: un papiro egipcio descubierto en Kahoun en 1900 a. C. En lo poco que se conserva de este documento se refiere esencialmente a esta enfermedad denominandola “perturbaciones del útero”. Lo interesante es cómo la teoría diagnostica, la descripción de los síntomas y la idea del tratamiento que aparece en este papiro fueron aceptados hasta el siglo XIX. La idea principal es que la enfermedad histérica era imputable a un órgano femenino muy concreto: el útero que se halla en estado de inanición: no tiene lo que desea y entonces, manifiesta su descontento desplazándose de manera intempestiva por el cuerpo. Recordemos que Platón en el Timeo escribe: “En las mujeres lo que se llama matriz o útero es un animal que vive en ella con el deseo de hacer hijos. Cuando permanece mucho tiempo estéril después del período de la pubertad apenas se le puede soportar: se indigna, va errante por todo el cuerpo, bloquea los conductos del aliento, impide la respiración, causa una molestia extraordinaria y ocasiona enfermedades de todo tipo” Platón, Timeo (91,b,c) en Diálogos.

El útero es considerado como una especie de animal que vive en el cuerpo de la mujer. Un animal hambriento que se desplaza con una especie de ansiedad motriz, empujando a los demás órganos a su paso: aplasta los pulmones y por ello produce ahogos. Golpea el corazón y de ahí las palpitaciones, se sube a la garganta y forma como una bola. Con semejante planteamiento de la causalidad de esta enfermedad, podrán imaginar que los tratamientos que se inventaban era casi delirantes, y no podemos creer que su aplicación fuera imputable al desconocimiento de la anatomía humana, pues desde muy antiguo se practicaba la cesárea o la autopsia. Más bien, los tratamientos, respondía a una especie de fantasía cargada de prejuicios sobre lo femenino, pues en realidad esta concepción de la histeria se basa en tomar la parte (el útero) por el todo (la mujer). Para persuadir al útero a retornar a su lugar había que engañarle o seducirle mediante ciertas estrategias. O bien se actuaba desde arriba haciendo ingerir a la paciente productos nauseabundos y respirar olores pútridos, o bien el tratamiento se hacia desde abajo, insertando en la vagina dulces o suaves perfumes balsámicos. Pero, a veces las prácticas eran todavía más disparatadas y cruentas: la presión sobre el vientre para hacer descender el útero, los gritos en el oído acompañados de insuflados de vinagre en la nariz, o soplar mediante una cánula virutas de hierro en el intestino para provocar una inflamación, hasta el propio Charcot, siglos más tarde, inventó un aparato denominado compresor de ovarios, con el que conseguía desencadenar en publico una crisis, casi orgasmatica, que culminaba en una especie de alivio.

Con Hipocrates el tratamiento se hace más timorato: Nada de fumigaciones, ni por arriba, ni por abajo. La prescripción aconsejaba tomar esposo lo más rápidamente posible. Desde entonces el tratamiento más eficaz para este tipo de perturbación consistiría en casar rápidamente a las vírgenes y volver a desposar a las viudas. De este modo se le otorga al hombre, más concretamente a su órgano, una papel terapéutico fundamental. Esta idea ha sido transmitida a lo largo de la historia y le fue revelada a Freud por uno de sus maestros, el ginecólogo de la Universidad de Viena, Chrobac, quien acuñó la celebre frase que aparece en La historia del Movimiento Psicoanalítico “el tratamiento de la histeria requiere penis normalis en dosis repetutum”. De este brevísimo paso por la historia de la histeria se puede destacar el hecho de que la hipótesis del útero móvil no responde al mero azar, producto del desconocimiento de la anatomía humana, sino que supone desde un principio una etiología eminentemente sexual de dicho cuadro y específicamente femenina.

Convengamos de entrada que la patología histérica puede también afectar a algunos varones, pero que la práctica clínica nos demuestra que en su mayoría la encontramos en las mujeres. En cierto sentido esto se debe a que la histérica presentifica perfectamente este enigma de la relación del sexo femenino con la falta de un lugar especifico en el campo simbólico, o lo que es lo mismo en el mundo en que nos es dado habitar a los seres hablantes. Si Aristóteles prescribía para cada objeto un lugar en el mundo que le sería natural, la histérica es quien viene a perturbar la concepción de un universo donde cada objeto estaría en su lugar; más concretamente, la histérica viene a recordarnos el enigma del lugar que estaría reservado naturalmente para el sexo femenino. En rigor, esta falta de ubicación natural del ser hablante en el mundo que lo rodea, es absolutamente universal y nos afecta a todos independientemente de nuestra identidad sexual. Todos somos exiliados de la naturaleza, porque el lenguaje nos ha dejado fuera de la misma y a cambio nos ofrece lugares simbólicos siempre inestables, indefinibles y precarios. Es a esto a lo que los psicoanalistas denominamos la falta en ser del sujeto de la palabra. Ahora bien, por razones que después trataré de exponer, la posición femenina radicaliza esta condición de falta en ser común a todo sujeto

Volvamos a retomar la historia de la histeria, para llegar a nuestro verdadero punto de partida, el momento en que el medico vienes Sigmund Freud toma el asunto en sus manos y otorga una unidad posible a aquellos síntomas tan variados: Anestesias sensoriales, contracturas, parálisis, convulsiones epileptoides, tics, vómitos permanentes, anorexia, perturbaciones de la visión, alucinaciones visuales recurrentes. Toda esta gama de síntomas que no poseen un correlato, ni una fuente orgánica son anudados por Freud con la teoría traumática de la histeria y posteriormente explicados mediante el mecanismo de la represión.

Se iniciaba así un nuevo camino para la investigación, los síntomas histéricos son el resultado de una transposición o CONVERSIÓN de un conflicto psíquico inconsciente en una inervación somática y su expresión no corresponde al funcionamiento de la estructura anatómica tal como ocurre en las enfermedades orgánicas. El cuerpo de la histeria dibuja e inscribe otra lectura de la anatomía. Fue Freud quien sacó a la histeria del pozo vergonzoso al que hasta entonces la habían condenado los prejuicios médicos y le otorgó una dignidad clínica fundamental, convirtiendola en la piedra angular sobre la que empezó a construir el psicoanálisis. Los ataques histéricos, que sirvieron a Freud para concebir su idea del síntoma como la transacción entre fuerzas opuestas, ponían en escena una parodia de encuentro sexual pues la sujeto, en pleno estado de trance, con una mano trataba de desnudarse y con la otra de impedirlo, acabando finalmente en un desfallecimiento tan gozoso que no había que ser muy agudo para compararlo con el obtenido en el orgasmo.

Impresionate puesta en escena que le dio a Freud la clave de un descubrimiento fundamental. No tanto del hecho de que los síntomas tuvieran un carácter sexual, eso ya se sabia desde el inicio de los tiempos, sino lo que es más importante, la constatación de que el sujeto humano está dividido. Esta noción de un sujeto dividido ha constituido el verdadero escandalo provocado por psicoanálisis. La tercera herida narcisista infligida el ser humano. Después de que Copernico nos mostrara que no somos el centro del Universo y Darwin nos hiciera descender del mono, Freud nos viene a decir que estamos divididos por el Inconsciente. Que el sujeto de la palabra no es autónomo y trasparente par si mismo, como pretendía toda la tradición filosófica, sino que por el contrario esta determinado por causas inconscientes que le resultan desconocidas y que le empujan a actuar en contra de sus ideales y aún incluso en contra de su propia salud y bienestar.

Pues bien, este axioma que inaugura una nueva concepción del sujeto en la historia del pensamiento, fue extraído de la sintomatologia histeria. Podemos afirmar que la histeria es la forma clínica por excelencia que muestra la división del sujeto. Esa división que hace que el sujeto no puede encontrar nunca en sí mismo el fundamento de su existencia, que su propio deseo es inconsistente y que no tiene asegurado el lugar en el Otro. La histeria nos dice, con su queja, su demanda, su sufrimiento, que hay que ir a hacer algo con el Otro. Ella necesita preguntarse hasta donde tiene valor su propia existencia para el Otro, hasta dónde el Otro la puede perder o no y qué huella deja en el Otro su perdida.

Plantearé en este punto tres características fundamentales de la histeria: El problema de la perdida de amor, el problema de la inexistencia y el problema de la insatisfacción.

El problema de la perdida de amor en la posición femenina adquiere una potencia especial en la medida en que estructuralmente, como dijimos antes, hay una afinidad especial entre lo femenino y la falta en ser. Todos conocemos a través de la literatura y de la vida real, el odio que aparece en la mujer cuando el partenaire masculino, con su modo de gozar más bien "autístico", muestra poder deshacerse de ella sin mayores consecuencias. “Soy amada, ergo, soy”, es el cogito histérico que hace del amor el resorte de la identidad del sujeto. La histérica quiere ser “todo para el hombre”, lo cual es equivalente a “ser aquello que a él le falta” y este anhelo puede conducirla a empresas descabelladas con sujetos poco recomendables o a dejarse engatusar con frases que desafían la inteligencia. Por ejemplo, la joven mujer que entra a un bar una noche y a la que se le acerca un hombre que la mira fijamente y la dice “¿donde te habías metido hasta ahora, llevo toda la vida esperandote?”, lo que ella creyó a pies juntillas ofreciendole su propia casa para vivir. Las histéricas puede dedicarse en cuerpo y alma a la empresa de crear a un hombre, lo que las lleva a realizar elecciones verdaderamente desastrosas, con hombres inconsistentes, alcohólicos, Toxicomanías, incluso psicóticos, en la idea de que con su amor pueden trasformarlos, sacar de ellos no se que tesoro oculto, redimirlos. Muchas se pierden en esta tarea que solo puede conducir al fracaso. Otras se pierden en el discurso del partenaire y dejan de ser ellas mismas para identificarse a los fantasmas del otro.
En todos los casos el denominador común es que la relación con el hombre se convierte en el laboratorio de pruebas por excelencia donde declinar de todas las formas posibles la pregunta acerca de qué lugar ocupo en el deseo del Otro.

Notemos que el lugar que la mujer histérica no acaba de encontrar ni en su propio cuerpo, ni en el seno de la familia, ni en el trabajo, ni en la ciudad en la que habita, y que la lleva a deambular por el mundo en una búsqueda tan incesante como infructuosa, es tan difícil de encontrar porque está marcado por la pregunta más original y dramática que se plantea el infans humano: ¿Quién soy yo para el Otro (inicialmente la madre)?. ¿Cuánto valgo en el deseo del Otro?. ¿Qué le provocaría mi perdida?. En definitiva, el drama histérico es no sentirse nunca segura respecto al lugar que el Otro le da en su deseo, sea la madre, el padre, el partenaire amoroso o cualquier otra encarnación de esta instancia a la que llamamos Otro.

El problema de la inexistencia es correlativo al anterior. “Él está siempre ocupado en sus cosas, su trabajo, la televisión, el ordenador, yo no existo”. “En los momentos en que me siento mirada por los demás ya no soy yo, no puedo opinar nada, me anulo, dejo de existir”. “Mi vida es una farsa nada de lo que hago me resulta real o verdadero, solo estoy segura de existir cuando estoy angustiada”. Estas son frases de distintas pacientes, tomadas de mi propia clínica y que, por tanto, corresponden al momento actual. En todas ellas se declina el drama existencial de la histérica, y este drama lo encontraremos también tras los semblantes de esas mujeres poderosas que hacen cuadrar al ejercito a su paso. Las Margaret Thatcher, que se colocan en el lugar del gran amo para ocultar la miseria de su vacío.

El problema de la insatisfacción, es probablemente el más característicos de todos. La relación de la histérica con el deseo lleva siempre la marca de la insatisfacción. Una insatisfacción eterna que se verifica en todos los campos de su vida, pero que afecta muy particularmente a la vida amorosa y sexual. Las mujeres se quejan frecuentemente de los hombres, hay un grado de insatisfacción permanente con el partenaire que es específicamente femenino. La razón de ello es que la mujer conserva intacto en el inconsciente la imagen del padre ideal (fijense que no me refiero al padre que han tenido, sino al idealizado), ese que para ellas funciona como el representante emblemático del príncipe azul, el hombre anhelado frente al cual ninguno da la medida. “La histérica no desea a quien la quiere, sino que en general desea a otro, a alguien inaccesible: “estoy casada y quiero mucho a mi marido, pero en realidad yo sabía desde el principio que él no era el hombre ideal” Lucien Israel. La histérica expresa su deseo en términos de insatisfacción, porque expresar que un deseo permanece insatisfecho es la mejor manera, con todo, de probar que ese deseo existe”. Con ello no hace más que mostrarnos la condición general del deseo humano. Sabemos que el deseo se alimenta de la falta, y perece cuando se realiza. Por eso con la insatisfacción la histérica se dedica a sostener el deseo, el suyo y el del otro, porque al perderse el deseo la propia existencia del sujeto se ve amenazada. La caída del deseo arrastra para el sujeto histérico la caída del cuerpo entero, que a duras penas se mantiene.
En este sentido podemos entender mejor un síntoma tan propio de la histeria como es la frigidez, pues no se trata de una incapacidad para experimentar el placer sexual, sino más bien de una especie de rechazo, una negación e incluso una lucha contra el placer, porque su verdadera preocupación estriba en preservar algo que podría ser infinitamente más precioso que el placer posible en la ocasión, algo que está ligado a la conservación del deseo de un goce absoluto.

Retomando nuestro recorrido histórico diremos que con Freud la histeria se pone de moda, todo el mundo empieza a hablar del tema pues se produce una rápida divulgación de las teorías psicoanalíticas, que desde luego ha tenido sus efectos sobre la propia sintomatología histérica . En el siglo XIX asistimos a una verdadera cultura de la histeria. Cada uno reivindica la histeria como prueba de su talento, Flaubert será presa de incoercibles después de haber descrito la agonía de Madame Bovary envenenandose con arsénico, más tarde escribe la famosa frase: “Madame Bovary soy yo”. Baudelaire, por su parte, afirmaba “He cultivado la histeria con gozo y terror”. La expansión de la histeria en la vida cultural, se verifica así mismo en el campo de la ciencia. En la medicina se produce una verdadera transformación copernicana pues el interés se desplaza del medico al paciente. Con Freud la histeria se colocó definitivamente en el primer plano de la actualidad clínica. Ahora bien, en un solo siglo la neurosis histérica pasó del protagonismo al olvido. Los últimos años del siglo XX nos trajeron una nueva manera de pensar las enfermedades mentales. Guiados por el anhelo del consenso universal asistimos al nacimiento de los DSM, manuales de clasificación de las enfermedades mentales, que pretenden establecer un lenguaje común que sirva, teóricamente, a los fines de una comunicación clínica simple, inequívoca y universal. Pongo por caso, con los manuales DSM un psiquiatra que diagnostica en Albacete puede pasar un informe que se utilice en Toronto. Pero lo que de este modo se transmite es una clasificación del objeto y en absoluto la particularidad del sujeto en cuestión. Esta nueva visión de la clínica, malogra las explicaciones etimológicas alcanzadas por el psicoanálisis, tachandolas de anticuadas, en la medida en que predomina la idea de que “lo mejor es lo actual” y que la medicina progresa en una linea directa hacia la verdad absoluta y, por tanto, lo que se conoce hoy es, por definición, más verdadero, mejor y superior a lo que se conocía ayer.

Lo interesante es que estos manuales han borrado de un plumazo el diagnostico de histeria, sustituyendolo por innumerables síndromes basados en los fenómenos y que, como es lógico, se multiplican a medida que pasa el tiempo, pues los fenómenos varían de acuerdo con el discurso imperante. Tratar de dar cuenta de una categoría diagnostica como la histeria mediante una descripción de sus manifestaciones es como perseguir un imposible, la histérica siempre ira un paso por delante, obligando al clasificador a una permanente actualización que a penas se haya establecido quedará obsoleta.

Con la desaparición de la histeria se ha perdido una indicación diagnostica de una relevancia fundamental cuando uno se enfrenta a la fenomenología de las enfermedades psíquicas. La histeria no es solo una categoría clínica sino un gran ordenador que nos permite agrupar muy distintos fenómenos en una misma lógica y por ende diferenciar estos de aquellos otros que tienen que ver con las otras grandes estructuras clínicas: perversiones y psicosis fundamentalmente.

Me propongo, ahora, transmitirles la enorme actualidad que tiene la histeria en los tiempos que corren, aunque algunos nos hagan creer que es un termino anacrónico propio de la prehistoria. Son esos mismos los que, enarbolando la bandera del progreso, no han hecho sino retroceder hacia el oscurantismo anterior, perdiendo la sabiduría nosografica de la psiquiatría clásica y despreciando el aporte fundamental del psicoanálisis: único discurso que explica la etiología de las enfermedades mentales.

Es Jacques Lacan quien, siguiendo el camino de Freud, establece la verdadera dimensión de la histeria dandole la categoría de un discurso fundamental, es decir una de las modalidades de lazo social. El discurso histérico es uno de los cuatro grandes discurso con los que Lacan explica el funcionamiento del lenguaje y los enormes poderes de la palabra. Nombro los cuatro discurso para que entiendan que sólo la histeria alcanzó este estatuto y no las otras categorías clínicas. Los discursos son: El discurso del amo, el discurso de la histeria, el discurso universitario y el discurso analítico. Como ven, no hay un discurso de la psicosis o de la neurosis obsesiva.

Este salto cualitativo, dado por Lacan, extiende de una manera impensable las enseñanzas que pueden extraerse de la histeria. Frente al efecto silenciador de los DSM tenemos el efecto amplificador de Lacan. La histeria neurosis y la histeria discurso, serán ahora el objeto de nuestro interés.

Notemos previamente la importancia que tiene en la clínica psicoanalítica la diferencia entre el fenómeno y la estructura. Podemos decir que el plano del fenómeno hay variables que cambian según las épocas, las modas y las identificaciones que se ponen en juego. Mientras que la estructura nos indica lo invariable, el esqueleto sobre el cual se presentan las distintas figuras, la constante que nos guía con mayor seguridad a la hora de dilucidar un diagnostico.

No digo que no haya fenómenos que por si mismos tengan la elocuencia suficiente para hacernos pensar un diagnostico. Si un sujeto nos dice que tiene alucinaciones auditivas, que escucha voces y que estas le dan ordenes o le injurian, con toda probabilidad estamos frente a una psicosis. Pero no siempre las cosas se presentan de manera tan clara y es entonces cuando es necesario no dejarse engañar por los modos fenomenicos y orientarse según lo que sabemos de la estructura. Hay que distinguir la envoltura formal del síntoma, es decir su modo de presentarse, de la estructura que lo ha configurado

Lacan cuando se plantea el mecanismo de constitución de los síntomas histéricos, coloca en el primer plano, no la conversión, sino otro mecanismo freudiano, la identificación al síntoma del otro. Es una elección que hace Lacan colocando el foco en otra faceta de la histeria, aquella que le otorga esa apariencia de imitación o de contagio, como en el ejemplo del pensionado de señoritas que nos cuenta Freud: cuando una interna que recibe una carta en la que el novio rompe con ella y produce un síntoma (ataque o desmayo) que es reproducido por sus compañeras. Lo decisivo para Lacan es acentuar que, aunque el resultado parezca un puro contagio, la vía por la que se produce es la identificación de sujeto a sujeto en el deseo. Esta vertiente clínica le permitió tomar la histeria no solo como una patología sino también como la modalidad misma por la que se trasmite el deseo. Y la transmisión del deseo implica siempre un movimiento que va del sujeto hacia un Otro al que se le dirige una llamada. Lo esencial a dilucidar en un análisis es el tipo de relación que el sujeto ha establecido con el Otro. En este sentido podemos afirmar que la existencia de la histérica depende totalmente del Otro a quien se dirige: medico, sacerdote, curandero, psicoanalista o psicoterapeuta. Siguiendo la misma lógica podemos entender que su destino en la historia depende de la particularidad de ese Otro que la recibe. El Otro de la medicina, frente a la enorme variabilidad de su sintomatología y a la falta de fundamento orgánico de la misma, la única realidad que ha sabido reconocele a la histeria es la un punto de imposibilidad en el saber: “un mal epistemológico” según la acertada expresión de Gerard Wajerman (Le maître et la hysterique” 1982). Sabemos que si algo le molesta profundamente al corpus medico es que le abran un agujero en su saber, de ahí proviene la rabia que genera la histérica y que la lleva a deambular de un servicio a otro. Es la imposibilidad del médico para fijar la enfermedad en una patología de orden y lógica orgánica la que le deja paralizado o impotente. De la impotencia medica surge la pregunta agresiva ¿se trata de una simulación? o peor todavía, el acto agresivo: hacerlas pasar por quirófano.
Si el Otro es un sacerdote de la Iglesia el tratamiento ira desde el sermón moralizante, pasando por el exorcismo, hasta llegar a la aniquilación en la hoguera, en un intento de domesticar la “lujuria” sexual de la histeria. Si el Otro es un psicoterapeuta perderá el rumbo de la cura con “el furor sanandis”, pues cuanto más trata el terapeuta de promover el bien del paciente histérico, más reacciones terapéuticas negativas produce. Los que ejercemos la práctica analítica sabemos muy bien que una respuesta de tipo “paternal” basta para exacerbar la sintomatología.
Ahora bien, desde que Freud tomó la cuestión en sus manos el gran Otro de la histeria ha sido el psicoanalista, produciendo un giro importante en las formas sintomáticas de esta patología, que en muchos sentidos han quedado verdaderamente mitigadas.

Si pensamos esto en términos históricos o temporales, podemos decir que, efectivamente, ya no es habitual encontrar las histéricas clásicas, con ataques en arco, síntomas de conversión espectaculares, crisis casi alucinatorias que describía Freud en sus “Estudios sobre la Histeria”. Probablemente si viéramos hoy en día ese tipo de histerias de los albores del psicoanálisis las confundiríamos con psicosis, se habla fácilmente de psicosis a propósito de casos que si releemos la bibliografía, no llegan a ser lo que fueron aquellos que trataban Charcot o Freud . En la actualidad la queja subjetiva tiene otros modos de manifestarse y por ello hablamos de síntomas contemporáneos. La anorexia, que fue registrada hace mas de un siglo, cobra ahora un protagonismo no solo clínico sino también edipico. Las fibromialgias, recién nacidas al campo de la Clasificación Internacional de enfermedades (CIE 10) en 1992. Las Toxicomanías. La hiperactividad. Las depresiones generalizadas. La esterilidad no orgánica. Las enfermedades autoinmunes.

Examinemos, por ejemplo, un fenómeno que está de absoluta actualidad: La anorexia. Hemos de decir que, como tal fenómeno, puede responder a distintas estructuras patológicas, es decir que hay anorexia neurótica, perversa y psicótica. Ahora bien, la clínica de la histeria, tiene una especial disposición a la elección anorexica,. Cuando la histérica no encuentra un lugar en el Otro, cuando no logra que el Otro la eche de menos, puede experimentar profundas vivencias depresivas y en ocasiones un autentico desmoronamiento identificatorio. Es éste registro decisivo en el que se juega, en general, la depresión neurótica: un desajuste de identidad, suscitado por la perdida de un objeto que le servía al sujeto de sostén de su narcisismo y cuya perdida despoja a la histérica de todo valor. Ejemplo de Máximo Recalcati: “La perdida infantil de objeto de amor, renovada con una separación reciente de un hombre, da lugar a una especie de coleccionismo narcisista de la propia imagen. La sujeto se fotografiaba todos los días para preservar el valor fálico de su propia imagen del riesgo de una hemorragia narcisista”.

Con este ejemplo que nos ofrece la anorexia, tocamos un punto fundamental en la histeria: La fragilidad de su identidad, y consecuentemente los problemas en el campo de la imagen y en la relación con su propio cuerpo.

La enorme plasticidad histérica, que se demuestra en la diversidad de sus manifestaciones, proviene de su tendencia a identificarse con los deseos y los síntomas ajenos. Es por eso que la histeria plantea a la clínica las mayores dudas diagnosticas pues en ocasiones puede emparentarse con la vivencia esquizofrénica del cuerpo fragmentado, o presentar las ideas delirantes de la paranoia, el desdoblamiento de la personalidad u otras patologías. La histérica puede representar distintos personajes, precisamente porque su identidad no quedó bien constituida en la fase en que se estructura el yo. Por eso en la pantomima histérica no se trata de engañar al otro, como se ha pensado, sino de un sujeto que no sabe ni quien es y que para ceñir su ser a algo necesita identificarse al otro.

Lacan, considera que la histérica se identifica imaginariamente con un hombre, para desde allí interrogarse sobre la sexualidad femenina: en qué, por qué y cómo una mujer suscita y sostiene el deseo sexual de un hombre. La histérica trata de identificarse con el hombre deseante, pero también con la mujer deseada, haciendo todo lo posible para que el deseo se mantenga (recuerden el ejemplo del ataque histérico). Ahora bien, el denodado intento de la histérica por identificarse al ideal femenino de la mujer es la prueba de que no existe ninguna seguridad de serlo. La mujer no existe, decía Lacan, refiriendose como el lógico a esa mujer que respondería por completo a la esencia de la femineidad. En su lugar hay una ausencia, y esa ausencia es el secreto que debe conservarse. La feminidad no constituye un misterio que puede conducir alguna vez a una solución definitiva. Es un misterio porque es uno de los caminos que lleva a la nada como fundamento del ser hablante. Ahora bien, la nada ha de vestirse, velarse, maquillarse. La nada así vestida recibe en psicoanálisis el nombre de falo (objeto del deseo por excelencia). Ser el falo que no se tiene, encarnar la imagen del significante ausente es el arte especifico de las mujeres: hacer que la luz de la belleza vuelva ciega la mirada, para que no se descubra la ausencia. Pero a la vez debe sugerirla, porque si esa ausencia no llega a sugerirse la imagen no podría convocar el deseo. Una mujer se sostiene así en el linde, en el límite entre la falta y su mascara.

Es la imagen lo que, de un cuerpo, es amado y deseado: la imagen es por sus orígenes mismos el soporte del deseo y lo que permite darle una sensación de unidad al cuerpo. El cuerpo, si se experimenta como privado de imagen, se convierte en radicalmente extraño, algo que el sujeto no siente como propio. Por eso podemos decir que el cuerpo es lo Otro más radical (el neurótico dice tengo un cuerpo, no soy un cuerpo). La histérica acentúa la imagen para defenderse de la vivencia de un cuerpo en el que no podría reconocerse, y que por tanto es el lugar de lo siniestro, presto a fragmentarse a desmoronarse. Ella se hace deseable para un hombre, pero el hombre que inicialmente puede desearla por su imagen global, sexualmente solo puede gozarla a pedazos, excitandose con un trozo particular del cuerpo femenino, fragmentado esa imagen que ella trabajosamente trata de sostener unida. Entonces, el goce del cuerpo, demasiado “material” es reemplazado por aquel que idealmente se mantiene sólo con la imago, que se quiere perfecta para el sosiego de la mirada del Otro. La belleza es entonces la última tentativa de mantener una presencia que, a pesar de ser fálica, proteja del deseo. Es, como dice Lacan, la última defensa contra la muerte; excepto cuando una repentina revelación de una falla, del minúsculo defecto, le hacen caer brutalmente en la fosa. La histérica se esfuerza y despliega su celo para protegerse de esa caída, pero a la vez nos da la impresión de un sujeto siempre a punto de desmoronarse.

Si queremos pensar la época actual y los efectos que se producen en los sujetos que la habitan, podríamos decir que si algo caracteriza nuestra época es la caida del Otro con mayuscula. Un Otro que historicamente se presentaba para el sujeto como consistente, lugar de la autoridad y también del Ideal. Asistimos en este momento a un verdadero desmoronamiento del Otro, que ya no es capaz de cumplir una función ordenadora y sostener una creencia (decadencia de la figura paterna que cuya personalidad se muestra ahora ausente, humillada, dividida o artificial). Frente a este socavamiento del Otro nos encontramos con sujetos desengañados y erraticos. Sujetos que han advertido, inconscientemente, que el Otro no es más que un semblante. Entonces en lugar del sintoma dirigido al Otro al que se le supone el poder de resolverlo, lo que encontramos es la angustia pura y dura. “El uso de los semblante es vano, inoperante, hasta profundamente nocivo si se omite lo real en juego” (JAM). Efectivamente, el sujeto queda perdido en el mundo de las identificaciones más diversas y cambiante, sin defensa porque nada de lo real viene a protegerlo de los semblantes y los simulacros. Es en este punto que el psicoanalisis debe mantener, ahora más que nunca, su orientación hacia lo real y jugar un papel fundamental en lo que Lacan llamaba la dirección de la subjetividad moderna. (Lo real como lo invariable, lo que no tiene estructura de ficción pero está presente en el sintoma como el punto imposible de soportar). La histerica trata de resistirse a esta dinamica y es la portavoz de la denuncia sobre el falso amo que no es más que un semblante. Solo que ahora ya no hay un amo que le responda. A Falta de un Otro consistente que establezca una guia moral para la vida y sostenga los grandes designios, nos encontramos con la multiplicación de Otros por parte de las instituciones sociales. Si el niño es rebelde y los padre no saben qué hacer con él, son los sevicios sociales son los que se ocupan. En cuanto a las mujeres hemos asistido a la lucha del feminismo por la igualdad, pero tambien al efecto domesticador de la posición femenina en la cultura liberal, que ha conseguido absorver a la mujer en un contrato de trabajo, no muy igualitario por otra parte.
El problema es que hoy, tanto los hombres como las mujeres estan determinados por el aislamiento en su propio goce. Nos preguntamos entonces qué pasa con la identificación, tan crucial para la histerica, si el Otro no existe. Si lo esencial en la constitución psiquica del sujeto es su relación al Otro y en la actualidad el Otro no está, podriamos decir que hay un cierto desamparo subjetivo. Entonces lo que se impone es la propia vacuidad del sujeto, su propio culto al yo, su propio desarrollo, su autorreferencia, unido al correspondiente deber de vivir y de gozar. El deber de gozar es el imperativo actual, que se impone con especial ferocidad. !Hay que disfrutar de la vida!, es verdaderamente enloquecedor porque finalmente nos conduce a todos a la insatisfacción con culpabilidad añadida. Por otra parte forzar a la histerica a gozar tiene consecuencias nefastas, presentes en la gran cantidad de depresiones femeninas actuales.

En estos momentos, ¿qué es la identificación?: el objeto de una preocupación creciente de la opinión pública. ¿Cón quienes se van a identificar nuestros jovenes, en una época donde ya no hay heroes que salven el mundo, sino personajes televisivos que se elevan a la popularidad por su mediocridad y su debilidad mental (el perfil de los integrantes del Gran Hermano)?. Si hasta mediados del siglo pasado los ideales estaban aún acivos, ahora la identificación mayor que se propone es la de satisfacer al consumidor. Entonces el deseo fundamental no incluye al otro, al partenair, sino a un sujeto que lo que quiere es renovar el objeto de consumo porque ha pasado de moda. El goce autista, que no incluye al otro, se impone y si para el neurotico obsesivo, mayoritariamete masculino, va en la linea de su propia neurosis, para la histeria es un verdadero estrago, pues la condena a desprenderse del deseo del Otro y hay está su mayor peligro. Tomemos el ejemplo de la anorexia. Si la joven anorexica, en un primer momento utiliza su sintoma como una provocación, un verdadero desafio, dirigido a los padres o a la sociedad, al no encontrar un Otro que pueda acusar recibo de su demanda de la buena manera, tenderá a desvincularse del Otro y su sintoma se hara cada vez más autista, puro goce pulsional, sin Otro y comandado por la pulsión de muerte. Por eso es fundamental que el psicoanalista está ahi, transformando ese Otro que no existe en un S.S.S. sobre la demanda histerica.

Quisiera referirme para finalizar a la relación de la histeria con el saber. Lo primero que hay que tener claro es que el saber sobre la histeria se nos escurre como el agua que tratamos de atrapar entre las manos, porque la histérica siempre conseguirá abrirnos nuevos interrogantes. Suele pensarse que los casos que más dificultades presentan son los de psicosis, la practica, sin embargo, nos demuestra que son los sujetos histéricos los que más errores hacen cometer al psicoanalista. El propio Freud tan proclive a dejarse enseñar por las histérica, comete su mayor equivocación, cuando colocandose en posición de amo del saber pretende adoctrinar el deseo de su paciente Dora, quien le demuestra que todo ese saber tan extraordinario sobre sus sueños y sus síntomas no toca en absoluto lo esencial de su goce. De manera que hay que estar muy analizado para dirigir la cura de una histeria, solo así el analista puede no dejarse llevar por la decepción, la impotencia o incluso la agresividad, que la histérica puede llegar a provocar.

La histeria es la patología más propicia a realizar una llamada al saber del Otro, a dirigirle su pregunta y colocarle en el lugar del Amo. Pero la pregunta no es cualquiera, pues se refiera a la causa última del deseo y el goce, por tanto seríamos muy ingenuos si en algún momento pensáramos que disponemos de la respuesta. Entonces la histérica nos demostrará que nuestro saber, por muy interesante que sea, no alcanza para dar cuenta de lo que verdaderamente esta en juego. Freud mismo dejo testimonio de que ningún psicoanalista está libre de caer en las trampas de la histérica, pues si ella busca siempre un amo del saber, es para derrocarlo después y denunciar su impotencia. Les pondré un ejemplo que me pareció muy ilustrativo: Se trata de una paciente histérica que, en un verdadero acting.out, le confiesa al analista que se acaba de enamorar de un tetraplejico y que es el hombre de su vida porque “es como si él hubiera descifrado mi código y supiera manejarme a mi antojo”. Fijense que frase tan rotunda. Este hombre, impotente para casi todo, es el que ha sabido descifrar el código de su caprichoso deseo, dejando al analista condenado a la impotencia: “Ud. que es un hombre tan sabio y juicioso no consigue dar con la clave”. Es la lección histérica sobre el deseo, que desafía el sentido común, los intereses más evidentes y apunta a la excentricidad. Conviene que el analista acepte la lección y sepa llevar al sujeto a formular esa clave de su antojo que dice haber sido revelada. Formidable frase la de “manejarme a mi antojo” (no fue un lapsus) porque es casi un oximorón, una contradicción en los términos que, revela sin embargo, la complejidad del deseo, siendo por un lado el deseo del Otro, pero a la vez aquel que responde a mi capricho, más intimo y desconocido por mi misma. El otro me maneja según mi deseo que yo misma desconozco. Es la gran maniobra histérica, apelar al amo del saber sobre la causa del deseo, dejarle creer que él quien lleva las riendas y finalmente hacerle fracasar. Esta posición del sujeto respecto del Otro, ha enervado a los médicos, y también a algunas corrientes del psicoanálisis que terminan planteandose la inanalizabilidad de las histéricas.

¿Qué quiere la histérica?. Si, como clínicos, llegamos a plantearnos esta pregunta es porque ya hemos perdido el norte de nuestra práctica. La histérica no quiere lo que demanda y en eso se confunde el marido que trata de contentarla o de hacerla callar, porque lo que la histérica quiere es querer.

Es la enseñanza de Lacan la que nos permite situarnos de otra manera frente a esta dificultad. Reconocer la maniobra histérica sin prejuicios y estar lo suficientemente analizados como para no caer en sus brazos o no tirarlas por la ventana.
Es esencial que el psicoanálisis no deje de escuchar a las histérica, porque en los tiempos que corren a penas va quedando lugar para la queja del sujeto. El avance de la ciencia y de la tecnología nos lleva a augurar un progresivo borramiento del sujeto y la histérica, que es el sujeto por excelencia, corre el riesgo de quedar aplastada por esta tendencia. El nudo actual entre capitalismo, tecnología científica y trabajo pulsional como mercancía, establece un destino nada prometedor para el sujeto histérico, pues le viene a decir: “Solo te deseo mientras signifiques una ganancia, y a condición de que prestes tu cuerpo para la experimentación tecnológica, y a condición, también de que trabajes como un hombre esclavo y sin otro ser que el de tu capacitación evaluada numéricamente. Si no lo has terminado de entender, te aseguro que es así como deberás recorrer un largo camino.” (Juan Carlos Indart)
En los tiempo del Otro que no existe, del Otro que no es más que un semblante vano e inoperante, psicoanálisis e histeria deberán encontrarse más que nunca y reforzar la asociación de los primeros tiempos, pues el uno no puede existir sin la otra y viceversa.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy una Histerica.
Esta nota describe de manera FIEL lo que es la problematica y la complejidad de esta neurosis.
y lo mejor que he leido en mucho tiempo.
gracias

Anónimo dijo...

¡Excelente artículo! Brinda claridad sobra las ideas de Freud y Lacan.

Anónimo dijo...

"La histérica no quiere lo que demanda y en eso se confunde el marido que trata de contentarla o de hacerla callar, porque lo que la histérica quiere es querer."

De esto surge una inquietud, ¡Cómo encara, entonces, el Psicoanálisís la dirección de la cura en la histeria?.
Gracias.

Anónimo dijo...

Un artículo muy completo y extenso que ayuda a profundizar en los conceptos de esta terrible enfermedad.

En una publicación en PUBMED leí en una revisión, que en el 69% de los artículos científicos publicados, se mencionaba la histeria de forma despectiva, lo cual desde cualquier punto de vista me parece tremedo.

Sinceramente creo que algo se está haciendo mal en el mundo de la medicina, lo que está claro es que hay enfermos abandonados a un sufrimiento y calidad de vida indignos, y eso desde luego tiene culpables.

No tengo claro que la fibromialgia sea una histeria, en todo caso según la evidencia científica, es la terapía cognitivo conductual uno de los metodos que se recomiendan, y no especialmente el psicoanalisis, aunque claro, también supongo que se puede dar el caso de una comoborbilidad.

Ojala se aclarasen los codigos internacioanles de una vez, se acabaran los intereses y por fin redundara en un lógico beneficio de los enfermos.

Gracias por tan excelente artículo.

Víctor Riera Gispert dijo...

Es un artículo extraordinario:
Gácias. Aun que no creo que consiga salvar mi matrimónio de 20 años y dos hijos en común. Es cierto: para un creyente parece una posesión demoníaca de una legión de caprichosos y lascivos secuaces de Belcebub...Deduzco que fué dañado en su tierna infáncia uno de los tipos de "amor", "filia", "agape", y como un tumor, ha contaminado el resto de ellos. Grácias por compartir "gratuitamente" tanta sabiduría para el que sepa entender. Fdo. El "Otro" anulado y humillado.