Por Beatriz Garcia Martinez.
Psicoanalista en Madrid
A menudo me he encontrado en mi trabajo con la queja de padres tanto como de profesores acerca de niños excesivamente inquietos o desobedientes, cuando no directamente diagnosticados de hiperactividad (el famoso TDAH) o de trastorno del comportamiento. En la gran proliferación actual de dicho diagnóstico sin duda ocupa un papel central el interés de la industria farmacéutica por comercializar supuestos remedios a tales problemas. Pero dejando de lado este importante tema, quisiera comentar lo sorprendente que resulta también la facilidad con la que tanto padres como profesores y profesionales de la salud mental aceptan estos diagnósticos y su correspondiente solución medicamentosa, facilidad correlativa al escepticismo que muestran ante la sugerencia de hablar con los niños como primera medida para entender qué está sucediendo y tratar de atemperar los supuestos desórdenes de conducta.
Con relativa frecuencia he constatado que muchos padres afirman que hablan con sus hijos, pero sucede que, interrogados sobre tales diálogos, refieren algo que es más un intercambio de información (“¿qué has hecho hoy en el colegio?,¿qué has comido hoy?...”) que algo con la naturaleza de una conversación. Esto me ha hecho pensar que tal vez hoy en día no es tan evidente que todo el mundo sepa de que trata aquello que llamaríamos una comunicación verdadera, donde se dice y se escucha.
Otras veces los padres se muestran perplejos ante la idea de que hablar tenga algún efecto sobre el exceso de movilidad que parecen manifestar sus hijos, o directamente están seguros de que sus hijos no están interesados en lo que ellos tengan que decirles y sí, en cambio, se preocupan mucho de ofrecerles una variedad de actividades y objetos con los que entretenerlos. Otras, las prisas del tipo de vida actual no dejan mucho lugar al diálogo. Se crea así un círculo infernal en el que los niños demandan aquello que primero se les ha ofrecido: entretenimiento en el que están ausentes las palabras (de nuevo hablamos de palabras verdaderas, aquellas que comprometen a un sujeto en lo que dice, no de lenguaje de señales).
Se trata de un tema enormemente complejo que excedería con mucho los límites de este pequeño comentario, pero me gustaría tratar de responder brevemente a dos preguntas: ¿por qué es importante hablar con los niños? y ¿cómo hablar con un niño?
1. ¿por qué es importante hablar con los niños? hay varias cosas que comentar al respecto:
1.1. La respuesta más inmediata es que hay que hablar con los niños porque hablar se opone a actuar y la palabra es el único modo eficaz y verdadero con el que el ser humano cuenta para canalizar y limitar sus impulsos. Un medicamento puede hacerlo momentáneamente, pero no será nunca más que un parche. No se puede medicar eternamente a una persona, y no es cierto que al llegar a determinada edad el problema se solucione solo. Además no es un modo “humano” de tratar algo que atañe íntimamente a un niño, que es cómo gestiona sus impulsos, tema que le acompañará toda su vida y con el que ha de aprender, antes o después a arreglárselas. Lo que nos ha sido dado para hacer con eso es la palabra, y ayudar por esa vía humaniza y proporciona herramientas con las que el sujeto contará por siempre. La vía del taponamiento medicamentoso solo aplaza el problema y lo agrava desde el momento en que algo dentro del sujeto pugna por salir como en una olla a presión porque lo humano no se resigna a ser amordazado. Los movimientos y gritos desaforados son el resultado de experiencias “en bruto” que no han podido ser digeridas o procesadas por la palabra. Es así de simple y así de complicado, porque a veces resulta difícil encontrar las palabras justas o sostener la palabra cuando lo más inmediato es hacer (gritar, pegar, taponar dando un objeto). Para sostener la palabra hace falta creer en ella . Y parece que vivamos tiempos de descreimiento en la palabra, en aquello que precisamente nos hace humanos, lo cual puede llevarnos a consecuencias devastadoras.
1.2. A partir de la pertenencia al mundo de la palabras, los humanos nos diferenciamos del resto de los seres en dos cosas: el conocimiento que tenemos de nuestra muerte y que para vivir necesitamos estar inscritos en una genealogía, saber que provenimos de un deseo que no sea anónimo, que en el encuentro de dos seres con una historia personal sucedió algo que dio lugar al deseo de engendrarnos. No basta para que un niño viva que haya una biología que lo traiga al mundo (por eso se enferman y mueren a veces los bebés en los hospicios), nadie puede nacer como ser humano en el vacío. Para ser, necesitamos saber de nuestros orígenes, quién nos ha traído al mundo y por qué. No son preguntas abstractas. Se contestan hablando de la historia de la familia de los padres, de cómo estos se encontraron, de cómo se vivió el nacimiento del niño. No hace falta que todo fuera idílico, lo que hace falta es que se hable de ello. Hoy se usa poco hablar de los antepasados, quizá por una sensación de que los tiempos han cambiado tanto que de nada podrían servirle a un niño de hoy, o incluso por miedo a inducir una repetición de problemas generacionales relacionados con la historia de este país, que uno preferiría olvidar. Hay que decir a este respecto, que conocer la historia de la que uno viene es lo que permite salvarse de reproducirla. Dice Jacques Hassoun que “una transmisión lograda ofrece a quien la recibe un espacio de libertad, una base que le permite abandonar el pasado” (1).
1.3. La tercera razón que se me ocurre para hablar con los niños es que, se les hable o no, ellos perciben todo lo que sucede a su alrededor, con la particularidad de que cuando lo percibido no va acompañado de una palabra que ayude a entenderlo, aquello queda funcionando en el nivel de la actuación, que es hablar sin palabras. Dice Francoise Dolto (2) que los niños son capaces de afrontar incluso las experiencias más duras de la vida como accidentes, muertes, enfermedades, crisis de cólera, ebriedad, desarreglos en la conducta que entrañan la intervención de la justicia, discusiones, separaciones etc., a condición de que se le concedan las palabras apropiadas para traducir su experiencia. De lo contrario se sentirá extraño, ajeno y objeto de un malestar deshumanizante. Resumiendo, todo puede ser asumido a condición de poder hablar de ello. A veces los padres creen poder beneficiar al hijo ocultándole ciertos hechos desagradables, cuando lo que consiguen con eso es impedirle hacerse con una realidad que de todos modos conoce inconscientemente.
Maud Mannoni explica que lo traumatizante no es tanto la confrontación del niño con una verdad penosa, sino su confrontación con la mentira del adulto, con lo no dicho (3).
2. ¿cómo hablar con un niño?
Lógicamente es de locos tratar de responder a esto en unas pocas líneas. Solo apuntaré algunas cosas que me parece que a menudo se olvidan sobre el cómo dirigirse a los niños.
2.1. Desde el nacimiento los niños perciben lo que se les quiere comunicar. Dice F. Dolto que el bebé posee una especie de cinta magnetofónica donde se va grabando todo lo que vive, aunque no pueda dar cuenta de ello conscientemente. Hay que hablar al bebé, con palabras sencillas, de todo lo que le concierne, dice esta autora (4).
2.2. Hablar con un niño no es amaestrar ni domesticar, no se trata de convencerle de que esto no se hace porque no queda bien para la vida en sociedad. Es mucho más útil tratar de explicar al niño por qué hacemos esto en vez de eso otro, en qué le va a ayudar coartar su impulso primero. Aún así, habrá muchos momentos en que ya no habrá lugar para las explicaciones y solo quedará dar una indicación o manifestar una prohibición. Incluso en este caso, no hay que esperar que el niño obedezca como en el ejército a la voz de mando. Generalmente tardará un poco en obedecer, y en ocasiones contestará que no, y no hay que discutir con él por eso, es probable que al cabo de un rato ejecute la orden a la que primero se había negado. Hay que tener en cuenta que en cada niño hay un sujeto en formación, que se forma precisamente en un movimiento de identificarse y a la vez diferenciarse de los adultos que lo están criando, por lo que ese no o esa pequeña resistencia a la obediencia inmediata es el espacio del sujeto que se debe siempre respetar.
2.3. Escuchar sus preguntas y contestar siempre. Generalmente lo que los niños preguntan, cuando sienten que hay alguien que puede escuchar, nos informa sobre el tipo de dilemas vitales a los que se está enfrentando. Hay que pensar que, durante su infancia, el ser humano se tiene que construir una teoría sobre la existencia que le permita vivir su vida cuando sea adulto. A veces, el miedo de traumatizar con una respuesta inadecuada paraliza a padres y educadores, cuando lo más desconcertante para un niño es el silencio y el ver que no hay nadie para contestar a sus preguntas.
Si un niño no habla o no pregunta, no hay que esperar tampoco demasiado a que lo haga, es el adulto quien ha de dar el primer paso para animarle a que exprese sus dudas. Si un niño es excesivamente callado, hay que preguntarse por qué.
2.4. Lo fundamental en el diálogo con un niño es ayudarle a poner en palabras sus experiencias, desde pequeñito, todo lo que le sucede: estás cansado, tienes hambre etc.; más tarde, ¿quieres ir al baño?, no pasa nada, hay tiempo, ¿qué tienes que hacer?; y después, qué difícil es esto de hacerse mayor, saber lo que uno quiere, a veces se siente uno mal y hay que pararse a pensar un poco para saber por qué...Serían mil ejemplos, para expresar que cuando hay palabras, se puede hacer algo con lo que sucede, se puede operar sobre ello. Sin duda, no siempre las cosas se solucionan tan fácilmente, a veces será necesario consultar a un psicoanalista que sepa ver más allá (mucho mejor que a otro tipo de profesional psi que se aplique a redoblar el amaestramiento y la falta de palabras de los que el niño sufre). Lo que me parece importante es que cuando no hay palabras todo se torna incomprensible y ante la impotencia, a veces taponar el enigma con una pastilla puede iniciar un camino fatal y deshumanizante para un niño que simplemente encontró dificultades para hacerse una teoría sobre quién es y cómo vivir.
Beatriz García Martínez. Psicoanalista.
(beatrizgarcim@hotmail.com)
Bibliografía
(1) Jacques Hassoun. Los contrabandistas de la memoria. Ed
(2) Francoise Dolto. La dificultad de vivir. Ed. Paidos.
(3) Maud Mannoni. La primera entrevista con el psicoanalista. Ed Gedisa.
(4) Francoise Dolto. Tener hijos (1) niños agresivos o niños agredidos? Ed. Paidos.
3 comentarios:
A pesar de la brevedad del articulo, su contenido es lo suficientemente impactante para poder dar una mirada mas respetuosa y liberadora , de cara al niño y sus padres, a esta problemática que no es mas que el reflejo de una sociedad que cada dia nos obliga a ser iguales, obedientes y silenciosos....
De verdad, que maravilla de artículo. Me encantó la sutileza en que fue tratado el tema. Me parece que es una excelente propuesta reflexiva.
Soy de Guatemala, psicóloga clínica, y trabajo por las tardes con niños que tienen problemas de aprendizaje. Siempre me he identificado con el psicoanálisis. Este artículo me parece excelente, digno de ser enviado a aquellas maestras, psicólogos escolares, directores y coordinadores de las instituciones educativas de mi país que se empeñan en querer callar los síntomas con un diagnóstico del DSM y con una pastilla. Qué alivio saber que hay personas como la autora de este artículo que ayudan a abrir una ventana, o mejor dicho una puerta alternativa a este desepere por creer que la única solución es taponar con un medicamento. Muy buen artículo.
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